La parábola del sembrador

(Mateo 13:1-23)
La primera parábola para nuestro estudio es la llamada “Parábola del Sembrador”. Esta surge de del rechazo que los judíos le dieron al mesianismo de Jesús. Aquel fue uno de los tantos enfrentamientos que él tuvo con los lideres religiosos. De allí que cuando habló del propósito de las parábolas dirigidas a aquellos que le rechazaban, dijo “para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados” (Marcos 4:12). Esta primera parábola forma parte del anuncio del reino y a qué era comparado. Ésta, como ninguna otra de las parábolas que Jesús nos presentó, habla del trabajo que hace el evangelio en el corazón de los hombres.
De hecho, al hablar de la semilla, la tierra y el fruto es lo que hace exactamente el evangelio.
Leamos la parábola (Mateo 13:1-9)
La gente nunca dejó solo a Jesús vv. 1, 2.
Los únicos momentos cuando Jesús tuvo a solas fue cuando se apartaba para estar con su Padre celestial. Pero el resto del tiempo a donde iba Jesús la gente le seguía. Y la gente sabia que donde él estuviera algo pasaba, fueran sanidades espectaculares, liberación de demonios, alimentación de multitudes, o enseñanzas como ninguno otro había traído, tales como estas de las parábolas. Me gusta imaginarme esta escena. El púlpito de Jesús era el campo, la ciudad, la sinagoga o ahora la playa. En no pocas oportunidades enseñó desde una barca. Felices aquellas multitudes que fueron testigos de sus enseñanzas. Y qué lugar mejor para hablar del tema que la playa misma.
El sembrador que salió a sembrar v. 3.
Algunos autores han dado por señalar que el tema de esta parábola sería que “El resultado de sembrar depende de la condición del terreno.” También la han llamado la “parábola de los suelos” o simplemente “la parábola del sembrador”.
Y es que nadie mejor que Jesús para haber conocido el campo. No era agricultor, pero si carpintero, y eso le mantenía una conexión con árboles y el campo. Como siempre viajaba a pie tuvo la oportunidad de observar la forma cómo el agricultor regaba la semilla; la manera cómo los agricultores de esos tiempos sembraban la tierra dista mucho de las técnicas modernas, sobre todo aquellas donde se usan máquinas especiales y precisas. Si interpretamos esta parábola de una manera simple descubriremos que “el sembrador” acá es la persona a quien Dios usa para que lleve el mensaje de el evangelio. Esto no tendría otras interpretaciones toda vez que la parábola habla del reino de los cielos, en este caso como una siembra. Un asunto que la parábola nos presenta son los cuatro tipos de tierra donde cayó la semilla. Esto será una clara referencia a cuatro corazones donde cae también la semilla del evangelio.
La semilla en el camino (el corazón duro) vv. 4, 19
Era normal en la Palestina antigua que los caminos públicos atravesaban los campos cultivados. Cuando el sembrador regaba la semilla, no era extraño que el viento llevara parte de esa semilla hasta el duro camino. Y una vez allí la semilla tenia dos imposibilidades para cumplir su misión: Una era por el terreno donde cayó la semilla y la otra era que los pájaros se la comieran. En la aplicación que Cristo hace de este terreno, habla de esos corazones donde cae esa palabra, pero debido a que es una semilla expuesta a un terreno duro, y pisoteado, el diablo viene y arrebata lo que fue sembrado y la persona se pierde.
La semilla entre las piedras (corazón superficial) vv. 5, 20
En esta parte, la semilla percibió algo distinto, porque, aunque cayó en medio de las piedras, pudo alcanzar algo de tierra, pero por no haber raíz brotó pronto. Y el brotar pronto significa que no tuvo tiempo para que sus raíces se profundizaran y al encontrarse con el sol no pudo cumplir como la semilla la función de fotosíntesis. Se secó y su murió. Cuando Jesús les explicó en privado la parábola a sus discípulos les dijo que este corazón cuando recibe la palabra lo hace con gozo, pero por no tener raíz, al venir las aflicciones y las pruebas tropiezan y eso sucede cuando alguien recibe la palabra y no profundiza en ella.
La semilla entre espinos (el corazón ahogado) vv. 7, 22
Esta semilla, a diferencia de las anteriores, sí creció y echó raíces, pero se encontró con un problema para su crecimiento. Los espinos estaban esperándole para ahogarla de manera que no creciera ni diera frutos. Cuando Jesús explicó la situación de esta semilla, dijo que ella representa a aquellos hombres que ciertamente oyen la palabra, pero se encuentran con los espinos de los afanes de la vida y sus riquezas. Y estos hombres, por no dejar que la palabra siga trabajando en sus vidas, son ahogados, especialmente por el afán de obtener riquezas, quedando al final con una vida sin frutos para el reino y con ello la perdida de la bendición celestial.
La semilla en la buena tierra (el corazón abierto) vv. 8, 23
Por fin vemos que el trabajo del sembrador fue recompensado porque la semilla cayó en una buena tierra. Esto de por si tiene garantía de crecimiento y de frutos. La NTV traduce este texto de la siguiente manera: “Pero otras semillas cayeron en tierra fértil, ¡y produjeron una cosecha que fue treinta, sesenta y hasta cien veces más numerosa de lo que se había sembrado!”.
La aplicación que Jesús hace de esta persona es la de un verdadero creyente.
¿Qué hace la semilla cuando cae en buena tierra?
Veamos el orden.
Esta persona tuvo que oír la palabra y entenderla. Como resultado de esas dos acciones, esta persona comenzó a dar frutos. Jesús dijo que una señal distintiva de un autentico creyente es que da fruto, en eso consiste la metáfora de la vid verdadera. El fruto principal es la salvación, luego los frutos que permanecen. La pregunta obligada de esta parábola sería: ¿Cuál de estos terrenos me representa? ¿Qué clase de tierra es usted? ¿Tiene vida de verdad? ¿Está produciendo fruto? ¿Qué puedo hacer si tengo un corazón duro y superficial o estoy ahogado por los afanes de la vida?
“La respuesta es que no puede hacer nada, como tampoco la tierra puede cambiar su naturaleza. Pero, aunque usted no puede hacer nada, hay uno que sí puede: el Jardinero divino. Él puede aflojar la tierra dura, arrancar las piedras y sacar los espinos. Esa es la esperanza que usted puede tener: el Jardinero, no usted mismo” (Las Parábolas de Jesús por James Montgomery Boice, pag. 21)