¿Nuestra alegria agrada a Dios?

Muy buenos días mi bella gente, hermoso pueblo de Dios, la Novia y pronto Esposa del Cordero.

Esta última porción de Eclesiastés debe ser conectada con el capítulo doce, el final del libro. Después que el Predicador nos ha traído por un largo camino, donde dos dejó ver su visión de aquella vida “debajo del sol”, ahora aborda el tema de la alegría de la juventud, dando por cierto que si no es aprovechada vendrá pronto su ocaso, y donde no tendrá contentamiento. Así escribe.

“Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios. Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal; porque la adolescencia y la juventud son vanidad” (Eclesiastés 11:9-10).

Este texto a primera vista nos habla de una permisología para la alegría, especialmente cuando se es joven; porque vivir una juventud triste sería la mayor de las contradicciones.  Una juventud triste y sin el brillo, es un adelanto anticipado de la vida cuando le llega su atardecer.

Sin embargo, el sabio pronto aconseja que ese gozo debe ser disciplinado, por las consecuencias que traería a la vida misma, dejar al corazón y a la vista, determinar y controlar la vida. 

Como el rey sabía, por su propia experiencia, de las concupiscencias juveniles, tales como borracheras, promiscuidad sexual, pereza… de inmediato aconseja: “Pero recuerda que sobre todas estas cosas te juzgará Dios”. De esta manera, la alegría tiene sus límites; debe estar sujetada por los mandamientos de Dios.

Tenemos tantos jóvenes cometiendo excesos, viviendo las consecuencias de sus actos, con la atenuante que sobre esos actos vendrá un juicio.

De esta manera, la alegría, el placer del corazón y el camino por donde transita la juventud, deben  ser examinados, por estar a la vista de Dios, quien finalmente juzgará cada acto de nuestra vida. Los placeres de la juventud deben ser sanos, porque de lo contrario, destruirá el testimonio y se convertirá en una ofensa para el Señor. Alégrese joven, pero en el Señor. 

Salomón nos deja un texto para ser aplicado en dos maneras. De la forma positiva, el corazón del joven debe sentir placer en lo que hace, andar en los caminos de su corazón con vigilancia, y que la vista de sus ojos sea inclinada a todo lo bueno.

Esto debe ser permitido. Pero el otro riesgo es no aplicar a todos estos deseos el dominio propio, arruinando finalmente esa preciosa vida. 

¿Qué debe hacer entonces el joven? Quitar de su corazón lo que puede arruinarle, siendo el enojo y la perversidad de la carne sus grandes enemigos. El asunto es, que como la juventud también es vanidad, lo mejor será vivirla alegremente, pero agradando a Dios en todo lo que hace. 

Joven, no le quites la alegría a tu rostro, pero cuida que esa alegría, refleje al Señor. 

Desde lo más profundo del corazón del pastor.