El Lloro que viene del Gozo

“Y muchos de los sacerdotes, de los levitas y de los jefes de casas paternas, ancianos que habían visto la casa primera, viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban en alta voz, mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría. Y no podía distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro; porque clamaba el pueblo con gran júbilo, y se oía el ruido hasta de lejos” (Esdras 3:12-13).

Muchos de los ancianos mencionados por Esdras, entre ellos los sacerdotes, “levitas y de los jefes de casas paternas”, tenían fresca en sus memorias la gloria del templo pasado, y el evocar ese recuerdo, muchos de ellos prorrumpieron en un gran llanto, lleno de gozo.

Si ese grupo formó parte de los que fueron llevados al cautiverio, seguramente serían niños al momento de salir, considerando los setenta años vividos en Babilonia.

El templo construido por Salomón era una obra simplemente majestuosa, cuyo costo total por todo lo invertido, fue  entre $5 a $8 billones. Aunado a esa suma gastada, estaba la belleza misma de esa casa, considerada como una de las siete maravillas del mundo de ese tiempo.

Este recuerdo, y el poner los cimientos para dar inicio a esta reconstrucción, trajo un obligado llanto en medio de aquellos sacerdotes, los ministradores de ese templo.

 Sobre este enorme llanto, Adeney comenta: “Posiblemente, algunos de ellos habían estado parados en el mismo lugar medio siglo atrás en agonía y desesperación, mientras miraban las llamas crueles consumiendo las rocas antiguas y las vigas de cedro ardiendo en llamas, y todo el oro fino escurecido por las nubes negras de humo.” 

 “Lloraban en alta voz, mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría”. Si bien es cierto que los ancianos “daban grandes gritos de alegría”, mucho de ese llanto pudo venir por el recuerdo de la manera cómo fue destruido, pero también por los pecados de idolatría que provocaron la ira de Dios.

Pero también ese llanto pudo ser por causa de la extrema pobreza de los exiliados. Sus recursos para levantar esa obra serían muy escasos.

Este texto es muy ilustrativo. Esdras plasmó en su libro la vivencia de aquella experiencia. Habla de la mezcla entre el “clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro”. Aquella notable “confusión” era propia de sentimientos encontrados. Se trataba de levantar otra vez la casa de Dios.

Nadie como Israel para saber cómo Dios manifestada su gloria en el lugar santísimo y esto trajo en medio de los presentes aquel momento único y memorable. 

La puesta en marcha de aquellos primeros cimientos, por los albañiles, produjo una reacción “porque clamaba el pueblo con gran júbilo, y se oía el ruido hasta de lejos”. La obra del Señor no espera menos que esto de nosotros.

Cuando perdemos el júbilo y el gozo por la casa del Señor, nos olvidamos de su valor y significado como lugar de adoración. 

Que otros oigan nuestro júbilo y gozo al momento de trabajar en la casa del Señor.

 Desde lo mas profundo del corazón del pastor.