Jesús es suficiente para satisfacer la sed que deja el pecado

(Juan 4:4-19)

Una de las cosas que hace singular la vida de Jesús es la forma cómo tuvo cada encuentro con la gente, dándole a cada caso una atención pastoral llena de amor, pero a la vez  llena de corrección cuya finalidad era sacar a la persona en la condición en la que vivían. 

El caso de la mujer samaritana es uno de los más reveladores en cuanto a alguien que vive llenando el vacío de su alma con las ofertas de los hombres, pero que ninguno le dio felicidad. 

Hay dos cosas que se combinan perfectamente en la vida de Jesús: su poder y su empatía. 

En esta historia vemos como lo segundo llegó a ser la razón por la que él tuvo que ir a ese lugar, pues se encontraría con una mujer vacía del alma, objeto sexual de varios hombres, con un mal testimonio entre sus vecinos y con una conciencia culpable. En el encuentro con Jesús ella irá descubriendo que él era profeta, Mesías, Señor; pero, sobre todo, lo descubrirá como salvador al perdonarle sus pecados. 

Y es en esta otra parte donde Jesús ejerce su poder para cambiar una vida que para muchos no valía nada. Considérese también que Jesús esta rompiendo una de las líneas de separación que dividían a los judíos con los samaritanos. En la extrañeza de este encuentro la mujer samaritana va a revelar el enorme prejuicio que había entre un grupo el otro al decir que “no se tratan entre sí”. Y esto es lo que hará la diferencia entre un Mesías meramente nacionalista y otro que vendrá como salvador para los despreciados samaritanos. 

Entonces, veamos como un encuentro como este nos revela la suficiencia de Jesús para llenar la sed del alma. 

Estudiemos esta historia bajo la visión del gran amor de Cristo por los pecadores. 

Leamos la historia en Juan 4:4-19

Y le era necesario pasar por Samaria v. 4.

 Por las razones que hayan sido Jesús decidió pasar por aquel lugar cercano a los habitantes de samaria. Nadie como él para conocer los tiempos en los que se movía. Su “agenda” no estaba sujeta a cambios bruscos por las meras circunstancias. El énfasis de Juan en las palabras “le era necesario” pone de manifiesto la justificación del encuentro que se dará a continuación.

 Cuando Jesús piensa en la salvación del hombre de la esclavitud de sus pecados “le es necesario” pasar para encontrarse con él.

Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José v. 5

Este es un texto lleno de mucha historia. La ciudad de Sicar es la misma ciudad de Siquen (Gn. 33:18-19) donde se le apareció Dios a Abraham por primera vez, y fue donde llegó Jacob y habito frente a ella. Fue allí donde se deshonró a Dina, la hija de Jacob, y fue allí donde los hijos de Jacob se vengaron de sus habitantes, matándolos a todos. 

Y fue en ese lugar donde estaba “el pozo de Jacob”, con tanta historia para los judíos y los samaritanos. El que Juan mencione tanto la ciudad, el pozo y las referencias a Jacob y a José nos habla mucho de la veracidad de los hechos que nos muestra el llamado Antiguo Testamento. 

Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. v. 6.

 Si todavía dudaba de la naturaleza humana de Jesús vea de cerca de este texto. Jesús fue 100 % hombre y 100% Dios. El Señor al tener un cuerpo como el nuestro sintió el cansancio de aquellos caminos polvorientos, pero también la sed de el inclemente sol de aquellos lugares donde se dio la historia bíblica. Su cuerpo estuvo sujeto a todos los padecimientos a los que nosotros estamos sometidos, pero con la diferencia que “él no hizo pecado ni se halló maldad en su boca”. 

Esta expresión merece atención. Muestra la realidad de la naturaleza humana de nuestro Señor. Tenía un cuerpo como el nuestro, sujeto a todos los sufrimientos de la carne y la sangre. Muestra la infinita compasión, humildad y condescendencia de nuestro Señor cuando se hizo carne y vino a la tierra a vivir y morir por nuestros pecados. 

La Biblia nos dice que, aunque era rico, se hizo pobre. Aunque era el pan de vida, tuvo hambre. 

Y aunque era el agua viva, tuvo sed. 

 Que bueno es recordar que no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15)

 Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber (v. 7)

Los encuentros con Jesús no son fortuitos. En la anterior historia un hombre de la ley vino a Jesús, ahora él ha venido a un lugar donde sabe que llegará una mujer que cambiará para siempre su vida. Bien podemos resumir la vida y ministerio de Jesús en tres fases extraordinarias. 

La primera tuvo que ver con la preparación de sus discípulos, la segunda fue los encuentros evangelizadores con las distintas clases sociales y lo otro fue su muerte redentora. 

Hasta ahora Jesús necesitaba un evangelista para los publicanos y alcanzó a Zaqueo. Necesitaba un evangelista entre los fariseos y alcanzó a Nicodemo. Y ahora necesitaba en un evangelista para los samaritanos y se encontró con esta mujer. El próximo estudio vamos a ver que el necesita a un evangelista para la ciudad de Decapolis, en la tierra de los gadarenos, y libero a un hombre en quien vivía una legión de denomios. 

Esta mujer venia a ese pozo todos los días y a esa hora, solo que este día sería distinto porque allí ella cambiaria para siempre su vida. 

