Introducción a la Carta a los Colosenses

La ciudad de Colosas, de donde viene luego el término “carta a los Colosenses”, estaba situada en Asia Menor, actual Turquía, a una distancia de unos 175 km. al oriente de Éfeso.

Colosas fue una ciudad próspera, pero cuando Pablo escribió su carta ya estaba en decadencia. 

Curiosamente, Pablo no anunció el evangelio en esta ciudad, por lo tanto, no fue su fundador como aparece como con otras iglesias.

La fundación de la iglesia se le atribuye a Epafras, compañero y ministrador de las necesidades de Pablo (cf. Colosenses 1.7). Sin embargo, la influencia de Pablo ejercida en su discípulo, y los consejos dados, se verán como si Pablo mismo hubiera fundado a la iglesia.  

La comunidad cristiana de ese lugar se componía principalmente de personas procedentes del mundo del paganismo (cf. 1.21; 2.13). 

Pablo escribió esta carta después de la visita hecha por su discípulo Epafras, quien le informó acerca de unas herejías infiltradas en la congregación.

De acuerdo con la exposición del comentarista Lightfoot, las herejías tenían que ver con la substitución de seres creados, como los ángeles, por la verdadera cabeza de la creación, Jesucristo.

La otra parte de la herejía tenía que ver con la prioridad que los colosenses les daban a los preceptos ceremoniales como su fundamento para enseñanza ética. Pablo contrarresta esa herejía diciendo que la única ética aceptada para el cristiano es la basada en los valores del reino de Dios. 

Hay un consenso desde el siglo II para atribuir a Pablo como el autor de la carta.

Colosenses, junto con Efesios y Filemón, forman parte de las llamadas “Epístolas de la cautividad”.

Al parecer todas fueran escritas el mismo tiempo cuando Pablo estuvo preso en Roma. Se le atribuye a Tíquico y a Onésimo el haber llevado las epístolas de Filemón y Colosenses a la iglesia de Colosas (4:7-9). 

Por cuanto la “herejía colosense” consistió en haber desplazado a Cristo de su preeminencia en todo, Pablo se dedicará a hablar desde el mismo primer capítulo contrarrestando esto y resaltando a Cristo (Cfs. 1:15-23).

Si bien aquella herejía no pretendía poner a un lado a Jesucristo, sino suplementarlo, considerando al cristianismo como algo solo para los que iniciaban, pero no como un conocimiento completo, Pablo hace a través de esta carta una a presentación apologética, dejando, como en ninguna otra su posición, eminentemente cristológica. 

Personalmente, esta es una de mis cartas preferidas. Ver a Pablo usando su filosofía y su teología para exponer a Cristo en su preeminencia es algo que al lector le fascinará.

Animo, pues, a todos los amantes de La Palabra Expuesta a unirnos en un estudio texto por texto de esta carta para sacarle el mejor provecho para nuestro crecimiento espiritual.

Mi anhelo al estudiar esta carta es sentir como Pablo mismo: exaltar a nuestro muy amado el Señor Jesucristo.

Si esto hacemos, la carta misma será una de las mayores fuentes de conocimiento para entender mejor a Cristo y su obra como Creador, Sustentador y Salvador. 

Entremos, pues, con mucha hambre y sed de la palabra, a estudiar esta insondable carta. Preparémonos para navegar en este anchuroso y gran océano de uno de los más grandes escritos de Pablo.

Pidámosle a Dios que nos de entendimiento y sabiduría para entender su palabra de tal manera que al final de este estudio tengamos una mejor visión del Cristo exaltado por Pablo.

Que el Señor nos ayude en esta nueva y enriquecedora aventura del estudio bíblico.