El vestido de un hijo de Dios (Parte I)
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Colosenses 3:12).
Hasta ahora Pablo ha descrito la condición espiritual de la iglesia. Si bien los colosenses eran depositarios de las tres virtudes imperecederas como lo eran la fe, la esperanza y el amor (1:4-5), le dedicó varios textos para revelar ciertas tendencias pecaminosas, seguramente promocionadas por los falsos maestros.
Y como Pablo les ha exhortado a despojarse de tales prácticas, ahora les desafía a vestirse con el vestido de un hijo de Dios.
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios”. El nuevo hombre no lo crea una ideología política, porque sería una especie de robot que solo respondería a la doctrina de quienes lo concibieron. Pero el hombre de quien habla Pablo ha sido es escogido por Dios.
Y en esto concuerdan las palabras de Cristo a sus discípulos cuando les dijo: “No me escogisteis vosotros a mí, sino que yo os escogí a vosotros” (Juan 15). La doctrina de la elección es vigente en toda la Biblia.
El acto de despojarnos fue el lado negativo de la obra santificadora operada por el Espíritu Santo en nuestras vidas. Pero ahora se presenta el lado positivo de esta nueva obra hecha en el corazón.
Una vez que los pecados han sido expuestos delante de nosotros, ahora es el tiempo para dar a conocer las virtudes, y con ello ver cuál es la vestimenta de ese nuevo hombre.
¿Cómo debe vestirse un escogido de Dios? Todo privilegio implica una responsabilidad, y toda bendición un deber. De esta manera se espera mucho de aquellos a quienes Dios ha escogido y apartado para ser objeto de su llamado. Por lo tanto, las primeras prendas de ese vestido son: “santos y amados”.
La santidad es lo contrario a la impureza. El nuevo vestido debe ser limpio, mientras que el ser “amados” son los bellos colores de ese nuevo vestido.
Un escogido de Dios también se viste de “de entrañable misericordia”. Esto habla de alguien afectuoso y sensible al tacto. El comentarista Clarke dice de esto: “El apóstol quería que sintieran el más mínimo toque de la miseria de otro; y así como sus ropas son puestas sobre sus cuerpos, así su sentimiento más tierno debe estar siempre al alcance de los miserables”.
El resto de las demás virtudes con las que se viste a ese nuevo hombre, son “de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”, siendo estas las mismas que provienen del fruto del Espíritu (Gálatas 5).
A la virtud de la compasión, el hombre nuevo le añade la mansedumbre, imitando a su Maestro, quien nos enseñó a vivir de esta manera, porque él era “manso y humilde de corazón”. Un cristiano orgullo es una contradicción de términos.
Las virtudes de la bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, le dan belleza al alma, cuya expresión final es la belleza del rostro. Quien vive el fruto del Espíritu, se viste de todo lo bueno, puro y santo de esta nueva naturaleza.