La Palabra que nos limpia: la implantada
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.” (Santiago 1:21).
Santiago prosigue con su tema anterior, el de la tentación, al hablarnos de la necesidad de mantenernos firmes frente a ella, porque al ceder a los deseos de la carne, los resultados serían llenarnos de “toda inmundicia y abundancia de malicia “.
Esta expresión es una referencia a esa manera impura de vivir. Por lo tanto, frente a la realidad de la tentación, y considerando la bondad de Dios, debemos desechar ese estilo de vida pecaminoso.
En este texto la palabra clave de Santiago es “desechando”. De acuerdo con el original griego, esta palabra está escrita en el tiempo aoristo y sugiere una especie de ruptura con todo aquello donde la santidad de Dios no está presente.
Comentaristas como Robertson, comparan lo dicho por Santiago a lo expresado por Pablo cuando habla de despojarse del “hombre viejo” y revestirse del “nuevo hombre” (Efesios 4:2; Colosenses 3:8).
Mis amados, el mal corre libre en nosotros, hasta que lo dominamos y lo arrancamos de raíz.
El comentarista Trapp ha descrito este texto de una manera muy gráfica, cuando dice: “La apestosa inmundicia de una úlcera pestilente. El pecado es el vómito del Diablo, el excremento del alma, la superfluidad o la basura de la maldad… como se le llama aquí haciendo alusión a la basura de los sacrificios que se arrojaban al arroyo Kedron, es decir, la zanja de la ciudad”.
En contraste, cuando desechamos toda lo anterior en nuestras vidas ¿qué debemos hacer después? Santiago nos introduce en otro imperativo como si fuera la parte recomendada para llenar la vida al momento de “vomitar” esa inmundicia y malicia.
Mis amados, el mal corre libre en nosotros, hasta que lo dominamos y lo arrancamos de raíz.
Él nos dice: “recibid con mansedumbre la palabra implantada”.
“Recibid” es el imperativo de los dones divinos. La salvación no viene por nuestras obras, sino por la gracia de Dios a través de la palabra, cuando es sembrada, cual planta en la tierra, en nuestras almas.
Al hacer esto, el resultado no podía ser mejor: salvar nuestras almas.
Cuando la palabra de Dios entra al corazón como “espada de dos filos”, nos penetra hasta los tuétanos, revelando nuestra condición perdida, hasta conducirnos a la bendita salvación provista en la persona de nuestro muy amado el Señor Jesucristo.
No hay otro poder para cambiar ese corazón lujurioso y lascivo, como lo hace “la palabra implantada”. Ame esa palabra.
Desde lo más profundo del corazón de su pastor.