Los Sacrificios hechos en la casa del Señor
Los hijos de la cautividad, los que habían venido del cautiverio, ofrecieron holocaustos al Dios de Israel, doce becerros por todo Israel, noventa y seis carneros, setenta y siete corderos, y doce machos cabríos por expiación, todo en holocausto a Jehová. Y entregaron los despachos del rey a sus sátrapas y capitanes del otro lado del río, los cuales ayudaron al pueblo y a la casa de Dios” (Esdras 8:35-36).
No sabemos si el pueblo del exilio celebró fuera de Jerusalén los sacrificios como vemos en este texto. Pero aquí están “los hijos de la cautividad, los que habían venido del cautiverio […]” ofreciendo con gozo los cuatro tipos de sacrificios (becerros, carneros, corderos y machos cabríos) que eran los holocaustos demandados por Dios en la Casa de Dios.
El momento de la llegada a Jerusalén seguramente fue de un gozo indescriptible. Valió la pena todo aquel recorrido. Y la manera cómo estos “hijos de la cautividad” expresaron su gozo fue la de adorar al Señor en el templo.
Uno de los salmos nos habla de lo difícil que fue para este pueblo esclavo en Babilonia cantar las canciones de su patria cuando le pedían hacerlo (Salmos 137:3-4). Sin embargo, ahora están en su ciudad y con gozo cantan y ofrecen sus sacrificios. Ahora si pueden darles rienda suelta a todas sus emociones.
El tema del regreso del cautiverio es uno de los más significativos en las Escrituras. Por un lado, se trata del cumplimiento de las profecías de Jeremías 25:11 y de Daniel 9:1-2.
Fue el tiempo preciso con el cual Israel pagó amargamente su castigo de sus pecados por los cuales Dios tomó esa difícil decisión que su pueblo fuera llevado en cautividad ante una nación cruel como lo fue Babilonia. Ahora ellos han regresado, pero solo un pequeño remanente.
Esdras, quien es todo un estadista, y alguien a quien le importaba mucho los números para dejar todo bien documentado, aquí lo vemos contando la cantidad del holocausto ofrecidos al Señor: “doce becerros por todo Israel, noventa y seis carneros, setenta y siete corderos, y doce machos cabríos por expiación […]”.
Este número de sacrificios, de acuerdo con el presentado 6:7 fueron los mismos en cuanto a los animales, pero muchos menos, lo cual reflejaba la poca gente venida del cautiverio comparados con los que decidieron quedarse.
Tarea cumplida. Esdras finalmente entregó “los despachos del rey a sus sátrapas y capitanes del otro lado del río, los cuales ayudaron al pueblo y a la casa de Dios”. El gozo y la satisfacción por el trabajo hecho debió ser muy grande para este sacerdote, pues ahora ve coronado el largo viaje y la razón de su presencia allí.
Y como respaldo a su misión, los pueblos circunvecinos ayudaron a instaurar su sistema sacrificial, que era el medio por el cual tenían comunión con Dios. La mano de Dios estuvo siempre con este siervo suyo.
Cuando Dios pone su mano en su obra, todo lo demás es asunto de ejecutarla.
Desde lo más profundo del corazón del pasto