El hijo sabio alegra al Padre
(Proverbios 10:1)
La vida en el hogar pudiera depararnos diferentes espacios para la alegría, el gozo y la satisfacción, como parte de los muy acariciados sueños familiares, pero también como resultado de la continua inversión que hacemos en el campo de los estudios y del trabajo. Y mucha de esta alegría pudiera verse gratificada en una buena casa con sus muebles y en los tantos bienes que se adquieren para endosar la felicidad buscada. Sin embargo, los que tenemos la bienaventuranza de habernos convertido en padres, la alegría que más nos llena es la que tiene que ver con la sabia actuación de los hijos que salieron de nuestro seno. Esta acotación se hace pensando que el tesoro más grande que nos brinda la institución familiar no es una casa en sí, sino un hogar donde la vida emocional y espiritual se conjugan para traer la armonía por la que tanto se lucha. Porque como alguien dijo: “Una casa se construye con manos humanas, pero un hogar se construye con el corazón”. Y ese tipo de construcción que hagamos será reflejado en el carácter y la conducta de nuestros hijos. Se espera, entonces, que un hijo sabio inunde siempre de gozo el corazón de sus progenitores.
El proverbio para hoy está construido sobre un justo reconocimiento para aquellos hijos que han escalado la montaña de la grandeza, habiendo invitado a la sabiduría como el tutor de sus vidas. Pero a su vez sobre un reproche sombrío hacia aquellos hijos cuyas vidas son una fea mancha en el testimonio de sus padres. En un gran contraste revelador, la admonición antigua nos dice: “El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre” (Proverbios 10:1) Las noticias sobre estos dos hijos forman parte del quehacer cotidiano, siendo la de los “hijos necios”, la más ponderada y leída. La lista se va abultando de los padres que están viviendo con corazones destrozados por la necia e irresponsable actitud de sus hijos, quienes menospreciando su autoridad, y siguiendo el consejo de la rebelión, se están yendo de la casa en su temprana edad o se sumergen en adicciones tóxicas, como la droga, el cigarrillo o el alcohol, truncando de esa manera una vida que pudo haber escalado hacia el podio de los triunfadores. Los hijos necios son insensibles frente al llanto audible o silencioso de sus padres, quienes por su nefanda conducta llenan sus corazones de pena, vergüenza y tristeza. La actitud contrastada de estos hijos, F. Bacon la describió así: “Los hijos endulzan las penas, pero hacen más amargas las desgracias; aumentan los cuidados de la vida; pero acentúan el recuerdo de la muerte”.
Un hijo sabio es aquel que no quebranta los valores morales y espirituales que recibió en su niñez, signados por el ejemplo y el respeto hogareño. Es aquel que no menoscaba las horas de desvelo, de trabajo, de escasez, y en algunos casos, hasta de sufrimientos que pasaron sus padres para darle la formación de la que goza hoy. Es el hijo que valora la devoción a la disciplina dada en su infancia, la cual sirvió para que el “árbol de la vida” creciera siempre buscando la luz del sumo bien. Pero sobre todo, es el hijo que permite que Dios dirija su vida, reconociendo que en el temor a él se encuentra el principio de la sabiduría. Hijos sabios es el gran reclamo de esta sociedad agobiada por la delincuencia, sacudida por la rebelión y hundida por el resquebrajamiento de sus valores morales y espirituales.
La ausencia de los hijos sabios y el cada vez más creciente número de hijos contumacez, tiene su grado de responsabilidad en el abandono de los principios que están enmarcados en la Palabra de Dios. El mandamiento que más se quebranta y el que menos conoce un hijo necio es el que dice: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra”. La verdad con la promesa de este mandamiento es que quien pone en su lista de prioridades la preferencia a sus padres, estará honrando a Dios, pero también se estará permitiendo a sí mismo una larga vida llena de satisfacciones. Un hijo sabio es el que permite a Cristo dirigir su vida, toda vez que él que ha dicho: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida”. Quien esto hace, hará padres felices. ¿Te gustaría verlos siempre así?