No murmuremos entre nosotros

“Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.  Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?” (Santiago 4:11-12).

¿Cuál será el resultado de humillarnos y ponernos bien con Dios según lo dicho por Santiago previamente? Cuando estamos bien con Dios nos ponemos bien con los demás. Y la manera de hacerlo es no juzgándole.

Al hacer esto mostramos el grado de amor y respeto que sentimos por nuestros hermanos. Si Santiago todavía tiene en mente el mal uso de la lengua, con estos dos mandamientos pareciera ponerle fin a este tema. 

“Hermanos, no murmuréis los unos de los otros”. Santiago menciona en el mismo texto tres veces la palabra “hermano”. Esto le da mucha fuerza al tema de murmurar y juzgar dentro de la comunión de la iglesia. Estos dos pecados son comunes y tolerables en el mundo, pero al darse en la iglesia, habla de la condición carnal de algunos creyentes. 

De acuerdo con el comentarista Barclay, la palabra “murmurar” viene de una raíz griega referida a aquellos que se reunían en las esquinas de las plazas, formando pequeños grupos, para pasarse información confidencial entre ellos mismos, con el propósito de destruir el buen nombre de las personas, quienes no estaban allí para defenderse.

Quien murmura y juzga al hermano come un pecado directamente contra la ley en ambas direcciones. ¿Cuál es el problema para quien esto hace? El hermano que juzga a otro le quita el lugar a la ley, poniéndose en lugar de ella, siendo la ley la única encargada de dictar sentencia respecto a nuestra conducta y manera de vivir.

Ningún ser humando tiene autoridad para hacer esto, porque uno solo es el dador de la ley; de allí la pregunta de Santiago “¿quién eres para que juzgues a otro?”.  ¿Y no hacemos los mismo nosotros?

 ¿Quién eres tú para juzgar a otro? Esta pregunta de Santiago realmente es una extensión del tema de la misma humildad ya tratado en este capítulo. Cuando la humildad forma parte del fruto del Espíritu en nosotros, jamás cometeremos el pecado de juzgar arrogantemente a nuestros hermanos.

Jesucristo ya había hecho el mismo planteamiento cuando habló de los que miran la “paja” en el ojo ajeno, pero no ven la “viga” de sus ojos (Mateo 7:1-6).

Murmurar y juzgar a otros es un pecado de la lengua, entonces busquemos siempre lo bueno para hablar de los demás y de esa manera edificaremos el cuerpo de Cristo.  

 Desde lo más profundo del corazón de su pastor.