Jesus es suficiente para sanar sin estar presente

(Lucas 7:1-10)

Tanto Mateo como Lucas nos presentan la presente historia de la curación del siervo del centurión. 

Mateo va  más allá de donde Lucas termina  el relato, pero destacando la aplicación que Jesús hace acerca de los que estarán en el reino de Dios, diciendo que vendrían del oriente mucha gente (como el centurión y los menospreciados), y sentarán con Abraham, Isaac y Jacob. Lucas omite esta aplicación, pero al final ambos enriquecen esta bella e impactante historia. 

Con este caso seguimos viendo como Jesús  continuó rompiendo las barreras sociales. La sorpresa de Jesús es tal que va a decir que no había hallado tanta fe como aquí.

Leamos la historia de Lucas 7:1-10

Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum v. 1.

Jesús vivió su juventud en Nazaret.  Pero cuando inició su ministerio, él se mudó a otro pueblo conocido como Capernaum. Allí desarrollaría mucho de sus milagros, incluyendo el que tenemos para hoy.  La palabra “Capernaum” viene del hebreo: Kefar Nahum, que significa: Aldea de consuelo o reposo.  Y este nombre estaba muy bien aplicado porque si algo hizo Jesús fue traer tanto consuelo a aquellos habitantes y a los que hasta allí llegaban.

Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir v. 2. 

Aquí comienza la historia. Dos personas distintas ocuparán la narrativa de Lucas. Un centurión (uno que dirige a 100 soldados) y un esclavo que este había adquirido.  Era normal que hombres como este tuvieran esclavos. Era muy común esta práctica para ese tiempo.

 Lo que va a llamar la atención al lector es ver a un general romano siendo un hombre devoto, amable y humilde; pero no había que olvidar que él era un gentil, y además un soldado romano, un instrumento de opresión para Israel. Los centuriones estuvieron presentes en la vida de Jesús y en el resto del Nuevo Testamento. El de esta historia ya tenía una profunda admiración por el Jesús de Nazaret. 

Y otro que mostrará una gran admiración delante de Jesús fue aquel que participó de la crucifixión de Jesús, y cuando vio su inocencia dijo: “Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mateo 27:24). El texto dice que su siervo estaba enfermo. No sabemos cuál sería la enfermedad, pero a juzgar por la premura en buscar de Jesús, y su ruego porque viniera a su casa, nos indica que la enfermedad podía ser para muerte. 

Así que un esclavo se constituye en objeto del gran amor de este hombre militar, y su devoción y preocupación por él será lo que hará la diferencia en la historia. 

Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga v. 3-5.

La actitud de enviar a unos ancianos en lugar de apersonarse él mismo nos muestra que este hombre no se sentía digno de un encuentro personal con Jesús. Entre sus pensamientos estaría el hecho que seguramente Jesús no querría conocer un gentil como él, así que en lugar de ir el mismo envió a líderes judíos como sus representantes delante de Jesús. 

Ahora vemos la actitud de estos hombres que eran judíos y que muchos de ellos odiaban a los soldados romanos. Cuando ellos vinieron a Jesús le hicieron un planteamiento que llama mucho la atención. Por un lado, está la intercesión que hacen, mencionando que si alguien era digno de sanar al enfermo era este hombre, porque además de amar a su nación, les había hecho una sinagoga. 

 Y las palabras “digno que le hagas eso”, no fueron palabras persuasivas para que Jesús se sintiera obligado a hacer el milagro, más bien fueron el reconocimiento justo de un hombre a quien los judíos habían visto la nobleza de su carácter y su actitud hacia el prójimo. 

Bueno, si aplicamos esta historia en la manera como debemos venir a Jesús, veremos que contrario a esto podemos venir a Jesús directamente, sin un representante, incluso cuando no somos dignos, porque por su obra en la cruz él justifica el impío (Romanos 4:5)

“Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo será sano.  Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace” vv. 6-8

“Y Jesús fue con ellos”. 

