La Sabiduría Demostrada

“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre” (Santiago 3:13).

Si seguimos a Santiago en el contexto de su escritura desde el capítulo dos nos daremos cuenta de que la sabiduría presentada acá es una demostración de una fe viva; porque el propósito de la sabiduría al final de todo es ayudarnos a hacer las cosas buenas.

Quien sabiamente actúa, las buenas obras con ellos siguen. 

La pregunta retórica de Santiago tiene a dos integrantes: el sabio y el entendido. Desde el mismo capítulo 1:5, el tema de la sabiduría pura y su necesidad ha venido siendo tocada. La persona “sabia” se describe como alguien con discernimiento moral y habilidades en los asuntos prácticos de la vida.

Mientras que el “entendido” es una referencia a la percepción intelectual y a la agudeza científica. 

En el Antiguo Testamento, la persona sabia era un maestro quien aplicaba la verdad de Dios a la vida diaria. Cuando ponemos ambas palabras a la vida cristiana, podemos encontrarnos con un estilo de vida muy práctico, donde la sabiduría no es un mero conocimiento almacenado en la cabeza, sino una herramienta para tomar la mejor decisión cuando esté al frente de situaciones difíciles.

El asunto planteado por Santiago es que un hombre sabio y entendido, va a mostrar en su vida  una buena conducta.

Sin embargo, para un hombre sabio y entendido, su manera de obrar nunca buscará el reconocimiento, sino más el bienestar de los demás.

¿Cuál será el resultado visible de una persona sabia y entendida? Quien esto hace, y vive, su conducta lo llevará a mostrar sus obras en “sabia mansedumbre”. Quienes se jactan después de haber hecho algo bueno, caen el pecado de la vanagloria.

Sin embargo, para un hombre sabio y entendido, su manera de obrar nunca buscará el reconocimiento, sino más el bienestar de los demás. Esta persona jamás busca una gloria personal al obrar así.

La mansedumbre fue una virtud introducida por el cristianismo y es la característica más visible de nuestro Señor Jesucristo. Cuando nos hicimos cristianos, esta cualidad debió ser la más distintiva.

Un hombre lleno del Espíritu Santo, es  alguien que evidencia el fruto del Espíritu, y la mansedumbre es una de sus virtudes. No puede haber un creyente soberbio. 

Mostremos nuestra sabiduría a través de una conducta humilde, sin orgullo ni jactancia. 

Desde lo más profundo del corazón de su pastor.