Parabóla de los dos deudores

(Lucas 7:41-43)

“¿Quién ama más?”

He aquí otra parábola que solo es comentada por Lucas. Es una de las parábolas más cortas que tengamos de Jesús. La parábola se desprende de un contexto muy particular: el ungimiento de los pies de Jesús por parte de una mujer pecadora en la casa de un fariseo llamado Simón. Este ungimiento no debe confundirse con el llamado “ungimiento de María”, ni que esta mujer sea ella como algunos han pensado. El ungimiento de María lo narran Marcos y Mateo, y hacen referencia a Betania, el hogar de Lázaro y Marta. 

Y si bien es cierto que pareciera que hay una coincidencia por el nombre de Simón, en Marcos y Mateo se le llama el leproso, mientras que en Lucas se le llama el fariseo. Otro detalle es que, mientras que el en el caso de Lucas, la mujer unge sus pies, en el caso de los otros sinópticos, ella le unge la cabeza de Jesús. En el caso de Lucas, una será para demostrar su gran amor, mientras que, en la historia de Marcos y Matero, María hizo un acto profético al ungir a Cristo para su muerte en la cruz. Siguiendo con el contexto de Lucas, todo esto se da en la casa de Simón el fariseo donde Jesús fue invitado a una cena, y es estando allí que una mujer pecadora hace irrupción en plena cena, para asombro del fariseo y los invitados. 

Lo primero que uno puede pensar es lo ofensivo y bochornoso que significó para este fariseo que esta mujer, a lo mejor conocida por tantos hombres allí presentes, debido a su “profesión”, se presentara de esta manea. Y si bien el anfitrión quedó muy apenado y abochornado, Cristo no se incomodó ni le prohibió a la mujer que cumpliera con su propósito. Al contrario, Jesús va a usar lo que ella hizo para darle al fariseo la más grande lección de su vida. 

Observamos que ella no tenía una invitación para esa cena. Le aseguro que ella sería la última persona a quien este hombre invitaría a su casa. ¿Quién invitaría a una mujer como ella?Sin embargo, ella, sin amilanarse por el “qué dirán”, o si pudiera ser detenida para entrar, cuando supo que Jesús había entrado en la casa, se coló en medio de los presentes y trajo el perfume de gran precio para ese momento tan especial para su vida. 

Algunos creen que aquel perfume de “dardo puro” podía tener un precio de casi unos $1000. Imagínese a esta mujer reuniendo semejante cantidad de dinero para derramarlo con lágrimas, gozo y gratitud a los pies del salvador. La osadía de esa mujer quedó registrada como una de las historias más significativas del Nuevo Testamento, porque allí se encontró la miseria con la misericordia. 

Los fariseos eran extremadamente escrupulosos y ceremoniales con sus leyes, y sabían que una mujer como esta era catalogada como “pecadora”. Así que, si ya de por sí ellos hacían esa clasificación social, solo podemos ponderar lo que pasó cuando ella hizo lo que hizo con el perfume que derramó a los pies de Cristo. El escándalo no pudo ser mayor. Las conclusiones no se hicieron esperar. La primera reacción del fariseo es que Jesús no era ningún profeta, porque si así fuera, ya habría descubierto que tipo de mujer es la que le está enjugando y besando sus pies.  

Leamos la parábola (Lucas 7:41-43). 

Lucas definitivamente es un maestro en la narrativa, y en con esta parábola seguimos viendo ese arte de ponerle vida a sus escritos, narrando lo que Cristo dijo. Y uno de los temas que más que le gustaba al “periodista” y al “medico amado” Lucas, era el que tenia que ver en la manera cómo el Señor acogía al pecador, esto parecía su preferido. 

Una de las cosas que uno ve en Jesús es la manera cómo él actúa en un momento determinado, usando su sabiduría, pero sobre todo aquellas únicas ilustraciones para confrontar a su interlocutor, en este caso al fariseo Simón, para que él mismo caiga en cuenta de la manera cómo está actuando con desprecio hacia la mujer, sin que Jesús lo haya hecho. 

“Simón, una cosa tengo que decirte…” v. 40.

 La omnisciencia de Jesús como parte de su naturaleza divina por ser igual a Dios, pronto le hizo ver lo que había en el corazón y en los pensamientos del fariseo, pues el texto previo dice: “Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”. 

Esto es muy revelador porque ya el salmista había dicho esto del mismo  Dios: “Pues aún no está la palabra en mi lengua, y  he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” (Salmo 139:4). 

Y ¿qué era lo que cosa que Jesús tenía que decirle al fariseo?

Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta…”. 

La NTV lo presenta de esta manera: “Un hombre prestó dinero a dos personas, quinientas piezas de plata a una y cincuenta piezas a la otra”.  Con esto Jesús comenzó a traer al fariseo a un terreno del que tendrá que reconocer su propia falta, la que posteriormente Jesús le revelará.

El asunto es que Jesús sabe lo que la mayoría de nosotros pasamos por alto: es el hecho vernos mejor a nosotros mismos cuando tenemos que compararnos con  otro. En la aplicación que hará de esta parábola se descubrirá que uno de esos deudores de quien el Señor hablaba era el mismo Simón. Observemos las cantidades que estos hombres le debían a su prestamista. 500 denarios era una alta suma que uno le   debía a este hombre. Si un denario equivalía a un día de pago para un soldado o un obrero, estamos hablando que este hombre debía el equivalente a un año más 135 días de salario. 

