Una congregación unida

“Toda la congregación, unida como un solo hombre, era de cuarenta y dos mil trescientos sesenta, sin contar sus siervos y siervas, los cuales eran siete mil trescientos treinta y siete; y tenían doscientos cantores y cantoras.  Sus caballos eran setecientos treinta y seis; sus mulas, doscientas cuarenta y cinco; sus camellos, cuatrocientos treinta y cinco; asnos, seis mil setecientos veinte.

Y algunos de los jefes de casas paternas, cuando vinieron a la casa de Jehová que estaba en Jerusalén, hicieron ofrendas voluntarias para la casa de Dios, para reedificarla en su sitio.  Según sus fuerzas dieron al tesorero de la obra sesenta y un mil dracmas de oro, cinco mil libras de plata, y cien túnicas sacerdotales. Y habitaron los sacerdotes, los levitas, los del pueblo, los cantores, los porteros y los sirvientes del templo en sus ciudades; y todo Israel en sus ciudades” (Esdras 2:64-70).

Este capítulo dos nos da el gran resumen de la gente que regresó del cautiverio, junto con los bienes y animales traídos. Tanto Esdras como Nehemías se aseguran de registrar en una forma muy ordenada a toda la gente, con sus oficios, funciones, y la distribución de cada uno de ellos, para afrontar la gran tarea de levantar los muros caídos y a una ciudad en ruinas. 

El total aproximado de los que regresaron eran entre 100,000 y 150,000. Esto solo era un pequeño porcentaje de los que habían estado en cautiverio, y de sus descendientes; la gran mayoría se quedaron en Babilonia.

Y aquí viene la pregunta ¿por qué ese número tan pequeño? ¿Qué pasó con tan grande congregación que fue llevada fuera de su tierra?

Israel le pasó en Babilonia como les pasa a todos los exiliados: echan tantas raíces en esa tierra extraña, que al final ya no desean volver a su patria de donde salieron. Ciertamente, Israel en el exilio vivía los tiempos de la nostalgia, de acuerdo con el Salmo 137:1, 4-6, pero al ver este pequeño remante, nos damos cuenta del gran apego a los bienes e intereses creados en la nueva patria. He aquí el resultado de vivir en una tierra extraña. 

El historiador Josefo escribió a este respecto, diciendo: “muchos permanecieron en Babilonia, estando indispuestos a dejar sus posesiones” (Antiquities XI, 8).

Sin embargo, el grupo que regresó, lo hizo bajo la visión de una sola congregación: “unida como un solo hombre”.

Esto habla de un propósito común y de un deseo de volver a reconstruir la patria de los abuelos, aquella destruida setenta años atrás. La disposición de los que regresaron, en todos los grupos con sus distintos oficios, hace realidad la unidad, con la que todos se propusieron levantar semejante obra. 

La unidad de aquella congregación se vio en el proceder de muchos de ellos. Por ejemplo, cuando los jefes de las casas paternas vieron la casa del Señor en Jerusalén, y al evocar el recuerdo de la antigua casa, “hicieron ofrendas voluntarias para la casa de Dios”. Ellos dieron según sus fuerzas “al tesorero de la obra sesenta y un mil dracmas de oro, cinco mil libras de plata, y cien túnicas sacerdotales”.

La obra del Señor requiere de nuestras fuerzas físicas, pero también de nuestras ofrendas para sostenerla.  

La unidad en una congregación se expresa participando, involucrándose y dándose a ella.

Desde lo más profundo del corazón, su pastor