Jesus es suficiente para vencer nuestros temores

(Marcos 4:35-41)

 

Los temores fueron una realidad ayer y lo siguen siendo hoy. No existían temores cuando el hombre fue creado y vivió en total comunión con su Padre celestial. No había temores de malas noticias, ni temores por alguna enfermedad repentina que la produjera algún virus. No había temor a la soledad, o porque faltara el sustento diario. Ciertamente no había temor de ningún tipo porque en aquel lugar el pecado estaba ausente, el causante del temor en los hombres. Observe que estas fueron las primeras palabras que respondió Adán a Dios después que después que Dios les llamó como solía hacerlo siempre: “Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí” (Génesis 3:10).

 

A partir de aquel lúgubre día el hombre se convertiría en un recipiente de todo tipo de temores que llegarían a ser parte de su cotidianidad. La lista seria muy larga si la ponemos, pero los temores son tantos que pareciera que cada individuo crece dominado por alguno de ellos y en algunos se cumple lo que la palabra misma nos va a decir: “Lo que el impío teme, eso le vendrá; Pero a los justos les será dado lo que desean” (Proverbios 10:24)

 

Con lo arriba expuesto nos metemos en el tema para la ocasión, basado en una de las tantas historias de Jesús, nuestro modelo para la vida, nuestra fuerza que nos levanta, nuestro consuelo en las tribulaciones, nuestra esperanza en cada crisis, nuestro abogado delante del Padre y defensor delante del enemigo. Sí, Jesús, nuestro indiscutible salvador. Nuestro todo suficiente para enfrentar todos nuestros temores. Comenzaremos este nuevo estudio basado en la historia que vivieron sus propios protagonistas y la manera cómo ellas siguen siendo de tanto impacto y enseñanzas para nuestras vidas en este siglo XXI. La primera de ella, para hablar del temor, nos las presenta Marcos 4:35-4.

 

El contexto de la historia: 

 

Antes que lo demás acontezca, ubiquemos a Jesús bajo un intenso día de trabajo. 

 

Por cuando su popularidad era tan notoria, lo que pasó aquel día fue que Jesús estuvo rodeado de multitudes que acudían de todas las partes del país buscando ser curados de sus enfermedades de acuerdo con (Mr 3:7-12). Y tal era la situación que no tenían tiempo ni de comer  según (Mr 3:20).  A esto tenemos que añadirle que, en sus enseñanzas como Maestro hacia largas sesiones junto con las explicaciones, especialmente con sus parábolas para que la gente le entendiera, el mismo tiempo les dedicaba a sus discípulos. 

 

La orden de pasar al otro lado v. 35. Un detalle importantísimo en esta historia es que, a pesar de las condiciones físicas del Maestro que demandaban un obligado descanso, observe que es él mismo que les ordena a sus discípulos que vayan al otro lado. Hasta ahora los discípulos solo están prestos para obedecer a su Maestro, sin presagiar lo que se les avecina. Ellos se encontraban plenamente inmersos haciendo la voluntad de Dios. En el “seminario” ambulante al que asistían habían aprendido la nueva serie de estudios sobre el Reino de Dios que les impartió su Maestro, y ahora se disponían a ir a la costa oriental del mar de Galilea siguiendo sus indicaciones y fue en este contexto de obediencia a Cristo cuando tuvo lugar la tempestad.

 

“…le tomaron como estaba, en la barca” v. 36. Este detalle que creo que solo Marcos lo menciona es significativo porque añade más sorpresa al tema de hoy. No hubo tiempo para una siesta, ni un baño, simplemente Jesús fue tomado tal y cual estaba. Lo otro fue el acto de los discípulos, ellos mismos le tomaron y hicieron entrar en la barca. No es lo mismo cruzar una tormenta solos, aunque se conozcan bien los mares, que hacerlo acompañado del que creo los mares. Este detalle es determinante al momento de enfrentar nuestros propios temores. Nunca debemos olvidar el hecho que también te hemos invitado a entrar a nuestra propia barca. 

 

“Se levantó una gran tempestad de viento” v. 37. Esta tempestad pudo ser repentina para los discípulos (Mt. 8:24), pero no para Cristo pues él sigue estando en control de las circunstancias y aun de las tempestades. Jesús sabía que se iba a levantar una terrible tempestad, pero, sin embargo, les hizo cruzar el mar en ese momento. ¿Por qué lo hizo? Porque es a través de pruebas muy difíciles (léase “gran tempestad”) la manera como finalmente el Señor sigue trabajando. 

Aquella tormenta repentina fue una especie de “examen por sorpresa”, y que, si el Señor lo planeó así, era porque estaban preparados para ello. Los discípulos tenían la teoría del estudio, pero necesitaban la practica. De esta manera la experiencia que viene tendrá como propósito la enseñanza acerca de como enfrentar los temores que son reales y que vienen por las tormentas que muchas veces vienen de una repentina. 

