Dejemos a la mariposa salir sola

Un hombre encontró un capullo de una mariposa y se lo llevó a casa para ver cómo ésta  salía de él. Un día se sentó a observarla  y vio que había un pequeño orificio por donde ella luchaba para abrirlo más grande para poder salir. Por un rato el hombre observó como la mariposa  forcejeaba de una manera dura para que su cuerpo pasara a través del agujero, hasta que llegó un momento en el que pareció haber cesado de forcejear, pues no vio más  progreso en su intento. El curioso observador le pareció que se había atascado.  Fue entonces cuando decidió, en un arrebato de su bondad, ayudar a la mariposa y con una pequeña tijera cortó al lado del agujero para hacerlo más grande. 

Y en efecto, aquella “acción” permitió a la mariposa  salir del capullo. Sin embargo, para sorpresa del “ayudante”, cuando la mariposa salió tenía el cuerpo muy hinchado y unas alas
pequeñas y dobladas. El hombre continuó allí esperando ver un cambio. Lo que él esperaba era que las alas se desplegarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, el
cual se contraería al reducir lo hinchado que estaba. Pero nada de esto pasó. Ni las alas se alargaron ni el cuerpo se redujo. La mariposa terminó arrastrándose en círculos con un cuerpo hinchado y con alas dobladas. Lo que se suponía que sería una linda mariposa que adornaría algún jardín con sus muy bellos encantos, jamás voló.

¿Qué fue lo malo en la “bondad” del hombre? Éste,  en su afán y  apuro para ayudar en el alumbramiento del invertebrado, no entendió que aquel era el agujero asignado por la madre naturaleza, aunque restringido en su apertura. Lo que tenía que  suceder era que mientras la mariposa salía por el diminuto orificio se iban forzando fluidos de su mismo cuerpo hacia sus alas, con el propósito que estas estuvieran grandes y fuertes para volar. ¿Qué le pasó a la mariposa? Al privársele de su lucha, entonces se le privó de su salud. Al no dejársele luchar en todo el necesario proceso para convertirse en mariposa, quedó inválida, y su postrer estado llegó a ser  comparado con  la fea oruga que dio origen a su capucho. Aquí hay una verdad que resalta a la vista: la libertad de volar está precedida por una intensa lucha. Los que dejan el “capullo” de sus vidas para “volar” son los que se trazan la meta de la transformación, haciendo de la lucha su devoción y su fiel aliada. 

Y es que la lucha es lo que más se requiere para vivir. ¿Qué pasaría si Dios nos  pusiera todo tan fácil y a la mano para progresar? ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos obstáculos que superar o escollos que enfrentar para lograr nuestras metas y propósitos? Bueno, lo más seguro es que  una vida que  no se le plantea una lucha, se convertiría en inválida. Hay muchos hoy que viven  “arrastrándose” porque se les “abrió el capullo” más de lo debido. 


La vida que tiene sentido es la que transita el camino de la lucha. Nadie se gradúa de médico, abogado, doctor o profesor sino invierte intensas horas a la investigación y al cumplimiento de sus asignaciones académicas. Los hombres que hoy brillan con luz propia en los escenarios científicos, deportivos y artísticos tuvieron que consumir muchas horas de práctica, incluyendo aquellas donde la repetición de lo  mismo presagiaba algún fracaso en la carrera. Admiramos a los hombres de negocios, a los que han coronado algún éxito en su vida, a los triunfadores, pero detrás de lo que hoy disfrutan tuvo que haber disciplina, tenacidad y constancia. Ningún éxito viene sólo. 

Los hombres que viven fracasados debieran regresar con frecuencia al momento donde comenzó  su lucha. Alguien escribió que “las alturas logradas por los grandes hombres no fueron alcanzadas en rápido vuelo; sino que durante la noche, mientras sus compañeros dormían, ellos fueron abriéndose el camino hacia arriba”. La Biblia no avala la desidia y la holgazanería. Para la pereza y la falta de laboriosidad  tiene sus más reconocibles críticas. Pero para el hombre que hace de su vida una lucha a través de la constancia y la disciplinada, se desborda en elogios y reconocimientos. Fue Jesús quien dijo que el reino de los cielos es para los valientes, para los que luchan. Esforcémonos por entrar por el “agujero”, hablamos de la puerta  estrecha que mencionó Jesús. Solo así podremos “volar” hacia una vida mejor.