La Parábola del Hijo Perdido
(Lucas 15:11-32)
Con la parábola del “hijo pródigo” cerramos todas las que han tenido que ver con el tema de la salvación, vistas en la búsqueda de algo que ha estado perdido.
Cristo ha hablado de una oveja perdida, una moneda perdida y ahora nos habla de un hijo perdido.
Al lector no le ha quedado dudas de la gran lección que Cristo les dio a los escribas y fariseos, al decirles cuánto valor tienen los hombres para él, y sobre todo aquellos que han sido menospreciados por los que debieran haber tenido la más grande misericordia y amor por ellos.
Esta parábola se ha considerado como la cumbre de todas ellas. Jamás se dijo algo parecido. Es tan clara, tan sencilla, tan didáctica, tan familiar y llena de amor que comentarla, agregando cosas que Jesús no dijo, sería un desperdicio en su enseñanza.
Así que los que nos aventuramos a comentarla para traerla en un estudio necesitamos cuidarnos de no alegorizar con ella, o decir ha dejado acá dejó como lo es su énfasis en la salvación.
Lo único que se me ocurre pensar para no agotar la parábola de un solo plumazo es que la podamos dividir en tres grandes secciones: una que contemple al hijo, el objeto de la parábola; otra que hable del otro hermano, y otra sección que hable del padre. Creo que de esa manera tendremos un mensaje completo.
Estudiarla de esa manera, le haremos más justicia a sus protagonistas, porque cada uno de ellos tiene un mundo de aplicaciones.
Pero, sobre todo, estudiar al padre de ambos hijos es poner la parábola en la cumbre de su revelación, pues más que hablar del “hijo pródigo”, tenemos que comentar que en esta parábola hay “un padre pródigo”.
Así, pues, adentrémonos en esta joya de la literatura bíblica bajo esta visión. Oremos al Señor para que su enseñanza central nos inunde de su bendición.
Para los efectos de este estudio, vamos a llamarlo “Cuando el hombre vuelve en sí”.
La razón es porque en la parábola nos encontraremos con esa frase distintiva que se convierte en el corazón del asunto, porque es a partir de allí que se desarrollará un genuino cambio en el corazón del hijo.
Leamos la parábola en Lucas 15:11-32
“… y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes” v. 12
Una cosa es esperar obtener la herencia del padre después que este muera, pero otra muy distinta es solicitarla mientras el padre todavía vive.
Esto será parte de lo que el padre de esta parábola tendrá que soportar. Así que para el tiempo de Jesús, hacer lo que hizo este hijo menor, sabiendo que su padre todavía tenia salud y fuerzas, era como expresarle sus deseos de muerte.
Y una de las cosas que nos sorprende es que el padre no entró en discusiones ni advertencias contra el hijo, sino que inmediatamente le dio la parte que le correspondía, pero observe que también se la dio a su otro hermano. Para el padre esta decisión tuvo que ser dolorosa.
“No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente” v. 13
Los días pasaron muy rápido. El hijo menor a penas tuvo tiempo para recoger lo que le pertenecía. Los ojos puestos en la suma de dinero que el padre le dio, acapararon su ambición y el deseo de irse y disfrutar de su herencia era su más grande motivación. Nos preguntamos ¿por que no se quedó en casa? ¿A caso no estaría seguro allí como lo estaba en el hermano mayor? Pero como todo joven inmaduro tomó la decisión de irse de la casa donde lo tenía todo y ya eso traería sus consecuencias.
Las preguntas obligadas de esta parábola
¿Por qué el hijo menor tomaría esa decisión si lo tenia todo? ¿A caso seria el no poder soportar la disciplina del hogar? ¿Qué tan mal le iba con un padre que luce tan bondadoso y benevolente?
Así en lugar de quedarse, se fue lejos a una provincia apartada…
La oración “allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente” nos revela las razones de la premura de aquel joven en querer irse de la casa. Ahora la escena cambia y tenemos que colocar otra imagen, la que tiene que ver con el país distante. Ahora tenemos a un joven que sabe lo que es “pasarlo bien”. Y es que con todo el dinero de la herencia podía recorrer todos los lugares de diversión y así como tener amigos dispuestos a acompañarle en todo momento.
Pero lo que hizo fue que “desperdicio sus bienes viviendo perdidamente”. No nos dice la Biblia cómo su fue vida en aquella provincia, pero a juzgar por esta palabra, seguramente vivió al máximo con todos los placeres del pecado.
Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle v. 14
Este texto pareciera decirnos “se acabó la fiesta”. Hay dos cosas para las que no estaba preparado aquel joven: que se le iba a acabar el dinero y que vendría una hambruna a la provincia. Así que el joven no solo se vio en una mala situación financiera (no pudo usar más las tarjetas de crédito por que no pasaban), sino que el país estaba atravesando por una gran crisis económica también. Pero aquel joven no se atrevió regresar a casa, a lo mejor por vergüenza, de allí la decisión que va a tomar luego. Qué cuadro tan triste debe ser aquel que después de tenerlo todo, tengamos que ir desesperado en busca de ayuda tan solo para poder comer. Ahora los amigos no aparecen, los banquetes se acabaron, las luces y la música se apagaron, nadie le da la mano. Está solo, mal oliente y con una terrible hambre.
“Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos” v. 15.
Jesús contó esta parábola de una manera que pareciera hablar de una historia tan real en lugar de ser una metáfora. Que este joven llegara hasta la casa donde se criaban cerdos, tuvo que ser el extremo de una condición que se hizo insoportable. El hijo de un padre que lo tenia mucho ganado, ahora está arrimado en una casa, y cuidando cerdos. Y es que nada era mas abominable para un judío que hacer esto. La descripción no podía ser más gráfica.
La cara de los fariseos tenía que ser todo un poema mientras Jesús estaba hablando de esta manera, sobre todo cuando hizo referencia a los cerdos y las algarrobas. Y como alguien dijo: “Pero rebajarse a estar viviendo con ellos, era horrible e inconcebible. Esta es la figura que pintamos ahora, ya en colores muy oscuros. Realmente, había tocado fondo”.
“Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba” v. 16.
Este joven pasó de la promiscuidad en la vida disoluta, donde desperdició sus vienes, a una vida de inmundicia por donde está ahora. ¿Cómo podemos describir mejor esta vida que ahora le tocó al joven vivir? Que su decadencia fue tal, llegando a un nivel de degradación que deseaba comer las algarrobas que comían los cerdos (v. 16
Si algo sabia este joven era que en su casa había todo tipo de manjares. No había comida de cerdo porque para los judíos esto era abominación. Así que desear llenar el vientre con esa comida revela el fondo donde había caído este joven.
Y volviendo en sí, dijo: !!Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! V. 17
Esta es la parte crucial de la parábola. Este es el momento de los recuerdos, del examen personal, del saberse en la banca rota… pero es el momento de regresar a casa. Si algo vino a la mente del joven de esa historia es que sabia que aun los jornaleros de su casa tenían las mejores comidas, siendo ellos jornaleros, o sea, menos que él por cuanto era hijo. Este joven sabia que en la casa de su padre había abundancia de pan, mientras que ahora él padecía de hambre. En esta parábola logramos ver los resultados cuando un hombre vuelve en sí que los podemos resumir de esta manera:
Lo primero que descubre este hombrees que comprende que el mundo siempre decepciona. El comprobó que las riquezas pasajeras y las amistades no son reales, que los placeres no satisfacen.
Por otra parte, podemos llegar a la conclusión que solo Dios satisface, de allí el deseo de regresar otra vez a casa. Es el reconocimiento que nada fuera de Dios podrá llenar el corazón del hombre. Y, por otro lado, cuando el hombre “vuelve en sí” llega a la conclusión que su destino está en sus propias manos, sobre todo cuando se decide no seguir en la condición de estar arrimado, cuidando cerdos y hasta deseando ser parte de la inmundicia.