Devocionales del libro de Eclesiastés 55

Devocional # 55
Salomón prosigue con su capítulo siete alternando temas de todo lo que ha visto de la vida “debajo del sol”. En su visión contempla la vida desde todos los ángulos, no solo para decirnos qué es lo mejor, sino para hablarnos acerca de qué es lo que hace que el hombre sea malo, sobre todo cuando tocó los temas que conciernen a la justicia y su aplicación. De eso nos habla ahora.
“Todo esto he visto en los días de mi vanidad. Justo hay que perece por su justicia, y hay impío que por su maldad alarga sus días” (Eclesiastés 7:15).
La nueva queja de Salomón se centra en lo que considera una contradicción y una injusticia. Es ver a hombres que sufren por ser justos y que los malos prosperan con su maldad. Y la queja del sabio es la queja de muchos. Cuando vemos las injusticias de la vida, aquellos que por buscar el bien vivir sufren tanto en lo que emprenden, mientras que los malos y perversos pareciera que la vida siempre les sonríe, aunque lo que hacen esté lleno de ganancias mal habidas.
Algunos definen este texto como un argumento que apoya la posición entre “el legalismo moral por una parte y la licencia moral por otra”. Es, en efecto, un llamado para que tengamos sabiduría cuando emitamos un juicio cuando hablamos de algo ético. Salomón concluye en su premisa que no hay una justa proporción al momento de ver la actuación del bien y del mal.
La versión bíblica Torres Amat de 1825, traduce este texto así: “He visto así mismo en los caducos y frágiles días de mi vida que perece el justo en medio de su justicia, y el impío vive largo tiempo en medio de su malicia”. Una primera impresión que el lector recibe cuando lee un texto como este es que Dios ha perdido el control, porque la vida pareciera estar al revés. Y Salomón, al no ver tal equidad en esto, llega a la conclusión que aquí también hay vanidad.
Pero si bien es cierto que en esta distribución son los malos los que parecen tener más larga vida, y mayor prosperidad, la verdad es que quien pesa los corazones y el que aplica la justicia justa es Dios. No nos quejemos por la aparente prosperidad del impío, porque el final de la vida es lo que cuenta, y es allí donde Dios sigue trabajando. Si padecemos por la justicia ahora, sepamos que “mejor es el fin del negocio que su principio; mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu (v. 8). La prosperidad del impío no será siempre mejor que el contentamiento del justo.
Sigamos la confianza del consejo bíblico: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré…” (Hebreos 13:5, 6).
Desde lo más profundo del corazón del pastor