La verdad es que esa deuda, para un obrero, era casi impagable.  El otro le debía 50 denarios, o sea una suma muy por debajo de la anterior que a lo mejor se podía pagar.  Con esta comparación Jesús puso en evidencia desde el principio el punto de que cuanto más somos perdonados, más debemos ser agradecidos

 Y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos (v. 42). 

Al revisar sus ahorros ambos se dieron cuenta que no podían pagar. Imagínese la escena, los dos yendo para decirle a aquel hombre que estaban la bancarrota. Lo que llama la atención en esta parte de la parábola es que Jesús no dijo que el acreedor perdonaba al que le debía mas dinero, y que el que debía menos debería pagarle. 

¿No era más fácil que este último le pagara esta mínima suma? 

Pues seguramente que sí, pero Jesús dejó claro que este hombre hizo un perdón colectivo. El asunto de esta parábola, y es esta la enseñanza central de toda ella es que en el reino espiritual todos los hombres están en aprietos, porque ningún mortal puede pagar su deuda moral y espiritual. De acuerdo con las reglas del tiempo de Jesús, lo que aplicaba para un deudor insolvente era dos cosas: perdonarlo o esclavizarlo. Y el perdón fue para los dos, lo que al final involucraba una gran deuda de gratitud.

“Todos los hombres son deudores a Dios. Aún algunos son mayores deudores que otros” (Spurgeon)

“¿Cuál de ellos le amará más?”. 

 La respuesta era obvia. No había que ser muy estudioso, y el fariseo menos, para saber cuál de estos dos hombres amará más. La respuesta de Simón no se hizo esperar: “Pienso que aquel a quien perdonó más” (43). ¿Estará diciendo esta parábola que mientras más somos perdonados, más amamos al Señor? Se me vienen algunos ejemplos. En el AT a un David después de haber ofendido con los dos pecados para los que no había sacrificios. En el NT a un endemoniado gadareno, el ladrón en la cruz o un Saulo de Tarso. 

Simón no titubeó para darla la respuesta, no porque no estaba bien seguro de ella, sino porque se da cuenta en qué dirección lo estaba encaminando el Maestro. Aceptando la respuesta de Simón como correcta, el Maestro comienza una clara y efectiva aplicación de la parábola,  tanto para el fariseo como para la mujer pecadora. Esto es lo más importante de lo que Jesús quiere que este hombre oiga. 

He aquí la aplicación de la parábola: 

 “Luego se volvió a la mujer y le dijo a Simón: —Mira a esta mujer que está arrodillada aquí. Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para lavarme el polvo de los pies, pero ella los lavó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me saludaste con un beso, pero ella, desde el momento en que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no tuviste la cortesía de ungir mi cabeza con aceite de oliva, pero ella ha ungido mis pies con un perfume exquisito” (v. 44-46

Todo lo que Jesús dice era lo que cada judío debería hacer respecto a su hospitalidad. Así que lo primero que esta parábola nos habla es la falta de cortesía del fariseo, sobre todo en lo que respecta a las costumbres que tenían los judíos con sus invitados. El beso santo como saludo, el lavar los pies con agua y el ungir al visitante era un sinónimo de simpatía, de alegría y de satisfacción por la presencia del que visita. No hacer eso era un fragante menosprecio. Una mujer pecadora puso al descubierto al fariseo. 

Cuando Jesús se dirigió al fariseo lo reprendió por su descortesía, todo lo contrario a lo que si hizo esta “pecadora”, porque aquella no era su casa. Así que la parábola de Jesús justifica esta acción.En esta parábola, el acreedor representa a Jesucristo. La condición de los deudores tiene que ver con nuestras vidas, que, ante Dios, unos más y otros menos, estamos en deuda como el resto de los pecadores con nuestro bondadoso salvador. 

 Por lo tanto, el primero tenía una deuda diez veces mayor que el segundo, pero ambos no podían pagar. Y al final, no hace ninguna diferencia sino uno debe 500 denarios o 50, todos somos deudores.El salmista dice: “Ciertamente, nadie puede redimirse a sí mismo, nadie puede darle a Dios el precio de su rescate” (Salmo 49: 6-7).

En resumen, la parábola muestra dos paralelos: el acreedor representando a Dios, y la deuda representando al pecado. Y si bien es cierto que acá vemos los diferentes niveles del pecador y del amor, la conclusión sería que el que es menos perdonado ama menos, siendo acá el fariseo Simón, y aquel a quien más se le perdona, amará más, siendo la mujer pecadora. La esencia de esta parábola es mostrarnos el concepto de la Misericordia de Dios, que perdona tanto las pequeñas como las grandes deudas.  

Otra vez, la pregunta que Jesús hace es: “¿Cuál de ellos, por lo tanto, lo amará más? Y la respuesta que dio Simón, a lo mejor con los dientes apretados y hasta avergonzado, fue: “Creo que es a quien le han perdonado más”. Mis amados, si hemos recibido el perdón de los pecados, debemos amar al Señor, estar agradecidos y dedicados a él.  La verdad es que no siempre amados al Señor como él nos ha amado, pero, sobre todo, no le amamos de acuerdo con los pecados que él nos ha perdonado. El llamado es para que amemos más. Que reconozcamos cuánto hemos ofendido a Dios y dejemos que él perdone nuestra deuda. Amen.