El que da mal por bien, no se apartara el mal de su casa

(Proverbios 17:13)

El presente proverbio no es compatible con la sabiduría coloquial que reconoce que “no hay mal que por bien no venga”. Porque mientras el último se aplica a aquellas nefandas situaciones, que al principio parecieran tener el estigma de  las adversidades, siendo el resultado final lo opuesto a lo que se esperaba, el primero dibuja a alguien que usa el mal con perfidia sobre aquello que es bondadoso. Que paga con una malevolencia los actos de altruismo que otros hayan hecho por él. En este camino no son pocos los que transitan. Los testimonios son cada vez más audibles de las personas que recibieron un gran  revés  de alguien a quien se le extendió la mano de la generosidad. Oímos con frecuencia acerca de  personas que no sólo son malagradecidas, sino que se dan a la tarea de levantar falsos testimonios, mal poniendo a aquellos de quienes recibieron la oportuna ayuda. En la perversidad de este tipo de corazones conviven de una manera libre la venganza, el odio, el egoísmo y la mala intención. Es obvio que quien así actúa no  posee aquellas virtudes cardinales tan necesarias para gobernar la vida y ponerla al servicio de otros. Para esta persona, la virtud de la templanza y el amor al prójimo son carencias muy notorias. Dar “mal por bien” es la ley de los insensibles, de los que no tienen el más mínimo respeto ni consideración por los demás, de los que creen que en su entorno no hay espacio para otros.  

En las muy reconocidas fábulas de Esopo hay una escrita sobre el “lobo y el cordero”, que ilustra el comportamiento de aquellos que siempre están buscando una forma de hacer el mal sobre aquellos que  solo saben hacer el bien. Se dice, entonces,  que una vez miraba un lobo a un cordero que bebía en un arroyo, e imaginó un simple pretexto a fin de devorarlo. Así, aún estando él más arriba en el curso del arroyo, le acusó de enturbiarle el agua, impidiéndole beber. Y le respondió el cordero: —Pero si sólo bebo con la punta de los labios, y además estoy más abajo y por eso no te puedo enturbiar el agua que tienes allá arriba. Viéndose el lobo burlado, insistió: —El año pasado injuriaste a mis padres— ¡ Pero en ese entonces ni siquiera había nacido yo! —contestó el cordero. Dijo entonces el lobo:  —Ya veo que te justificas muy bien, mas no por eso te dejaré ir, y siempre serás mi cena. La alegoría de esto es que para quien hacer el mal es su profesión, de nada valen argumentos para no hacerlo. La mejor manera de responder al mal es haciendo el bien.

Este proverbio trae consigo una sentencia que no debiera ser subestimada. Para los que toman el mal contra su prójimo, como parte de un estilo de vida, y que piensan que nunca les pasará nada, se les dice que ese mismo mal no se apartará de sus casas. Esto pareciera ser una consecuencia lógica. Los que siembran vientos, cosecharán tempestades, como dijo alguien. Los que con alevosía y premeditación buscan hacerle daño a los demás, sus acciones se les revierten en bumerang. Y es que no pueden esperar bendición ni buenas recompensas aquellos que viven estudiando y planificando la manera como devolver  mal por bien. Shakespeare dijo: “El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien suele ir juntamente con sus huesos a la  sepultura”. Sería interesante preguntarse a la luz de este pensamiento, ¿qué tipo de acciones nos gustaría que nos acompañaran a la hora de la muerte? Aún más, ¿qué epitafio se escribirá en la lápida que identificará nuestros restos? La vida no debiera estar ceñida por una estela de  maldad, pues no son los malos sino los justos los que al final prevalecerán. Jesucristo, el modelo para el hombre en todas las épocas, nos ha dejado a través de sus más inigualables “bienaventuranzas”, todo aquello que contrasta con  Proverbios 17:13, el tema en cuestión.  Para los que siempre quieren entrar en pleito con su prójimo, él ha dicho: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Para los exacerbados de ánimo, él recomienda esta virtud:  “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Y para los que sufren injurias  e improperios de los malos, él les recordó: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo. Gozaos y alegraos porque vuestro galardón es grande en los cielos…” (Mateo 5:, 5, 9, 11, 12) Si ponemos a Jesucristo como guía de la vida, el bien no se apartará de la casa.