Hay tormentas que ocurren en la vida en plena obediencia a las indicaciones del Señor. 

“Jesús estaba en la popa, durmiendo”. V. 38.  Es interesante observar que durante la tempestad Jesús estaba profundamente dormido en la barca. Hay lecciones que aprendemos de este singular y maravilloso episodio en la vida del Maestro. Que bueno seria que viéramos este cuadro al momento cuando nos enfrentamos nuestros propios temores.

¿Qué nos enseña Jesús con esto? 

Lo primero que observamos es que Jesús es totalmente humano. Después de los grandes esfuerzos de esos días, estaba cansado, agotado, necesitado de descanso y sueño. Y en esta parte, lo que más le impresiona al lector es que ni el rugir de los vientos, ni el embate de las olas, ni el movimiento de la barca, que rápidamente se anegaba, fueron capaces de despertarle.

La otra lección es la que tenia que ver con la que Jesús tenia en su Padre celestial.  Su sueño tranquilo en medio del mar agitado nos da a entender de qué tamaño era la confianza que lo sostenía con su Padre, debido a la relación intima que había entre los dos, que le aseguraba que él nunca la podía fallar. Para Jesús, el rugido de las fuertes olas, eran melodías que hacían mas placentero su sueño.  Por cierto que Pedro, quien seguramente dirigía la embarcación, y quien formaría parte del pánico colectivo del grupo, más adelante estaría en un profundo sueño la noche antes de ser ejecutado (Hch 12:6).

“Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” v. 38.  La cercanía a la muerte es un tema que los especialistas denominan una experiencia aterradora que arropa todo el ser de un profundo temor y espanto, que nos es comparada con ninguna otra de la vida.  Esto fue lo que sucedió en la vida de los discípulos por la furia que desató la tempestad. La angustia se hizo presa en la noche de aquella travesía. La muerte por ahogamiento era el pensamiento dominante. 

 

¿No tienes cuidado que perecemos?  El reprocho humano siempre ha estado latente frente a lo que pensamos es un “silencio divino”. A veces pensamos que Dios no se interesa en nuestros problemas y hasta llegamos a pensar como cuando Elias se burlaba de los profetas de baal, diciendo, “¿no estará dormido vuestro dios?” (1 R 18:27). Y el asunto era que ni los cuatro veteranos pescadores, que conocían a cabalidad el mar de Galilea, podían enrumbar la embarcación a puerto seguro. 

¿Cuáles son las lecciones que todo esto nos muestra? 

 

Que Jesús permite tribulaciones y pruebas a nuestras vidas para demostrarnos cuan inútiles somos y hasta incapaces de todo aquello que pensamos “dominar” bien. 

También para doblegar nuestros orgullos y autosuficiencia de manera que al final tengamos que ir al único que nos puede ayudar y salvar cuando todo parece estar perdido.  

 

“Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza” v. 39  La expresión “calla, enmudece” tiene el sentido de bozalear una bestia, de domarla.  Solo hay un hombre que ha podido caminar sobre las aguas y reprender también su furia. Hay un solo hombre a quien los “mares le obedecen” y ese hombre se llama Jesús. 

 

Aplicación: En la vida se levantan tempestades que agitan profundamente el alma, conmueven los cimientos de nuestra embarcación y necesitamos oír en esas aguas agitadas de la vida la voz de poder y de autoridad que diga: “Calla, enmudece”.  

 

“¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” v. 40. La pregunta de Jesús pareciera extraña debido a lo que sus hombres están viviendo.  ¿Cómo no iban a estar llenos de temor? Pero la intención de Jesús no es ignorar las circunstancias que llevan al temor, sino que la pregunta tenia mas que ver con la fe de ellos.  Así que la pregunta “¿Cómo no tenéis fe?” demanda de ellos que pensaran y que vieran que el mayor peligro no era el viento o las olas sino su incredulidad al saber que con ellos estaba el mismo Dios revelado. Todo esto pone de manifiesto que la mayoría de nuestros temores no es tanto por lo externo, sino por lo que llevamos por dentro. Muchos de los temores se deben a nuestra gran falta de fe. 

“¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?” v. 41.  Del conocimiento que tengamos del hombre a quien los vientos y el mar le obedecen, dependen nuestras victorias. Muchos de nuestros temores se deben a la falta de conocer a quien es el está con nosotros en la barca. Los discípulos no podían crecer que el hombre cansado y dormido en la barca pudiera ser también el Dios todopoderoso que gobierna la misma creación. 

 

Mis amados, Jesús es suficiente para vencer nuestros temores. Pero a lo mejor tendrá que preguntarnos como lo hizo a sus atribulados discípulos¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?».