El que fácilmente se enoja hace locuras
(Proverbios 14:17)
La vida es una especie de “Caja de Pandora”, que desde el cierne de su niñez va mostrando una variedad de sorpresas signadas en intrínsecas emociones. Así, pues, y como parte del paquete que se nos ha sido dado, las emociones son una mezcla que reflejan diferentes estados del ánimo. Todas ellas subyacen como parte de nuestra naturaleza y aparecen dependiendo de la ocasión que les toque vivir. La polarización de ellas se refleja cuando sentimos alegría y también tristeza; al soltar un profundo llanto o “morirse” de la risa; al experimentar un gran dolor o disfrutar de un gran entusiasmo; cuando ofrecemos nuestro amor o dejamos crecer el odio; al recibir un abrazo o propinar un golpe; al ser aceptado o ser rechazo… Esto nos hace ver que la vida no está poblada sólo de pensamientos positivos, ideas tranquilas o espíritus afables. Y en estas “emociones encontradas”, una de las que hace su indeseada presencia, la que menos quisiéramos tener, es el enojo. Porque el enojo no podemos evitarlo, aunque si podemos controlarlo.
El proverbio que tenemos para hoy nos ofrece una solemne advertencia sobre ese lado oscuro de nuestra personalidad, al decirnos: “El que fácilmente se enoja hará locuras; y el hombre perverso será aborrecido” (Proverbios 14.17). Se le debe al escritor Horacio un pensamiento parecido, cuando dijo que la “ira es una locura breve”. Las locuras del enojo tienen muchas víctimas. Un hombre iracundo puede herir verbal o físicamente a sus hijos. La ira incontrolada puede destruir objetos de gran valor, quedando luego sentimientos de culpa. Un arrebato de rabia puede acabar con una amistad. Y qué más decir. Una persona encolerizada puede cegarle la vida a su próximo. Porque un deseo injusto de venganza es lo que produce la ira. Una persona enojaba puede destruir en una brevedad lo que le costó años edificar. Y es que el enojo, que deja fuera de control al individuo, es solo comparado al auto que perdió los frenos cuando se lleva todo lo que está a su paso. De manera que el asunto será cómo manejar la cólera cuando ella quiere sustituir a la razón y pasa por alto al dominio propio. Saber lidiar con esta “locura breve” le hará un gran bien a nuestro carácter.
He aquí algunas muy oportunas recomendaciones: “Por esto, mis amados hermanos todo nombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios”. Santiago 1:19,20. Aquí encontramos el arte de saber oír primero y medir bien nuestras palabras antes de decirlas. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”. Efesios 4:26. Hemos dicho que nadie está libre de un momento de ira, pero la meta está en no dejar que ella se convierta en pecado. Evitar una ira prolongada es “no dejar que el sol se ponga sobre nuestro enojo”. Tan pronto como llegue hay que sacarla. “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor” Proverbios 15:1. Hemos dicho en anteriores entregas que hay poder en las palabras. Todo depende cómo se digan. Una respuesta apacible y sabia puede detener una rabia desbordada y puede impedir que se caldeen los ánimos. “El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad”. Proverbios 14:29. En esta otra recomendación se nos deja ver que los hombres de entendimiento son los que tienen domino sobre sus emociones; aquellos que no se dejan llevar por la ira del momento, sino que prefieren enseñorearse de su espíritu para propósitos mayores.
Lo contrario al enojo es un espíritu gentil y sosegado. Llegar a esto parecieran ser metas a muy largo plazo, por no decir imposibles de alcanzar. Jesús, quien vino del seno del mismo Dios, nos dejó su legado para contender mejor con nuestros temperamentos. Es el único hombre que se atrevió a decir “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Por supuesto que hubo momentos cuando reveló su ira, pero aquella que tenía que ver con la injusticia que cometían los hombres. Fue él quien dijo en una ocasión: “Bienaventurado los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Cuando Jesús mora en un corazón lo transforma. El enojo se convierte en paz. Y el estado iracundo puede cambiar en humildad. Debemos, pues, ser lentos para la ira, pero prontos para arrepentirnos. Eso levanta el alma. La mejor manera de controlar el enojo es dejando a Cristo gobernar la vida.