Fé sin distinción. Pt 2

“Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?” (Santiago 2:5-7).

La manera como Santiago utiliza el imperativo “oíd” expresa un sentido de urgencia. Su llamado de atención ante un tema tan delicado como era la imparcialidad ha sido  sin cortapisas.

La presencia de este pecado de división de clases debía encararse sin dilaciones y con la madurez debida, por cuanto la iglesia era una sola y ahora estaba dividida.

La naturaleza humana tiene una tendencia innata a querer asociarse con la gente rica, famosa y de prestigiosa. Los pobres no siempre levantan a primera vista el interés humano debido a su propia condición.

A pesar de ser fácil para el hombre parcializarse con los ricos, no sucede lo mismo con Dios; en todo caso, Él no toma partido en esta distinción, pero si lo vemos con una deferencia por los pobres, recibiendo de Él su bendición.

Santiago responde al problema del prejuicio hacia los pobres a través de una pregunta.  En ella el autor nos da a conocer por alguna revelación especial la escogencia de los pobres para ser herederos de una riqueza mayor y mejor de la de los ricos: la riqueza de la fe y con ello el reino de Dios.

Por cierto, la defensa tan vehemente de Santiago no lo ubica como un luchador social, al mejor estilo de ese comunismo rancio que hace de esto su bandera.

En todo caso, su posición sigue más bien a la de Jesús cuando al hablar del cumplimiento de la profecía y su misión en este mundo, dijo:  El Espíritu del Señor está sobre mí,

Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos {…}” (Lucas 4:18).

Jesús consideró a los pobres y desamparados de es mundo como el objetivo central de su misión como Mesías. 

Pero vosotros habéis afrentado al pobre”. Esta declaración da por sentado un problema visible en la congregación de ese momento. Algunos creyentes de esa diáspora habían cometido el pecado de la discriminación.

Al favorecer más a los ricos de este mundo, estaban afrentado a los pobres y  también el nombre de Dios. Y para confrontarlos acerca de su pecado, Santiago sigue con otras dos preguntas retóricas, cuyo fin es hacerles ver que los ricos a quienes  tanto aman, son los primeros en oprimirles y blasfemar el buen nombre de Cristo entre ellos. La parcialidad con los ricos al final cobra sus propios dividendos. 

El pecado de la discriminación, eso es una afrenta contra Dios. Cuidemos de cometerlo.  

 Desde lo más profundo del corazón de su pastor.