La Oración de Esdras (La mezcla del Linaje Santo)

“Pero ahora, ¿qué diremos, oh Dios nuestro, después de esto? Porque nosotros hemos dejado tus mandamientos, que prescribiste por medio de tus siervos los profetas, diciendo: La tierra a la cual entráis para poseerla, tierra inmunda es a causa de la inmundicia de los pueblos de aquellas regiones, por las abominaciones de que la han llenado de uno a otro extremo con su inmundicia. Ahora, pues, no daréis vuestras hijas a los hijos de ellos, ni sus hijas tomaréis para vuestros hijos, ni procuraréis jamás su paz ni su prosperidad; para que seáis fuertes y comáis el bien de la tierra, y la dejéis por heredad a vuestros hijos para siempre” (Esdras 9:10-12).

La pregunta de Esdras en esta larga confesión del pecado de su pueblo y el suyo es “¿qué diremos, oh Dios nuestro, después de esto?”. He aquí la franqueza de una vida noble y la de un corazón profundamente temeroso de Dios.

Con esta pregunta, Esdras no ofreció excusas, ni siquiera una explicación. La conducta desviada de Israel era indefendible. La desobediencia directa a lo que Dios prescribió en su palabra era muy grave.

Para este temeroso sacerdote, el pecado cometido los hacía culpables y sin justificación alguna. Ellos habían quebrantado el mandamiento de Dios para preservarlos como nación única en relación con la pureza y separación de la inmundicia de los pueblos de aquellas regiones (cf. vv. 1, 14).

Israel había desobedecido abiertamente la palabra de Dios. La advertencia dada era esta: la tierra era inmunda “a causa de la inmundicia de los pueblos de aquellas regiones […]”. Al quebrantar ese mandamiento, se contaminaron. 

¿Por qué Esdras estaba tan abrumado y temblando delante de su Dios? Porque Israel en el exilio no tuvo deparo en mezclar el linaje santo, permitiendo matrimonios mixtos con extranjeros, entregando sus fuerzas para la prosperidad de los extraños, debilitando con esto su identidad exclusiva como pueblo de Dios, perdiendo su espiritualidad y disminuyendo con eso la oportunidad de gozar de las cosechas de la tierra.

¿Qué habían dicho los profetas respecto a la vida en la tierra prometida? La tierra para habitar era inmunda, no por la tierra en sí, sino por los hombres idolatras del lugar.

Había todo tipo de abominaciones y prácticas de las cuales su pueblo simplemente debería huir. Pero lo más serio de toda esta advertencia fue la prohibición de casarse con gente de otras razas, y esto será el foco de atención de Esdras en esta quebrantada confesión. 

Ya hemos hablado de las consecuencias que traía el quebrantar uno de los más sagrados mandamientos dejado por Dios a través de sus profetas. Lo que seguirá a partir de ahora no es sino la puesta en marcha de la rectificación. El llamado de misericordia, y el contar con ella, será el asunto más deseado de parte de este “intercesor” delante del Dios santo. Israel merece un gran castigo, pero todavía será este el tiempo para enmendar las faltas. 

Mattew Henry, comentando esto, ha dicho: “Esdras habla con mucha vergüenza al hablar del pecado. La vergüenza santa es tan necesaria en el arrepentimiento verdadero como la tristeza santa. Esdras habla con asombro.

El descubrimiento de la culpa causa estupefacción; mientras más pensamos en el pecado, peor se ve. Diga, Dios, sé misericordioso conmigo, pecador” Matthew Henry, Comentario de la Biblia Matthew Henry en un tomo (Miami: Editorial Unilit, 2003), 333.

“No os unáis en yudo desigual con el incrédulo”, sigue siendo un mandamiento vigente. 

Desde lo más profundo del corazón del pastor