¿Es buena o mala suerte lo que nos sucede?

Por ser una salida fácil y rápida, se ha hecho común  adjudicar a la suerte gran parte de lo que nos sucede. Si todo  sale bien, a esa persona le acompaña  la buena suerte; pero si fuera lo contrario, y en especial cuando hay una racha de sucesos que tienen el propósito de “amargar la existencia”, a esa persona le persigue la mala suerte. Pero, ¿determina la suerte, sea esta mala o buena, nuestra misión y destino? ¿Estamos condenados a vivir según la suerte que nos toque? ¿Se puede llegar a un estado tan  fatalista donde todo pareciera estar ordenado por la “dirección de los dioses”?

 La presente ilustración nos  ayudará a entender si lo que nos ocurre es producto de la suerte. Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del labrador le dijeron que mala suerte tenía por perder el caballo, el les replicó: ¿Buena Suerte?, ¿Mala Suerte? ¿Quién Sabe? Una semana después el caballo volvió trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces sus vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte y este les respondió: ¿Buena Suerte?, ¿Mala Suerte? ¿Quién Sabe? 

Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, se cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: ¿Buena Suerte?, ¿Mala Suerte? ¿Quién Sabe? Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota, lo dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte?, ¿Mala suerte?, ¿Quién sabe? Con esto podemos afirmar que lo que en un momento parece un infortunio podría llegar a ser un eufemismo del bien. Todo depende de la óptica con que veamos lo que está pasando. La palabra “suerte” no es la más confiable para calificar aquello que nos sale bien o mal. En este sentido, es de sabios más bien dejar a  Dios decidir lo que puede llegar a ser  buena o mala suerte, y asegurarnos de agradecerle que todas las cosas se conviertan en bien.

Así, pues, para los que incluso tienen sus propios amuletos contra la mala suerte, pretendiendo con esto traer una “protección” contra toda influencia de los malos augurios, les viene muy bien dejar su  suerte al Creador,  porque él es  Señor de los tiempos y de las sazones. El rey David fue un hombre muy golpeado por sus errores, pero a la vez la persona que más se dio a la búsqueda de su Dios, a quien lo consideró su “herencia escogida”, según el salmo 16. Él no guardó tal cosa como un “amuleto” para su buena o mala suerte, porque dijo: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte” v. 5. Puso en Dios toda su confianza como el más seguro Guía y Protector, hasta el punto de exclamar: “Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.

 Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti” v. 1,2. Al pensar en el futuro no tuvo presagios ni temores, sino que declaró: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”. v, 11. Tal era su confianza y seguridad en su Dios, sobre lo que pudiera sucederle, que no fue escaso en sus palabras para alabar a Aquel a quien le había entregado su suerte, hasta decir: “Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mis diestra, no seré conmovido” v. 7. 

 La experiencia del rey David es la misma de todos aquellos que le han confiado al Señor su vida y su destino, diciendo, “tú sustentas mi suerte”. Para los tales, las cosas que le pasan, sean buenas o malas, se adjudican a la llamada voluntad permisiva divina, que utiliza cada circunstancia para traernos hacia nuevos derroteros y pulirnos para mejores fines. Con esto afirmamos que ninguna cosa que le pasa a un hijo de Dios es un fenómeno aislado de un especial propósito (Romanos 8:28). Así, pues, frente a la inseguridad de las interrogantes  del chino “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”, decimos: “A los que aman a Dios, todas las cosas le ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados