La vida escondida en Cristo
“Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:3-4).
Hemos dicho que Colosenses es la carta de la Cristología. En ninguna otra se encumbra tanto la figura y preeminencia de Cristo como en esta. Pablo ha pasado de usar sus argumentos teológicos y hasta filosóficos, para refutar también las “filosofías huecas”, hasta llegar a esta parte práctica de la carta, hablándonos de la nueva posición que ahora tenemos en Cristo.
“Porque habéis muerto”. Esta declaración proviene del imperativo anterior, cuyo llamado ha sido el de poner la mirada en las cosas arriba “donde está Cristo sentado”. Pero aún más, proviene de nuestra resurrección hecha a través de Cristo. La “muerte” acá es al mundo; aquella vida caracterizada por “nuestros delitos y pecados”.
A esa vida ya hemos muerto, y ahora gozamos de la promesa de una vida “escondida con Cristo en Dios”.
Hay un misterio sublime en esta profundidad teológica de la que Pablo nos habla. Ahora nuestra vida está escondida, oculta para los hombres y para el mundo, por cuanto hemos muerto a él, pero muy presente delante de Dios, reservada para el día de la gran manifestación.
Nuestra vida escondida en Cristo aguarda ahora el día cuando Cristo volverá otra vez.
Pero esa vida enigmática, indefinible, que desconcierta el entendimiento del mundo, y a veces el nuestro, hasta el punto de no entendernos, algún día muy pronto por llegar, revelará su misterio, el significado oculto de las cosas.
El asunto es que Cristo ha tomado nuestra vida, de allí la idea de “estar oculta en él”, pero él regresará y revelará esta vida que está escondida en Él.
Y note como Pablo nos habla de esa vida y su manifestación. No es cualquier cosa la que nos espera. Esa vida oculta ahora, solo en su presencia, aguarda por el día cuando seremos “manifestados con él en gloria”.
Otra vez, ahora nuestra vida pareciera no tener valor o significado para el mundo. Pero no es el mundo quien nos califica, sino el Señor.
Un comentarista bíblico lo dice así: “Cuando Él se manifieste, pues, el mundo descubrirá la verdadera vida, mientras que con demasiada frecuencia la imagen que reflejamos de la misma en nuestra propia existencia está borrosa, distorsionada, descolorida, débil y manchada por el pecado.
Cuando Él se manifieste, todas las cosas serán hechas nuevas”. Guy Appéré, El misterio de Cristo, trans. Demetrio Cánovas Moreno, Segunda edición. (Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino, 1999), 100.