Devocionales del libro de Eclesiastés 59

Devocional # 59
Si alguien conocía bien la declaración que veremos a continuación era el Predicador. Él, como un hombre sabio entendió la pecaminosidad en la que vive el hombre, siendo el mismo uno de ellos. Irónicamente el hombre más sabio del mundo también fue un gran pecador.
“Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20)
El presente texto se convierte en uno de esos que pone al descubierto el corazón del hombre. Los que se consideran tan justos, y que piensan que por sus obras serán justificados, no han leído este texto. La Biblia nos confronta con esta verdad una y otra vez. El profeta Jeremías preguntaba: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal? (Jeremías 13:23). La verdad que corre por las venas de la Biblia es que “no hay justo, ni aun uno… no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:10-12).
¿Por qué cree usted que cada vez que queremos hacer las cosas bien, terminamos haciéndolas mal? Porque hay en nosotros una naturaleza pecaminosa, corrompida y perversa. Pero no fue así al principio. Dios creo al hombre santo, limpio y sin conciencia de pecado. Pero cuánto daño ha hecho el pecado en nuestros corazones. ¡Qué triste y dura realidad nos recuerda este versículo!
Cuando miro a mi alrededor, y luego me miro a mí mismo, tengo que reconocer la verdad que se esconde en todo esto, porque al final no hay nadie justo; y esto me humilla y avergüenza. Quizá fue esta visión interna que llevó al profeta Isaías a decir que era un hombre muerto e inmundo de labios (Isaías 6:5), o a Pablo exclamar: “!!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). Sí, no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y no peque.
Y si bien es cierto que este texto pudiera frustrarnos, no nos desesperemos hasta claudicar por nuestra naturaleza caída. Ahora conocemos la buena noticia: Jesucristo es el hombre sin pecado que murió para justificarnos delante de su Padre. Y con esta confianza podemos decir también con Pablo “¡Gracias te doy Padre, por tu Hijo Jesucristo Señor mío!” (Romanos 7: 25). Aunque no hay un justo que no peque, existe un justo que no pecó para justificarme de mis pecados.
Así que “donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia”. Gracias demos a Dios por Jesucristo