La Ley de la Libertad
“Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2:11-13).
La advertencia de Santiago es la de tener una obediencia selectiva, donde pretendamos escoger algunos mandamientos de Dios para obedecerlos y no cumplir los otros. A Dios le importa toda la ley.
En este caso no podemos decir: “Bueno, a mi me gusta más el mandamiento de Dios en contra del asesinato, y ese guardaré. Pero el mandamiento en contra del adulterio si me gusta, ese lo voy a ignorar”.
Pero la ley no da esa opción. Un rabino llamado Adamson enseñaba: “Si un hombre cumple todos los mandamientos, excepto uno, es culpable de todos y cada uno; romper un precepto es desafiar a Dios que ordenó el todo”. La ley de Moisés demanda un cumplimiento absoluto para ser salvos.
Santiago nos presente en este texto el contraste entre la ley de Moisés y la ley de la libertad. La primera planteaba un estricto cumplimiento, hasta el punto que si alguien cumplía algún mandamiento, pero falla en otro, quedaba convicto de ella como un transgresor.
Ese es el ejemplo con el cual habla, diciendo: “Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley”. Pero ya el creyente no está bajo esa ley, sino de la libertad. Por cuanto Cristo ya cumplió ley antigua, ahora nosotros si podemos cumplir esta.
Hemos quedado libres para amar de esta manera, y todo el juicio de esa nueva ley estará sujeto a la misericordia
El creyente goza ahora de la ley de la libertad y por ella será juzgado. Ahora bien, por cuanto es esta ley a través de la cual seremos juzgados, debemos hablar y hacer las cosas según su nueva demanda. La ley de la libertad se basa en el amor a Dios y en el amor al prójimo (Mateo 22:37, 39).
Hemos quedado libres para amar de esta manera, y todo el juicio de esa nueva ley estará sujeto a la misericordia: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia […]”. Esa ley será más fácil de cumplirla.
De acuerdo con el comentarista bíblico Morgan: “La ley de la libertad es la ley que define la relación entre Dios y el hombre como una relación de amor. Hablar y actuar bajo ese impulso es ser realmente libre. Si esa ley se desobedece, si no se muestra misericordia, entonces el juicio basado en esa ley no mostrará misericordia”.
“Y la misericordia triunfa sobre el juicio”. En el juicio solo la vida llena de misericordia triunfará. Quien hace misericordia entrará a esa vida glorificada al final de sus días y quedará libre de condenación.
La ley de la libertad canaliza su dictamen final bajo la bondad de la misericordia, en lugar de la inclemencia de la ley antigua.
A la luz de la ley de la libertad deberíamos orar como David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmos 139:23–24). Vivamos bajo la ley con la que Cristo nos hizo libres.
Desde lo más profundo del corazón de su pastor.