El padre pródigo
(Lucas 15:18-24)
Se ha dicho que esta ha sido la parábola que más inspiración ha dado a lo largo de los siglos a pintores, músicos y escritores. Y si bien es cierto que se conoce como la “parábola del hijo pródigo”, ciertamente debiera llamarse más bien “la parábola del padre pródigo”.
Porque vemos que la persona de quien más se habla, no es ni del hijo menor o mayor, sino del amor del padre. La participación de él en toda esta parábola es conmovedora: ¡Qué buen Padre es este! Sí, su presencia en todo este relato es distintiva. La palabra “padre” aparece 12 veces. Por lo tanto, la figura central es él. Si hay un pasaje en la Biblia que nos presenta a Dios como Padre es este que Jesús nos ha dejado.
¿Se da cuenta cómo se ve en esta narración el amor de un padre que está rodeado de dos hijos rebeldes, uno que se fue y el otro que se quedó? ¿Ve usted como la padre ama a los dos por igual?
Así que en este estudio nos ocuparemos del padre que vio que su hijo se fue de la casa, no oyendo su voz de amor y advertencia, pero que ahora lo vemos recibiéndole otra vez, y en lugar de tomar un látigo y castigarlo, lo que hace es que lo besa y lo abraza. Lo que uno percibe en la parábola es la presencia de un padre, que se nos revela como un hombre ecuánime, equilibrado, bondadoso y comprensivo, en el centro de dos tensiones.
Pero hay preguntas que debemos hacer al analizar el contenido de lo que Jesús nos dice. Ya hemos observado como el hijo menor, arrebatado por sus emociones, y sabiendo que su padre todavía vive, le pide la herencia. Y allí nos preguntamos: ¿Qué pasó con este padre que se dejó despojar de sus bienes sin protestar? ¿Por qué al regresar no obliga al hijo a que le pida perdón por lo que hizo? ¿Por qué le interrumpe cuando está confesando? ¿Por qué le ofrece una fiesta con vestidos suntuosos, con el anillo de regreso, cosas que no parecen razonables?
Leamos en Lucas 15:18-24
Nos quedamos anteriormente estudiando cuando el hijo se acuerda que ha dejado a un padre triste, y que a pesar de haberla dado su herencia y haberla derrochado, se acuerda que en la casa de su padre que hay abundancia v. 17
- La oración que el hijo prepara para hablar con el padre (v. 18)
18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
Ahora vemos a un hijo que sabe que ha ofendido el honor de su padre. Sabe que le ha faltado, y por eso ensaña una oración que se la va a decir, y que seguramente la fue repitiendo cuando iba de camino a casa: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado tu hijo, hazme como a uno de tus jornaleros”.
Lo primero que este hijo hace es descubrir su banca rota para refugiarse en la esperanza que su padre le perdone. Mientras estuvo lejos se dio cuenta que su propio derroche no fue comparado al derroche de amor que había en su padre.
Mientras estuvo lejos aprendió la lección por si mismo y lo que ahora más anhela es tener el perdón de su padre. Sus palabras son conmovedoras. “He pecado contra el cielo contra ti” nos indican que el pecado tiene una ofensa terrenal y otra celestial.
“No soy digno de ser llamado tu hijo…”.
Y si bien es cierto que el hijo reconoce que no es digno por lo que hizo, también es cierto que su naturaleza no es la de un cerdo para permanecer en la pocilga, sino que por cuanto es hijo ahora regresa a su casa.
Esta oración está llena de dolor, de pena, de quebrantamiento. Es no sentirse con derechos de exigir, demandar y de esperar.
La miseria del pecado nos hace ver con tanta frecuencia que tampoco somos dignos que el Padre nos reconozca como sus hijos por nuestra condición pecaminosa.
“Hazme como a uno de tus jornaleros”
El es un hijo, pero no reclama ese derecho. Esta humildad es la que se requiere para acercarse a Dios. No reclamar nuestros derechos cuando nos acercamos a Dios, después de haberlo ofendido, es una muestra de profundo quebrantamiento. Esa debiera ser la actitud correcta para llegar al Señor. Los jornaleros son obreros, no tienen privilegios como lo tiene el hijo.
- El hijo sabe cuál es el camino a casa (v. 20)
Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia…
Es posible que el padre se haya enterado de la vida desenfrenada que llevó su hijo. Sin embargo, aun así, lo recibe con tanto amor cuando regresa. Imaginémonos la escena.
