Almorzando con Dios

Una ilustración tomada de “Ministros. Org”  cuenta que un niño pequeño quería conocer a Dios. Sabía que era un largo viaje hasta donde Él vivía, así que empacó su maleta con pastelitos y unos seis refrescos, y empezó su jornada. Al poco tiempo de caminar, se encontró con una mujer anciana. Ella estaba sentada en el parque, solamente contemplando algunas palomas. El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Justo cuando estaba por  beber de su refresco,  notó que la anciana parecía hambrienta, de modo que le ofreció uno de sus  pastelitos. Ella agradecida lo aceptó  y sonrió al niño. Su sonrisa cautivó al pequeño, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció uno de sus refrescos. De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado! Así que decidió quedarse con ella. Y así, entre  comer y sonreír pasó el tiempo, pero ninguno de los dos dijo nunca una sola palabra. 

Mientras oscurecía, el niño se percató de lo cansado que estaba. Así que tomó la decisión de irse, pero antes de regresar a casa, dio vuelta atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo. Ella, después de abrazarlo, le dio la más grande sonrisa de su vida. Cuando el niño llegó a su casa, abrió la puerta. Su madre estaba sorprendida por la cara de felicidad. Entonces le preguntó: – Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz? El niño contestó: – ¡Hoy almorcé con Dios! Y antes de que su madre contestara algo, añadió: – Y ¿sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto! Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó sorprendido por la expresión de paz en su cara. Preguntó: – Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz? La anciana contestó: – ¡Comí pastelitos con Dios en el parque! Y antes de que su hijo respondiera, añadió: – ¿Y, sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba!”

Esta historia tiene varias lecturas que debieran ser aplicadas. Por un lado está la persona de Dios que despierta toda nuestra confianza. Solemos colocar puentes entre Él y nosotros, o buscamos cualquier tipo de “mediadores” que nos acerquen a su habitación. Esta manera de actuar a lo mejor es el resultado de la opinión que tenemos de Dios como  un ser infinito y trascendente, con quien no tenemos acceso a su presencia por considerarnos con una naturaleza limitada e imperfecta. Pero la verdad es otra. Dios no es como los “dioses del olimpo”, que según la creencia griega, después  que crearon al mundo se fueron porque no podían ver ni tolerar tanta maldad entre los hombres. Al contrario, Dios desciende al encuentro del que le busca. A lo mejor la manera de encontrarnos con Él no siempre es la que nos imaginamos, como el caso del niño con sus pastelitos, pero jamás quedamos sin respuestas cuando nuestra búsqueda tiene la pureza y la inocencia del niño con su maleta.

En la sonrisa de una anciana o en el rostro feliz de un niño curioso pudieran esconderse las bondadosas acciones de un Dios lleno de amor. A Dios podemos encontrarlo en el banco de algún parque, en las aceras de una calle, en el recinto de una casa humilde, en las camas de un hospital, en las paredes frías de una cárcel, o en el más confortable lugar para vivir. Él está allí donde hay un hambriento que espera el pan, donde hay un dolor que no se calma, donde hay una tristeza que no se disipa, o donde hay una desesperación que no ve señales de esperanza. ¡Sí, Dios está allí! Y no hay dolor ni sufrimiento que Él no entienda porque aun cuando es infinito y trascendente se encarnó en la persona de Hijo Cristo, y a través de él experimentó la tragedia del ser humano. Nadie puede reprocharle por su lejanía, porque hace 2000 mil años tomó forma de hombre, se vistió como uno de nosotros, y conoció de cerca nuestra miseria y condición. Ahora usted y yo podemos “almorzar con Dios”. Los “pastelitos y refrescos” que traigamos para ese encuentro bien pudieran representar una palabra llena de amor para los que han perdido toda esperanza. Pero también pudiera ser un gesto práctico que llene la necesidad que alguien, como la anciana de la historia. Saquemos hoy la sonrisa de un rostro triste. Dios ha descendido en la persona de su Hijo para hacer que un niño o una anciana regresen a sus hogares con una cara de felicidad o con un rostro lleno de paz. Dios quiere venir a ese encuentro contigo hoy. No lo dejes esperando.