La esperanza que nos está guardada

“…a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad […]” (Colosenses 1:5-6).

Pablo se enteró del buen testimonio de los hermanos de Colosas. Ellos eran receptores de los que algunos han llamado las “virtudes teologales” del cristianismo: amor, fe y esperanza. 

Habían puesto su fe en Cristo Jesús, tenían un especial amor por todos los santos; pero, además, ellos tenían una esperanza viva y legítima “guardada en los cielos”. ¡Qué bendición pastorear una iglesia con estas virtudes imperecederas! Bienaventurado el creyente que tiene esto. 

La esperanza  referida por Pablo no es algo etéreo; más bien es una seguridad, porque está guardada en los cielos por el mismo Cristo, por cuanto él es nuestra esperanza de gloria (1:27). Y esa esperanza vino a ellos no por un mero conocimiento filosófico, sino por la palabra verdadera del evangelio.

La esperanza en un creyente viene por la revelación hecha del evangelio en su vida. El evangelio verdadero profetizado en el AT y ahora revelado en Cristo.

“El evangelio trae frutos y trae crecimiento.”

Ese evangelio llegó a ellos, en su mayoría gentiles. Llegó y los transformó, porque ese es el trabajo del evangelio. Es el evangelio del cual el mismo Pablo habla a los romanos, siendo “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16).

Ese evangelio llegó a ellos, pero también “a todo el mundo”. ¿Cuál mundo? ¿No era eso como hiperbólico? No, era real. El evangelio estaba llenando todo el imperio romano, razón por la cual muchos creyentes fueron expulsados de Roma después. 

El evangelio trae frutos y trae crecimiento. Esos frutos tienen que ver con la transformación de vida, un cambio operado en el corazón arrepentido y ahora rendido al Señor. Este es un evangelio dinámico, con estos visibles resultados.

El poder del evangelio necesariamente debe traer estos dos resultados en la vida, y quien esto no vive, no ha sido transformado. 

Para comprobar este testimonio, Pablo dice que los hermanos de Colosas vivían esta experiencia transformadora “desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad”.

El evangelio encarnado en la persona de Jesús es la gracia misma venida del cielo. Se espera entonces una vida cambiada desde el mismo día cuando se oye y se conoce esa gracia divina. 

Jesucristo es el evangelio encarnado, enviado de Dios por su infinito amor, para convertirnos en herederos de esa gracia, con el propósito de dar frutos en el extendimiento de su reino.