El hipócrita con la boca daña a su prójimo

(Proverbios  11:9)

La palabra “hipócrita” en cualquiera de los escenarios  que sea pronunciada, o a quien sea calificado con tal epíteto, produce una repulsa mental, seguida de pensamientos que se asocian con la falsedad, el fingimiento, la apariencia y un alardeo  que no corresponden con  la verdad. Pero lo curioso es que en el griego clásico, la palabra “hupokrites”, de donde se traduce al español “hipócrita”, no tuvo tal cosa como un matiz insano, ni tampoco tuvo un sentido peyorativo. Fue por consiguiente,  una palabra que se  vino degradando con el uso y con el tiempo. Un hupokrites podía ser un intérprete o expositor de sueños. También fue la palabra con la que se distinguía a un orador. Pero su uso  más corriente tuvo que ver con un actor cuando tenían que hacer sus representaciones  teatrales. Es de notarse, entonces, que de esta última descripción, la palabra hipócrita obtiene su más rico e irónico significado. En efecto, un hipócrita es un actor.  Él es capaz de representar varios rostros con los que  pudiera muy bien  camuflajar los sentimientos y las cualidades, en especial aquellos que tienen que ver con la virtud y la devoción. 

John Milton, el gran poeta y escritor inglés del siglo diecisiete, le dictó a su esposa y a sus dos hijas su gran poema sobre El Paraíso Perdido, después de haber perdido su vista. En esa incomparable obra el poeta  hizo una de las grandes descripciones que se haya hecho sobre la hipocresía, quedando registrada así: “Ni hombre ni ángel alguno puede discernir la hipocresía; único mal que camina  invisible, salvo a los ojos de  Dios”. Y mayor verdad no pudo ser escrita. Un hipócrita podrá presentar diferentes caras con las que finge y engaña en los escenarios donde le toca “actuar”, pero su rostro natural queda develado frente a la mirada divina. Se le debe a Cicerón, el gran  escritor romano, la máxima: “De todos los hechos culpables ninguno tan grande como el de aquellos que, cuando más nos están engañando, tratan de aparentar bondad”. Con tamañas definiciones podemos conjeturar que una persona hipócrita es un actor del más feo de los pecados, aunque  su rostro refleje la sonrisa de una  expresión magnánima.
La advertencia que nos presenta el sabio para esta ocasión, nos dice: “El hipócrita con la boca daña a su prójimo; mas los justos son librados con la sabiduría” (Proverbio 11:9) Hemos hablado en anteriores entregas sobre el poder de las palabras. Aquí tenemos un ejemplo de sus efectos. En el contexto de lo que estamos tratando, las palabras no necesariamente tienen que ser pronunciadas como un látigo hiriente o punzadas que ofenden. En este caso, las que son dichas con una doble intención, con un aire de adulación o hasta con cierta sutileza, pueden tener los mismos efectos devastadores en la reputación de un prójimo que aquellas lanzadas vociferadamente.  Las palabras de un hipócrita pueden ser pronunciadas con el arte de la seducción; con una tranquilidad pasmosa, y al final  lograr un daño completo en la persona a quien va dirigida. Las calumnias, las ofensas,  los chismes, los pleitos y las enemistades, tienen su origen en una boca deslenguada. La lengua de los hipócritas está llena de un néctar que produce muerte. Salomón lo expresó de otra forma: “Los sabios guardan la sabiduría; mas la boca del necio es calamidad cercana” (Pr 10:14). La hipocresía es esa “calamidad cercana