El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo

(Proverbios 18:24)

En el viaje de la vida encontramos muchos baches que dan origen a ciertos estados emocionales, siendo la soledad uno de los más conocidos y severos. Puesto que este mal del espíritu no siempre se llena con las cosas ordinarias que tanto buscamos, resulta obligante conseguir a personas que nos prometan su confianza, con quienes podamos compartir esas pesadas cargas, muchas de ellas difíciles de llevar. Porque no es lo mismo tener personas cerca de nosotros, a quienes vemos y hasta con quienes hablamos,  que tener a un amigo que guarda mis confesiones, me ayuda sin condiciones y me soporta en las aflicciones. Muchos años atrás el  sabio lo expresó así: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (Proverbios 17:17) Así, pues, no es amigo aquel que al vernos en ciertos riesgos se aparta de nosotros. No es amigo aquel que después de perdonarnos va a otros divulgando los defectos. No es amigo aquel que ante ciertas circunstancias de la vida se constituye en un juez en lugar de un abogado. Pero el auténtico amigo es el que da lo mejor que posee sin esperar ser recompensado. El mismo sabio hablando del verdadero amigo afirmó: “El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay, más unido que un hermano” (Pr 18:24) 

De acuerdo a la anterior declaración una persona egoísta, a quien le abruma la idea de compartir lo que tiene, le cuesta hacer  amigos. Su amor así mismo y a lo que posee lo descalifica para ser parte de aquel que dijo: “Mas bienaventurado es dar que recibir”. Porque una amistad verdadera llega a ser  como una ofrenda que se sacrifica en el altar de la generosidad. Su más alta devoción es buscar el bienestar de la persona amada. Esta es la esencia  del proverbio para hoy. No podemos mejorar esa definición. Hay en esto una implicación que luce muy  obvia: la amistad debe empezar con nosotros. Es cierto que hay personas que tienen serios problemas para hacer amigos. Pero debemos esforzarnos en tomar la iniciativa para cultivar relaciones con los demás. Aquí se aplica el principio que seamos con los demás como quisiéramos que los demás fueran  con nosotros. Tener, pues, a un amigo que sea fiel y esté listo bajo todas las circunstancias, incluyendo las que tienen el propósito de derrumbarnos,  llega a ser una de las mayores bendiciones. Jesucristo le dio un valor supremo a la amistad. A sus discípulos les dijo que ya no los llamaría más sus siervos, porque el siervo no sabía lo que hacía su señor, sino que los llamaba amigos porque lo que oyó de su Padre se los dio a conocer. Pero Jesús fue aún más allá. Él puso su vida por sus amigos (Juan 15:13), y esta es la prueba suprema de la amistad. Un amigo es alguien que puede compartir inesperadas revelaciones y quien hace los más grandes sacrificios.  

En las fábulas de Esopo se cuenta que una vez marchaban dos amigos por el mismo camino. De repente se les apareció un oso.  Uno se subió rápidamente a un árbol ocultándose en él; el otro, a punto de ser atrapado, se tiró al suelo, fingiéndose muerto. Acercó el oso su hocico, oliéndole por todas partes, pero el hombre contenía su respiración, por que se dice que el oso no toca a un cadáver. Cuando se hubo alejado el oso, el hombre escondido en el árbol bajó de éste y preguntó a su compañero qué le había dicho el oso al oído.-Que no viaje en el futuro con amigos que huyen ante el peligro- le respondió. Así, pues, los amigos auténticos permanecen. Los que nos buscan solo para satisfacer sus intereses pronto se alejan e irán contando después otra historia de nosotros.

No es sorpresa para nadie que en este escenario mundial donde se habla de una globalización intelectual, tecnológica y económica encontremos a personas viviendo solas y sin tener por los menos a un amigo. Pero esta historia podría cambiar. Creo que los que hemos  conocido al Amigo Cristo contamos con los  recursos de su amor y su compasión con los que podemos llenar las carencias de valor y significado de tanta gente. Porque Jesucristo es el amigo confiable que quiere acompañarnos en el tiempo y en la eternidad. Hazlo tu divino compañero del camino. Invítalo para que caminen juntos en esta vida.