¿Sabe usted cuántas veces aquel padre se asomaría por la ventana para ver si el hijo regresaba? ¿Sabe usted los momentos de dolor y de tristeza que significó la ausencia del hijo amado?
Pero ahora vea como cambia todo. Ahora ve a su hijo que regresa, y lo vio de lejos, y no esperó que llegara a casa para descender a buscarlo. Al verlo en su condición fue “movido a misericordia”. Esto nos muestra la grandeza de su amor.
- Besos y abrazos en lugar de látigos (v. 20b).
“… y se echó sobre su cuello, y le besó”. “Lo besó mucho”.
La costumbre judía, de acuerdo con la ley de Moisés, era que un padre tenía derecho a traer a un hijo desobediente ante los ancianos, quienes le aplicarían el más severo de los castigos. Si esto no funcionaba, entonces el mismo padre tenía sus propias formas de castigarle, de humillarle y expulsarle. Sin embargo, este padre hizo algo que a todos dejó sorprendidos.
¿Por qué digo esto?
Porque si para los fariseos el hecho de oír que ese hijo había estado lidiando con los cerdos, el oír esto de lo que hizo el padre, tuvo que causar una impresión mayor. Él besó al hijo en lugar de castigarlo. Los oyentes clamarían por un ejemplar castigo, pero en lugar de eso hay besos en lugar de látigos, abrazados, en lugar de castigo.
- La oración que más repitió el hijo (v. 21)
Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Hay que destacar acá la actitud del hijo frente a su padre. Si bien ya su padre lo había perdonado por su regreso, él siguió repitiendo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Para el hijo no fue suficiente que el padre corriera a abrazarlo, besarlo y lo reconocerlo, el hijo deseaba que el padre oyera su confesión por haberle fallado.
Quería que escuchara lo tremendamente dolido que estaba por lo que había hecho. Y es que no es suficiente con reconocer que hemos hecho algo mal, tenemos que confesárselo al Señor.
- Vestido, anillo, calzado, becerro y fiesta v. 22, 23
22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;
El padre no perdió tiempo. No se si terminó de oír la confesión del hijo, pero lo que si hizo fue hacerle ver que él no era un jornalero. Que el no pertenecía al mundo con esas ropas que cargaba; por eso les ordena a sus esclavos: ¡Rápido! Saquen una túnica larga, la mejor, y vístanlo. Pónganle un anillo en la mano y sandalias en sus pies, porque el es mi hijo; solo los esclavos andan descalzos. Además, ordena que hagan el gran fiestón al pedir que trajeran, no cualquier becerro, sino el más gordo, que lo mataran para comerlo y celebrar su regreso.
Si bien es cierto que aquel hijo participó de muchas fiestas, y que todas ellas le llevaron a una vida malgastada, viviendo perdidamente, ahora está en presencia de la fiesta del honor, del amor, de la compasión y de la bienvenida. No hay mayor fiesta que aquella que celebra el regreso del pecador. No es una fiesta banal, pecaminosa, lujuriosa, sino es la fiesta del alma y del espíritu.
- El que había estado muerto, ahora ha regresado a la vida (v. 24)
“… porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
Las palabras de este texto podíamos ponerlas en este orden: perdido, muerto y revivido. Con esta experiencia podíamos recordar al patriarca Jacob cuando supo que su hijo José (guardando las distancias) estaba vivo. Por muchos años vivió con la angustia de un hijo muerto, pero cuando vio los carros de Faraón que le avisaban la existencia de su hijo, aquello tuvo que ser el día mas feliz de su vida. Saber que un hijo ha estado perdido y luego ser encontrado, tiene que ser un gozo indescriptible.
La actuación del padre que habla Jesús es una representación del Padre celestial. Los escribas y fariseos tenían que haber descubierto que a estas alturas Jesús está hablando de Dios, el único que es capaz de hacer esto, más por su amor y misericordia que por su ira y su juicio.
A esto Jesús va a decir que había venido a buscar y a salvar lo que se había perdido.
¿Qué opinión te merece la actitud de este padre al recibir a su hijo de esta manera? ¿Por qué se dice que el amor cubre multitudes de pecados? ¿Por qué este padre nos revela la extravagancia del amor? ¿Por qué el crédito de esta parábola debiera ser para el padre y su actuación?