Honrando a Dios primeramente

“¡Alaben al Señor, Dios de nuestros antepasados, que hizo que el rey deseara embellecer el templo del Señor en Jerusalén!  ¡Y alábenlo, porque me demostró tal amor inagotable al honrarme delante del rey, sus consejeros y todos sus poderosos nobles! Me sentí alentado, porque la bondadosa mano del Señor mi Dios estuvo sobre mí. Así que reuní a algunos de los líderes de Israel para que regresaran conmigo a Jerusalén” (Esdras 7:27-28).

Todo el estudio previo de este pasaje nos ha mostrado la manera cómo el rey Artajerjes ha honrado a Esdras, escogiéndolo para esta noble tarea, exaltando en él sus altas cualidades como un hombre de la ley, quien la ha vivido y la ha puesto en práctica.

Pero también el rey de alguna manera u otra ha honrado a Dios, aunque seguramente lo había visto como un dios más de la lista que seguramente adoraba. Pero ahora es Esdras quien alaba a su Dios. 

Si alguien conocía a Dios era Esdras. Siendo él un escriba versado en la ley, quien a diferencia de los escribías durante el tiempo de Jesús, la vivía y la practicaba. Tan revelador conocimiento de Dios le permitió comenzar esta oración a manera de exclamación, diciendo: “¡Alaben al Señor, Dios de nuestros antepasados, que hizo que el rey deseara embellecer el templo del Señor en Jerusalén!”.

Esto no podía ser de otra manera. Esdras reconoce que ciertamente el rey ha tenido un gran interés en “embellecer el templo del Señor”, pero eso se debió a la misma obra de Dios, quien al final inclina el corazón del rey para hacer lo que él quiere de acuerdo con lo dicho por el sabio rey (Proverbios 21:1). 

Esdras no solo alaba a Dios por la manera cómo usó al rey a través de una extravagante generosidad para la casa de Dios, sino también lo alaba por la gracia dada a él delante de tan altos dignatarios, cuando dice: “¡Y alábenlo, porque me demostró tal amor inagotable al honrarme delante del rey, sus consejeros y todos sus poderosos nobles! No hay duda de que la ley llevó a Esdras a tener un corazón inclinado a la adoración.

La frase “amor inagotable” sigue siendo parte de la alabanza con la que Esdras reconoce a Dios en su extravagancia para con él en todo lo emprendido en acometer la obra en Jerusalén. Bien pudiéramos afirmar con esto que Esdras fue una especie de “hijo mimado” del Señor por la manera cómo lo amó y lo usó para enaltecer su gloria.  

Tales reconocimientos produjeron en el corazón del sacerdote Esdras un gran aliento, tan necesario para la gigantesca obra en Jerusalén, la ciudad donde regresaba después de unos 80 años en el exilio. Este fue testimonio: “Me sentí alentado, porque la bondadosa mano del Señor mi Dios estuvo sobre mí”.

Y a partir de ahora, esta frase será siempre repetida, porque Esdras supo desde el principio de la mano de Dios guiándole en todo siempre. 

Dios es digno de ser alabado siempre. Todos los logros de nuestra vida tienen su origen en él. Quien esto hace, como lo hizo Esdras, reconoce su soberanía en todas las cosas hechas. 

Desde lo más profundo del corazón del pastor.