El “hoy” nuestro de cada día
En la oración del Padre Nuestro se nos ha enseñado a pedir “el pan nuestro de cada día”. Con esto se nos indica que muchas de las necesidades que enfrentamos en la vida corresponde a un continuo presente. Mientras que las del futuro, por ser impredecibles, son conocidas solo por Dios. De esta segura provisión se desprende la imperiosa necesidad de vivir nuestro hoy como si fuera el último día de nuestra vida —aprovechándolo al máximo, admitiendo que el mañana no nos pertenece. Parafraseando esta petición de la Oración Modelo, pudiéramos darle otra lectura, tal como: “el ‘hoy’ nuestro de cada día dánoslo hoy”. Porque cuando aprendemos a vivir bien nuestro hoy, jamás habrá preocupación de lo que sucederá mañana.
Alguien, sabiendo que lo que más cuenta en la vida es el tiempo presente, ha dicho: “Hoy trataré de vivir sólo este día y no me meteré en resolver los problemas de toda la vida”. Cuando se simplifican las cosas y se enfrenta lo más necesario, lo urgente jamás se antepondrá a lo importante. “Hoy no estaré temeroso de la vida y de la muerte, sino gozaré de lo bello y lo feliz”. Para quien tiene seguro su destino eterno, disfruta de todo lo bueno que le ofrece lo temporal. “Hoy tendré un plan, aunque no lo siga al pie de la letra. Me libraré de la preocupación, la prisa y la indecisión”.
Los planes que trazamos a diario son veletas que nos guían, no cadenas que tenemos que arrastrar. La agenda a seguir es para liberar mis tensiones, no para enfermarme por no cumplirla. “Hoy me acoplaré a las realidades de la vida y no trataré de que todo se acople a mí. Si no puedo tener lo que me gusta, procuraré que me guste lo que tengo”. Cuando hago esto me anticipo a las sorpresas, economizo los malos ratos e independizo mi entorno de lo único que considero que es correcto. La vida consiste en un permanente dar, no siempre en continuo recibir. Procuraré descubrir lo bueno y bello de todo lo que tengo.
“Hoy seré agradable, alegre y cariñoso; elogiaré a las personas por lo que hacen y no los criticaré por lo que no pueden hacer. Trataré solamente de corregirme y criticarme a mí”. Un rostro alegre y optimista suaviza un seño fruncido y despierta un resplandor en una cara de tristeza. Hoy es una buena ocasión para reconocer todo lo bueno que hay en otros y admirar los esfuerzos que hacen para superarse y vivir diferentes. “Hoy miraré a mi alrededor con ojos renovados y descubrir que puedo tomar de la vida todo aquello que puse en ella”. La mirada con la que le damos la bienvenida a cada amanecer anticipa victorias y presagia bendiciones. Tengamos suficiente fe para esperar del día lo mejor.
“Hoy buscaré tiempo para relajarme y pensar en Dios”. Si esto hago como parte prioritaria de todo lo que tengo para hacer por delante, estaré permitiendo que Él llene el resto de los demás espacios del día. Cuando no tenemos tiempo para Dios no debiéramos quejarnos sino tenemos tiempo para lo demás. El tiempo que gastamos con Él bendecirá e las demás cosas sobre las que tengo que actuar y en las que tengo que decidir. Porque “el hoy es nuestro, Dios nos los ha dado. Él ha vuelto a tomar todos sus ayeres y los mañanas todavía no los ha soltado de su mano. Sólo el hoy es nuestro. Usémoslo de tal manera que al final de él podamos decir que hoy hemos vivido y amado”.
Vivamos, pues, nuestro “hoy” con tal sabiduría y economía que cuando se acerca el final de sus horas, y vayamos al reposo necesario, tengamos más razones para celebrar y menos quejas para lamentar. Cerremos la página de cada día con una nota de gratitud y alabanza al Creador, pero también al Salvador de nuestras almas. Porque Él recibimos la vida y el sustento, pero sobre todo el perdón de los pecados cuando él mora en cada corazón. Para todo esto, recordemos las palabras de invitación que en relación al tiempo ha dicho: “Hoy es el tiempo aceptable, hoy es el día de salvación”. (2 Corintios. 6:2)