Parábola de la lámpara del cuerpo

(Mateo 6.22-23; Lucas 11:33-36)
La parábola de “La Lámpara del Cuerpo” de la que nos ocuparemos hoy forma parte de las metáforas que Jesús usó para comparar lo que el ojo es para el cuerpo, lo que el corazón es para el alma. Se ha dicho con frecuencia que los ojos son la ventana del cuerpo. Esto significa que si una ventana se encuentra sucia, la luz del día no podrá penetrar bien y alumbrar a los que ella habitan. Se le debe a Jerónimo, el traductor de la Biblia en griego y hebreo al latín, el pensamiento “El hombre que tiene los ojos sucios ve multiplicadas las luces, mientras que el ojo simple y puro ve las cosas simples y puras”.
La razón de esta parábola es para que cuidemos nuestro corazón. Con esto coincide el llamado del sabio cuando dijo que “sobre toda guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23). Jesús introdujo esta parábola en el contexto de su “sermón del monte” para darle una importancia capital a la forma cómo usamos nuestros ojos, cómo es nuestra mirada. En no pocas veces él nos advirtió acerca del buen uso que debemos darle a nuestros ojos. Esto lo afirmó porque es a través de nuestros que somos atrapados para bien o para mal, depende finalmente como miramos. Para Jesús, si bien es cierto que la ley tenía su prohibición para ejecutar los pecados de la carne, el acto de mirar lascivamente ya se convertía en pecado.
Se le debe a Rick Warren el pensamiento: “cualquier cosa que atrape tu atención te atrapará a ti”.
De esta manera no será raro saber que desde el mismo Antiguo Testamento se nos advierte acerca de la intención de nuestra vista y el uso que hagamos de ella. En el mismo huerto del Edén donde Satanás apeló al sentido de la vista para mostrarle a Eva que el fruto del árbol prohibido era agradable a la vista y bueno para alcanzar sabiduría (Génesis 3). El patriarca Job habló de hacer un pacto con sus ojos para no pecar contra su Dios (Job 31:1). El pecado de David vino por la manera cómo miró a Betsabé (2 Samuel 11:2). Lo mismo le pasó a Acán cuando vio y codició un lingote de oro y el manto babilónico (Josue 7:21), trayendo como resultado la derrota Israel a penas comenzando la conquista.
El asunto es que el pecado parece que entra más por los ojos que por el oído, de allí la admonición que el Señor nos presenta en esta parábola. Así que nos hará mucho bien que estudiemos esta parábola a la luz de la demanda que Jesús nos hace en este pasaje. Que nuestros ojos sean iluminados mientras nos dedicamos a este hermoso estudio.
Leamos Mateo 6:22-23; Lucas 11:33-36
Lo primero que observamos aquí es que el Señor no habla del oído, o el olfato, sino del ojo, lo cual plantea que debemos que cuidar lo que vemos para mantener nuestro cuerpo en luz. El ojo es uno de los sentidos más importantes de nuestro cuerpo. Según estudios hechos, el 80% de información la recibimos por medio del sentido de la vista, y el 50% de nuestro cerebro se dedica a procesar las imágenes.
“La lámpara del cuerpo es el ojo…”. Esta declaración nos viene de un trasfondo judío que sostenía de que el ojo era la ventana del alma. La filosofía para la vida era que lo que uno permite que entre a los pensamientos determina quiénes somos. ¿Cómo funciona? El pensamiento produce deseo, el deseo produce acción, la acción deja ver a la persona cuando cede al pensamiento. Así es como si el ojo alumbrara el resto del cuerpo. ¿Qué tipo de lámpara tenía Jesús en su mente cuando habló de esto? La Palabra griega sugiere una luz que podía ser de una vela o candelabro. También podía ser una lámpara hecha como una pequeña vasija de barro cocido que contenía aceite como combustible y una mecha hacia la punta por donde mantenía la llama encendida. Es posible que esta halla sido de acuerdo con Mateo 5:15, cuando dice: “ Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa”.
El texto nos sigue diciendo:
“… así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas”.
En esta otra parte de esta oración Jesús habla de un ojo bueno y otro malo. ¿Qué decirnos con esto? Esto es una referencia a nuestros ojos espirituales. Con ojos espirituales nuestra visión será mejor para evaluar las cosas correctamente. Por otro lado, los ojos malignos crean juicios, decisiones y actos malos e incorrectos. Los ojos malos son los que crean oscuridad en nuestras vidas, mientras que los buenos, llenan de luz nuestro ser.
¿Cómo es que se da todo esto?
Cuando uno piensa en la luz, la idea es que ella proyecte y alumbre su entorno inmediato. Que alumbre lo que está afuera.Pero cuando Cristo habló de el ojo como la lámpara, la metáfora nos dice que este caso alumbra hacia adentro. Como el ojo no tiene luz propia, lo que hace es que es que mira hacia afuera del cuerpo y transmite hacia el interior la interpretación de lo recibido. Es como si el fuera el prisma mediante el cual la luz atraviesa y baña su interior. ¿No es esto maravilloso? Así que un ojo bueno llenará de luz a todo el cuerpo, mientras que uno malo hará que todo el cuerpo también este enfermo.
“Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?”.
Este es un llamado muy serio de parte de nuestro amado Maestro y salvador Jesucristo. Al principio pareciera verse como contradictorio, pues donde hay luz no hay tinieblas. Pero el sentido del texto es mostrarnos que la sinceridad de propósito, o pureza de intención pueden conservar nuestro ser interior iluminado con la presencia de Dios.
Este tema de la luz y las tinieblas siempre es presentado en la Biblia de una manera contrastada. Es uno de los temas favoritos del apóstol Juan. Lo acá expresado por nuestro Señor nos lleva a analizar el asunto de la luz y las tinieblas. Son dos cosas totalmente opuestas. Cuando el mundo fue creado hubo un abismo de oscuridad, de allí que lo primero que fue creado fue la luz. Si bien es cierto que la Biblia dice que la tierra estaba “desordenada y vacía, produciendo un gran abismo”, lo primero que Dios hizo fue la luz.
Cuando ella fue hecha, se revelaron la tierra y las aguas que había en aquel caos original. Ante esto, ¿no es maravilloso ver que uno de los grandes Yo soy de Jesús, fue el que dijo: “Yo soy la luz de mundo”, pero más sorprendente cuando Jesús dijo: “Vosotros sois la luz del mundo”. Así que esa luz que en nosotros hay la puso Jesucristo por el evangelio, pero será en la forma cómo miramos que determinará cuán alumbrado estará nuestra vida.
El llamado del sabio de antaño fue para que nuestros “… ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante” (Proverbios 4:25-26). Ahora veamos lo que Lucas nos dice a este respecto de la luz. “Nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz” (Lucas 11:33).
La luz fue creada para alumbrar.
Su naturaleza es esa. Cuando el sol deje de brillar nos envolveremos en la mas densa oscuridad. Lo mismo ocurrirá si la luna y las estrellas dejaran de brillar. Por lo tanto, el poner la luz en el candelero es que este en lo alto para que abarque todo el espacio posible. La palabra “almud” es el equivalente de una canasta. Un contrasentido es poner la luz debajo de un lugar que la opaque y no la deje brillar. Lo contrario a un ojo malo es uno bueno y en eso se enfocó finalmente Lucas cuando nos dijo:
“Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor” (v. 36)
Que esta sea nuestra verdad, testimonio y vida. Que todo nuestro ser esté lleno de luz. Cuando así vivimos las tinieblas huyen y no serán parte de nuestra vida.