Parabola de la puerta estrecha

(Lucas 13:22-30)

Vamos a seguir estudiando las parábolas que tienen que ver con la salvación y ahora nos toca analizar “La Parábola de la Puerta Estrecha”, dentro de la pregunta: “¿Son pocos los que se salvan?”. La misma la encontramos en Mateo 7:13-14 y Lucas 13:23-24. Jesús hace una comparación en este texto de la puerta estrecha con un “camino espacioso”. 

Nos va a decir que tal camino, por ser grande y fácil muchos por él, pero los que esto hacen  al final sus vidas estarán en una eterna separación. Mientras que la puerta angosta, es el camino que conduce a la vida eterna, y son pocos los que entran por ella y llegan a ser salvos. 

Entonces ¿qué quiere decir exactamente esto? ¿Cuántos son los “muchos” y cuán pocos son los “pocos”?  Estas preguntas las debemos responder diciendo que Jesús es la puerta por la que todos deben entrar a la vida eterna. Que no hay otro camino, porque sólo Él es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). El camino a la vida eterna solo tiene una forma de andar por él, eso es, Cristo. Es por esto por lo que no muchos entran por esa puerta. 

Es un camino que es visto con muchas demandas y por eso los “muchos” buscaran otras alternativas, otras rutas para llegar a Dios. Algunas tratarán de llegar a través de las reglas y regulaciones de hombres; a lo mejor a través de una falsa religión, o los que en su mayoría lo harán a través de un esfuerzo propio. La gran tristeza de esta parábola será pensar y ver que esos que son “muchos”, seguirán el camino espacioso que lleva a la destrucción eterna. 

Sin embargo, las ovejas que oigan la voz del Buen Pastor, las que entran por el camino angosto, alcanzarán la vida eterna (Juan 10:7-11).

Analicemos la parábola (Lucas 13:22-30)

La pregunta que da origen a la parábola:

 Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén. Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? (v. 22-23)

No sabemos quién le hizo a Jesús esta pregunta, pero sin duda fue una de las más importantes de las que se debe tener conocimiento, aunque el único que sabe cuántos ser salvarán es nuestro mismo Señor. Esta pregunta fue hecha mientras Jesús se dirigía a Jerusalén donde moría por todos, pero que no todos le recibirían. No sabemos cuál fue la intención de esta pregunta, pero reflejaba la inquietud, a lo mejor, de los tantos que ya estaban rechazando al salvador. Y  esta pregunta encuentra su eco en muchos pasajes de la Biblia donde el mismo Jesús va a hablar que seguirle es un asunto de entrega, de renuncia y decisión. 

“Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (v. 24)

El concepto de los dos caminos al parecer era muy común en la literatura judía. Jesús lo va a usar no solo para dar una respuesta al curioso preguntador, sino para revelar unos de los asuntos más serios de la vida, pues se trata de dónde pasaremos la eternidad. ¿Por qué surgió esta pregunta? Bueno, lo más probable fue por el concepto que tenían los judíos acerca de la salvación. Los judíos tenían un sentimiento demasiado nacionalista; muy exclusivo, tanto que ellos no podían creer que Dios pudiera salvar a otras personas, sino a ellos. Y en efecto, este fue el problema de Jonás cuando fue enviado a Nínive y luego se embarcó parar a otro lugar porque odiaba a Nínive y no toleraba que Dios pudiera amar o perdonar a otra nación. 

El concepto dominante en todos los judíos era que al final ellos se irían a salvar simplemente porque eran descendiente de Abraham. Y es aquí donde la postura de Jesús con esta parábola echó por tierra ese concepto. 

Observe lo serio de esta declaración: “muchos procuraran entrar, y no podrán”. 

La idea del imperativo “esforzaos” para entrar por esa puerta angosta, plantea una resolución del corazón; una determinación por lo que significa una separación eterna de Dios. Nunca será fácil entrar por esa puerta estrecha. Su demanda plantea verdadera fe y entrega. Nos imaginamos que la persona que hizo la pregunta espera que Jesús, por ser judío, les respondiera que en efecto que todos los judíos podían ser salvos por la herencia abrahámica, en lugar de poner la fe en Jesucristo. 

Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois” (v. 25).

Bueno, con el presente texto, el hombre que hizo la pregunta debería estar más desilusionado. Con esto Jesús está dejando a la nación de Israel fuera de su reino por la manera cómo ellos concebían entrar allí sin reconocer la gracia divina.  La respuesta a los que están llamando al padre de familia no os conozco de dónde sois, nos hace que ver el asunto de pertenecer al reino de Dios es practicar su justicia, lo cual los judíos no eran precisamente los más abanderamos en ese tema. Ellos mantenían su propia justicia. Y en esto concuerda el principio por el que vivían los judíos, creyendo que era impensable que todos ellos, estuvieran siendo desconocidos por parte de su Dios, al que ellos conocían tan personal. 

Después de que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta. 

Con esta declaración seguimos viendo lo intrigante de la parábola.  Hay, en efecto, un cambio en nuestra imaginación. Por un lado, tenemos a una puerta que no solo es estrecha, sino que ahora está cerrada. Esto plantea que, si la puerta estrecha hace difícil la entrada, la puerta cerrada lo hace imposible. Hay en todo esto algo que debe llamarnos la atención. Hay una hora, seguramente al finalizar del día, que el señor de la casa (en este caso Dios) tiene que cerrar la puerta y espera que todos estén adentro, y los únicos que estarán allí son los que fueron leales. El hecho de conocer al dueño de la casa no será razón suficiente para que él abra. 

La justificación para entrar en el reino 

Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste” v. 25

Este texto nos presenta una defensa. Esto nos pone de manifiesto el hecho que algunas personas, por ser parte de algún grupo que tiene la etiqueta de cristianos, ya es suficiente y con derechos para que el padre le abra a puerta. ¿Qué pasa con la gente que piensa que tiene derecho de ir al cielo por el solo hecho de tener algún tipo de conocimiento acerca de Dios, pero sin haberle entregado su corazón a él? Lo que podemos pensar de tanta gente que actúa de esa manera es que cometen los dos pecados de rebeldía y presunción y por eso llegarán tarde quedarán fuera.    El amor al pecado hace que los hombres se detengan, y la falsa esperanza que al final Dios tendrá de ellos compasión, y esto lo forzaría a hacer una excepción en el caso de ellos, hace que el engaño sea mayor y con esto la perdición de su alma. 

“Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos” (27, 28)

Una cosa es el conocimiento de Dios y otra muy triste será su desconocimiento en el día final. Aquel día será muy tarde. Es como la experiencia de Noé cuando entró en el arca. Por 120 años estuvo predicando acerca del juicio a una generación rebelde, y el día llegó cuando Dios envió el diluvio, y aunque algunos rodearon la puerta del arca pidiendo desesperadamente ayuda para salvarse, la puerta nunca se abrió. Dios juzgó de esa manera la tierra, pero previo a eso les había dado mucho tiempo para que se arrepintieran. El dolor para los judíos que rechazaron el tiempo de la visitación de Dios será  saber que hombres como Abraham, Isaac y Jacob, a quienes ellos tanto veneraban y sentían sus hijos en el reino de Dios, y  que después estén fuera de ese reino. 

Habrá una gran sorpresa de los que entraran al reino de los cielos al final de los tiempos; por un lado, ver a los que jamás pensamos ver y no ver a los que creíamos que iban a estar en el reino. 

No debemos confiarnos como lo hicieron los judíos que, por tener una herencia religiosa, eso ya le acreditaba la entrada al reino del Señor. 

“Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros” (29, 30)

“La verdad permanente encontrada en la fórmula de este verso es que la posición, herencia, raza o cualquier otra cosa que pueden hacer que el hombre sea primero a los ojos humanos, es insuficiente para colocarlo en ese lugar con Dios. En el último análisis, sólo es primero quien concede a Jesús el primer lugar en su corazón y vida, y solamente será postrero el que rechaza o descuida a Dios y las cosas espirituales” (Charles L. Childers, «El Evangelio Según San Lucas», en Comentario Bíblico Beacon: Mateo hasta Lucas (Tomo 6) (Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones, 2010), 550–551.