Esto es lo que hace grande al Señor. Cualquier otro rabino, sabiendo que el hombre a visitar era un romano y centurión, se habría negado porque estaba prohibido por la ley judía, pero no por la ley del amor y la misericordia, que es la ley de Dios. La caminata de Jesús fue interrumpida por estas palabras: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo…”. Vea este juego de palabras. Los primeros enviados que eran ancianos judíos le habían dicho a Jesús que era digno que le hiciera el milagro de la sanación de su siervo, pero ahora envía unos amigos para que le digan a Jesús que él no era digno que Jesús entrada a su casa. 

Mis hermanos, esto es humildad. Esto es reconocimiento de una autoridad superior, más que el mismo Cesar a quien el servía. 

Spurgeon, hablando de esta actitud, ha dicho: 

Dos características de carácter se mezclan en él, que no suelen reunirse en tal armonía agraciada. Se ganó la alta opinión de los demás y, sin embargo, mantuvo una baja estimación de sí mismo”.  

“Pero dí la palabra, y mi siervo será sano”

Si algo sabia este hombre era que Jesús tenía poder para sanar, pues, o lo había visto o se lo habían contado. Y el entendía que no era necesario que Jesús viniera a su casa en forma presencial, como lo harían los magos con sus trucos en las casas, sino que una palabra suya, dicha en la distancia, sería suficiente para levantar a su siervo. La visión de él como un hombre que está bajo autoridad le hizo reconocer que Jesús era poseedor de un poder especial que podía sanar sin estar presente. 

Aquí comenzaremos a ver lo que es un hombre verdaderamente lleno de fe. 

“Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes”

La sorpresa de Jesús a estas alturas tuvo que ser muy grande. Si alguien sabía lo que era una cadena de mando era este centurión. 

Esto planteaba que las órdenes que daba uno en autoridad simplemente se obedecían incuestionablemente. Este hombre no tuvo ninguna duda en reconocer la autoridad del hombre de Nazaret.

El comentario de Geldenhuys acerca de esto dice: “Él cree que, al igual que él, un hombre con autoridad es obedecido por sus subordinados, así de seguro se cumplirá la expresión autorizada de Cristo, aunque Él no esté presente donde el enfermo lo este”.

Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo (vv. 9-10)

“Se maravilló de él”. 

En varios casos Jesús se maravilló de la incredulidad de su pueblo. De hecho, es Juan el que nos dice que “a lo suyo vino y los suyos no le recibieron” (Juan 1:12). 

Y estaba maravillado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor enseñando (Marcos 6:6)

Pero acá vemos a un Jesús maravillado por un hombre que sería el menos indicado teniendo una fe tan grande. La fe de este hombre arrancó de los labios de Jesús una alabanza que muy poco la dijo de un hombre o una mujer. 

Pero lo curioso es que los hombres y las mujeres a quienes los elogia por su fe no fueron judíos, en su mayoría eran gentiles. Lo que todo esto nos muestra es que Jesús se puede maravillar de la mucha fe o de la poca fe. 

 “Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe”.

Decir que Jesús ni aun en Israel había hallado tanta fe como en este centurión, que era símbolo vivo de la opresión judía, era una noticia que tuvo que impactar a todos los oyentes.

 Porque no dudamos que entre ellos había muchos judíos que seguían a Jesús, no tanto porque creían en él, sino para ver en que podían prenderle. Así que Jesús no encontró en otro lugar tanta fe como la halló en solo hombre. 

¿Cuál va a ser el resultado de esta fe? 

Que “al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” v. 10. 

Mis hermanos, no se nos dan más detalles acerca de lo que Jesús dijo para sanar a la distancia, pero no es necesario porque tan solo por su amor y misericordia que él tiene, y en virtud de tanta fe encontrada, el hombre fue sanado. 

Bendita sea la fe de los hombres y mujeres que creen en la autoridad de Jesús para obrar en las vidas de aquellos que están postrados en una condición.

 Pero más aún, bendita sea la fe de esos hombres y mujeres que se mantienen firmes creyéndole al Señor que él es poderoso para sanar con tan solo una palabra suya. 

Que nuestra fe se imponga a nuestra incredulidad. Que el amor por otros, como el amor del centurión por su siervo, nos levante para buscar al Señor y clamarle que tenga misericordia por aquellos que tanto sufren. Amen.