Observe como Jesús comienza la evangelización. 

Su punto de contacto era el agua. “Dame de beber” nos habla de un Dios que desciende en igual condición con nosotros. Él, “siendo en forma de Dios” se hizo hombre, nos dice Pablo.

Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice… (v. 10).

No siempre ha sido fácil la evangelización.  El mismo Jesús experimentó el rechazo y el prejuicio de los hombres. La rivalidad de los samaritanos y judíos tenia una larga historia. Así que no fue raro que esta mujer dijera que los “judíos y samaritanos no se tratan entre sí” v. 9.

 Esta mujer lo primero que vio fue el prejuicio con el hombre judío  antes de darse cuenta quien era el que pedía agua. Una de las cosas que vemos en esto, como en cada caso humano, es la manifestación de las limitaciones para abrirse a la posibilidad de un cambio. Eso no ha cambiado. Pero lo que esta mujer todavía no entendía era el ofrecimiento que su interlocutor le estaba ofreciendo. Una de las cosas que nos muestra este encuentro será la llamada “revelación progresiva”. 

Esta mujer había conocido los “dones” que le daban los hombres, muy pobres, por cierto. Pero observe la trascendencia de este texto: hay un don de Dios que muchos hombres no conocen y el más interesado en esto es el mismo Cristo, el don mismo venido del cielo.

Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed (v. 13)

Esta es la verdad de nuestras vidas. Hay una sed que no se satisface nunca y es la física. Pero también hay una sed que tampoco se satisface y es la que produce el pecado. Y esto lo vemos en la búsqueda de querer llenar esta sed con cualquier cosa, ese era el caso de la mujer samaritana.   

De esta manera Jesús llega al punto cumbre de su conversación con esta mujer. Y si bien es cierto que el tiene sed, Jesús no le está hablando de querer saciar la sed con esa agua. Claramente Jesús no está hablando del agua material. El ofrecimiento que Jesús plantea es mucho más superior. Lo que vemos es que si Jesús estuviera hablando del agua material no estaría diciendo nada fuera de lo común, porque no hay agua o elemento que sacia para siempre la sed de nuestro cuerpo humano.

 El encuentro de Jesús con esta mujer nos revela que Jesús quiere ir siempre más allá del pozo de Jacob, a las corrientes de agua viva. Él no solo está hablando de una sed física, sino de una sed espiritual. Pero, sobre todo, Jesús no está hablando de una solución temporal, sino eterna.

Jesús sabe que el hombre, en esencia, nace sediento espiritualmente. La caída que vino como resultado del pecado mantiene al hombre sediento de una verdadera relación con Dios y ese es el trabajo que hace Jesús al llegar a nuestros corazones. 

 …mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna v. 14

Un detalle curioso de esta historia tiene que ver con el pozo. Y el pozo como tal tiene que ver con aguas estancadas. Algunos dicen que había que cavar hasta el fondo del pozo para llegar a tener “agua viva”, eso fue lo que dijo la mujer, en el sentido que era una corriente en lugar de agua estancada. De allí que Jesús de una vez introduce su tema del “agua viva”. 

Jesús no puede dar la misma agua que el mundo ofrece, porque sigue el hombre teniendo sed, pero si da una clase de agua que se convierte en fuente que salte para vida eterna.

 Cuando Jesús llena la vida el resultado será el mismo.  Y esta es la misma promesa que nos hace a nosotros, para que nos acerquemos a beber de ese manantial de agua de vida. El encuentro con Jesús detiene al hombre de venir al mismo pozo. 

La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla v. 15

Interesante que la sed que había dejado el pecado en esta mujer la llevó inmediatamente a desear esa clase de agua viva. Su deseo de cambio la movió a interesarse por su vida y su condición. 

Su estado espiritual era tan critico que no quiso pasar por alto esta oportunidad.  “No importa cuáles sean las aguas de consolación que bebamos, volveremos a tener sed. Pero a quien participa del Espíritu de gracia, y del consuelo del evangelio, nunca le faltará lo que dará abundante satisfacción a su alma. Los corazones carnales no miran más alto que las metas carnales”. Matthew Henry, Comentario de la Biblia Matthew Henry en un tomo (Miami: Editorial Unilit, 2003), 810.

Nuestra oración a Jesús debiera ser: Señor, dame esa agua, para que no tenga sed jamás.El resto de esta historia cambia de curso porque Jesús no solo se asegura que esta mujer llene su vida con el agua vida que salte en su corazón, sino que cambia de su condición y estilo de vida pecaminosa. 

Jesús le dijo: “Ve, llama a tu marido, y ven acá…” v. 16.

 La reacción de la mujer fue honesta “no tengo marido” v. 17. 

Y es aquí donde vemos a Jesús demostrar una vez más que no es cualquier hombre el que habla, no es sólo un judío más, no es sólo uno de los profetas; es el Dios Eterno hecho carne. Y esto es la razón por la que Jesús podía conocer lo que esta mujer necesitaba en realidad. La mujer samaritana necesitaba más que una solución superficial, por una más profunda. 

Cuando Jesús la confrontó ella dejó su cántaro v. 28, símbolo de su carga, y fue y les testificó a los hombres. Eso es lo que hace una vida cambiada.