Las Palabras Sabias penetran como aguijon

Muy buenos días mi bella gente, hermoso pueblo de Dios, la Novia y pronto Esposa del Cordero.

En esta penúltima entrega de Eclesiastés tenemos lo que sería el Epílogo del libro, algo así como la obra literaria donde se dan las razones de los acontecimientos de este tercer libro de sabiduría del Predicador.

En su parte final se declara un sabio que usó su conocimiento para componer y enseñar proverbios para que todos los aprendieran.

“Y cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios.  Procuró el Predicador hallar palabras agradables, y escribir rectamente palabras de verdad. Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor. Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne” (Eclesiastés 12:9-11).

Cuando uno lee esta especie de despedida del Predicador, debe verse más allá de  sus palabras lacónicas y quejosas de esa vida “debajo del sol”, acompañadas en su largo discurso, para observarlo como un hombre elocuente, esmerado en la escritura, de manera de poder ser escuchado con entendimiento y obedeciendo lo enseñado. 

Aquí vemos a Salomón haciendo un buen uso de la sabiduría recibida como al principio de su vida.

Mientras más sabio fue se dedicó a la enseñanza. Ayudó al pueblo a volcarse a escudriñar sus proverbios.

Procuró escribir cosas agradables al oído, especialmente aquellas calificadas como “rectamente palabras de verdad”.

Hasta esta parte no se puede “juzgar” a Salomón de negligencia y desperdicio de la sabiduría recibida, porque la usó para bien. 

Contrario a esto, podemos ver a un Salomón mostrándonos cómo debiéramos proclamar la verdad de Dios.

Que nuestras palabras sean como aguijones y clavos hincados; ellas cambiarán su voluntad y golpearán la memoria.

Somos llamados enseñar sabiduría al pueblo, buscando palabras agradables, pero siempre a través de lo recto con palabras de verdad.

Que nuestras palabras sean como aguijones y clavos hincados; ellas cambiarán su voluntad y golpearán la memoria. El fin de la predicación no puede ser menos que esto porque estamos hablando del destino eterno de la gente.

En estos consejos finales Salomón nos deja esta amonestación: “No hay fin de hacer muchos libros”, porque según él, “el mucho estudio es fatiga de la carne”.

Cuando Salomón habla así no se está contradiciendo a sí mismo, porque él mismo “compuso tres mil proverbios, y sus cantares fueron mil cinco” (1 Reyes 4:32).

La idea más bien es no esforzarnos tanto en buscar el conocimiento en los libros, porque al final se hace fatigoso, sino hacerlo a través del conocimiento y la sabiduría en aquello revelado, como lo es la bendita palabra.

Que seamos amonestados por las palabras “dadas por un Pastor” … y ese Pastor es Dios.

Desde lo más profundo del corazón del pastor