Nadie es salvo, a menos que nazca de nuevo

Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18).

Santiago ahora nos introduce en un nuevo texto cuyo propósito es mostrarnos el gran tema de nuestra salvación. Esta salvación, cuyo mejor significado es nacer de nuevo “por la palabra de verdad”, ha sido el acto de la exclusiva y soberana voluntad de Dios.

No hay duda respecto a quien le pertenece nuestra salvación. El hombre no ha hecho nada para tener una salvación tan grande. No son por nuestros méritos propios, sino por los Suyos.

Nadie podrá salvarse a menos que nazca otra vez. 

 De acuerdo con el comentarista Trapp, el significado de la oración “nacer de nuevo”, la expresión correctamente significa: ‟Él hizo el oficio de una madre para nosotros, el de llevarnos a la luz de la vida”.

Literalmente Dios nos parió en Jesucristo. Aquella “salvación” proclamada por los hombres, donde intervienen sus obras para alcanzar en el cielo, no es bíblica. Nadie podrá salvarse a menos que nazca otra vez. 

En este texto debe considerarse el acto deliberativo de Dios en salvarnos. Fue algo dado   “por su propia voluntad”. Esto habla de una espontaneidad no obligada por nada. No hubo alguien detrás de nuestro Dios motivándolo para tener compasión de nosotros. 

Él lo hizo porque se deleita en misericordia. Lo hizo por su pura e infinita gracia, y porque amó al mundo “de tal manera”, dándonos a su amado Hijo Cristo. Bendita sea su gracia. 

Pero de igual manera, Santiago nos deja claro el medio usado por Dios para nuestra salvación: “la palabra de verdad”. Nadie puede nacer de nuevo, sino es de “agua y el Espíritu”, le dijo Cristo a Nicodemo (Juan 3).

En este texto, la palabra “agua” es una referencia a la palabra de Dios. El acto de nuestra salvación es operado por la palabra divina, puesta por el Espíritu Santo en nuestros corazones, llegando a su transformación. 

¿Cuál es el propósito final de la salvación? Para “que seamos primicias de sus criaturas”. La figura de las primicias nos viene del Antiguo Testamento donde la primera cosecha era dedicada al Señor, para demostrar quien era el dueño de todas las cosechas (Éxodo 28:19; Levítico 23:10).

Pero también esta es una metáfora para hablar de lo primero en prioridad y en importancia. Los recipientes de la carta de Santiago eran las primicias, no porque ellos fueran más amados que otros, sino porque ellos iban a ser usados para alcanzar a los demás.

La salvación es un acto de la pura voluntad de Dios, nadie lo obligó a Él a salvarnos.

Desde lo más profundo del corazón de su pastor.