Libres del pecado por la sangre de Cristo

“El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:13-14).
La caída de Adán no solo nos convirtió en pecadores, sino que nos hizo habitar en el reino de las tinieblas, cuyo rey ha sido Satanás quien se encargó de cegar nuestro entendimiento, impidiendo que no nazca la luz del evangelio (2 Corintios 4:4).
Pero fue allí donde entró la poderosa intervención de Jesucristo para libranos “de la potestad de las tinieblas”.
Hablar de la potestad de las tinieblas es referirnos a la esclavitud pasada. Es aquel estado de separación de Dios e ignorancia de él donde la vida plena de gozo y satisfacción no tienen significado, por cuanto en esa vida hay un vacío total.
Y por ser esclavos de Satanás, no teníamos esperanza de escapar de él y el dominio de las tinieblas.
Era como si una fuerza irresistible nos arrastraba hacia un gran abismo de la nada, y mientras más luchábamos, más esclavos nos hacíamos, porque era una lucha en desventaja al hacerla por nosotros mismos.
Pero por la gracia soberana de Dios, cuando aún éramos por naturaleza hijos de las tinieblas, fuimos trasladados del reino de Satanás “al reino de su amado Hijo”.
¡Esto también es una realidad actual! Ahora somos parte de un mundo diferente: las tinieblas han dado paso a la luz. Antes éramos esclavos, pero ahora somos libres en Cristo, hijos de nuestro amado Rey.
¿Y cómo fue esto posible? Por la obra redentora de Cristo. A través de él ahora tenemos “redención por su sangre, el perdón de pecados”. La palabra “redención” lleva consigo la idea de comprar.
En la antigüedad la gente podía ir a un mercado y comprar un esclavo para llevarlo a su casa como cualquier otro producto. Jesucristo con su sangre nos ha comprado también. Nos compró en el “mercado” de las tinieblas para ser libres ahora y vivir solo para él.
Hemos sido librados de la tiranía de las tinieblas, cuyos amos eran Satanás y el pecado, para tener ahora una posición real por la muerte de Cristo, quien nos ha hecho reyes y sacerdotes, para ser libres y vivir dentro de su reino; un reino lleno de amor y esperanza.