La fé sin obras está muerta

“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”
(Santiago 2:14-17).
Santiago vuelve a una de sus frases favoritas: “hermanos míos”. En toda la carta hace referencia a sus destinatarios como “hermanos”, “hermanos míos” y “hermanos míos amados” manifestando con esto su profundo afecto. Santiago era un auténtico pastor con una palabra siempre de exhortación, pero con un lenguaje de amor.
Con esta manera tan particular se introduce a ellos con varias preguntas retóricas, propias de su estilo en la carta.
Las dos preguntas hechas con el propósito de despertar en ellos la confianza que tenían para salvarse en una fe sin obra, está escrita cuya respuesta debería ser un “no”. Con esto Santiago levanta un tema polémico de la fe salvadora con obras y la salvación por la fe sin las obras.
“la fe sola salva, pero la fe que salva no anda sola; tiene obras buenas que la acompañan”
Ambos, Santiago y Pablo, tratan ese tema. Pero no hay tal cosa como una contradicción, sino dos enfoques con contextos diferentes para ambos casos.
Cuando Santiago preguntó “¿podrá la fe salvarle?”, no contradijo a Pablo, quien insistió en una salvación sin las obras de la ley (Efesios 2:9). Santiago habla del tipo de fe que salva.
Somos salvos por gracia a través de la fe, no por obras; pero la fe salvadora tendrá obras que la acompañen, y eso lo dice Pablo en Efesios 2:10. Como dice un refrán: “la fe sola salva, pero la fe que salva no anda sola; tiene obras buenas que la acompañan”.
Para ilustrar esto, Santiago se enfoca en una fe totalmente práctica. Se refiere al caso de los hermanos con profundas necesidades, como la falta de ropa y de comida, quienes, viniendo a la congregación donde deberían ser atendidos, pero en lugar de eso los envían a sus casas, diciéndoles “Id en paz, calentaos y saciaos” sin darles la atención debida; eso es, “las cosas que son necesarias para el cuerpo”; la pregunta es “¿de qué aprovecha?”.
La fe en Dios por medio de Jesucristo, aquella donde la certeza y la convicción fluye de nuestras mentes y corazones (Hebreos 11:1), debe traducirse en hechos tangibles y demostrables. Sola una fe vibrante en palabra y en las obras, respaldada por el amor a Dios y a nuestro prójimo, nos salva. Esa clase de fe no está muerta, sino viva.
“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”. Una fe viva es una fe verdadera. Si la fe es la que sostiene nuestra vida, nuestra actuación debiera ser siempre de acuerdo con ella misma. Una fe insensible es una contradicción de términos.
Si nuestra fe está en Cristo, entonces debe importarnos aquellos desnudos y necesitados del mantenimiento, así como Cristo tuvo compasión por los desamparados (Mateo 9:36-38).
La salvación en Cristo se demuestra a través de los frutos de nuestra compasión.
Desde lo más profundo del corazón de su pastor.