Parabóla de los otros dos deudores

(Mateo 18:21-35)
“¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”
Esta es otra parábola de “dos deudores”, pero no es la misma que tratamos la semana pasada. Y si bien es cierto que tiene relación con la anterior, por cuanto en ella tenemos el tema de la deuda del perdón, en esta hay un giro totalmente distinto, porque en la primera el Señor le perdonó mucho a la “pecadora” y el fariseo quedó confrontado por su falta de aceptación y perdón, mientras que en esta el asunto será que mientras a uno se le perdona una gran deuda, el perdonado no perdonó al que le debía una ínfima cuenta.
Esta parábola se desprende también de otro contexto. Tuvo que ver con toda una cátedra que el Señor nos dejó en la manera cómo debemos perdonar a un hermano que peque contra mí. Por un lado, habló de arreglar el asunto en una primera instancia; eso es, estando los dos solos. Pero no siempre las personas son capaces de arreglar sus diferencias en esta primera etapa. De allí que el Señor dice que si la persona “no te oyere”, entonces el Señor recomienda invitar hasta dos para que en presencia de ellos se resuelva el asunto.
El propósito de este paso es para que los invitados sean testigos de lo que se dijo, sobre todo que conozcan las razones de la disputa en cuestión. La tercera opción planteaba llevar la situación a la instancia mayor, a la iglesia. Esto es el extremo, cuando uno de los dos no cede el perdón frente a la falta cometida. Cuando un asunto es llevado a la iglesia es porque se agotaron todas las instancias previas. Esto es como una “corte terrenal”.
El asunto es que nunca será fácil llevar a alguien al seno de la iglesia para que ella de su veredicto, pero si eso ocurre, ella es la que está mejor preparada para dirimir las diferencias entre los hermanos cuando uno de ellos ha ofendido a otro.La última recomendación es el extremo, y es el de tener a alguien por “gentil o publicano”, que sería literalmente desconocer que el tal no ha sido un auténtico creyente. Este método de Jesús para algunos sería como muy radical, pero si seguimos el proceso del perdón, la intención de Jesús es que en algunas de esas instancias se haya resuelto el asunto; que se haya perdonado al ofendido.
Y fue esto lo que dio origen a la pregunta de Pedro “¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”.
La pregunta que hace Pedro estaba fundamentada en la cantidad de veces que los rabinos consideraban el asunto de pedir perdón. “La enseñanza rabínica era que uno debía perdonar a su prójimo tres veces. Rabí Yosé ben Janina decía: “El que le pide perdón a su prójimo no debe repetirlo más de tres veces.» Rabí Yosé ben Yahuda decía: “Si uno comete una ofensa una vez, se le perdona; si comete una ofensa una segunda vez, se le perdona; si comete una ofensa una tercera vez, se le perdona; pero la cuarta vez, ya no se le perdona.» (Barclay en su comentario de Mateo 18 y la pregunta de Pedro)
La prueba de tres perdones nos viene de Amos 1:3, 6, 9, 11, 13; 2:1, 4, 6. Entonces Pedro pensaba que estaba llegando muy lejos cuando habló de hasta siete. La sorpresa para él fue el oír de su Maestro, no es hasta siete veces, sino “hasta setenta veces siete”. Eso es una cantidad muy alta. Fue, pues, todo este contexto de las veces que debemos perdonar que dio origen a la parábola de hoy.
Leer Mateo 18:21-35
“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos”.
Otra vez volvemos a la frase que distingue el anuncio de una parábola “el reino de los cielos es semejante a…”. En este caso se trata de la rendición de cuentas de los súbditos con su rey. La presencia de un rey y sus súbditos son recurrente en las enseñanzas de Jesús.
¿Cuál era la situación planteaba?
Pues que cuando el rey sacó sus libros donde asentaba sus cuentas descubrió que había un hombre que estaba endeudado con él con la astronómica suma de “diez mil talentos”, lo que definidamente era impagable para este hombre. Los que les echan números a estas cifras nos dicen que diez mil talentos eran lo equivalente 60,000,000 de denarios; el denario, que también era equivalente a unas 10 pesetas, era el sueldo diario de un Jornalero. De esta manera, 10,000 talentos serían 600,000,000 de pesetas.
Era una deuda de proporciones impensables para que un siervo la pagara. Es más, se pensaba que esa cantidad era al presupuesto de una provincia. Se piensa, además, que esa deuda era superior al rescate de un Rey, y eso fue lo que se le perdonó al primer siervo.
Como el rey tenía potestad sobre todo el entorno familiar, en vista que este hombre no podía pagarle, su orden fue precisa: “A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda” v. 25. Con esta deuda el siervo no solo estaba perdiendo su paz y tranquilidad por no pagar, sino que estaba perdido porque ahora ni siquiera podía tener a su familia, el bien más preciado para todo hombre.
Y fue pensando en semejante situación que este hombre apeló a la bondad del rey, quien vino delante de él y se postró clamando: “Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo”.
Por supuesto que lo que este hombre buscaba era tocar el corazón del rey porque él sabía que jamás podía pagar esa cantidad, ni con su vida, sus pertenencias, o su familia. Ahora veamos la actitud de este rey. Lo primero que uno observa en esta parábola es el hombre a quien este siervo le debe tanto, un rey; y cuando uno pensaba que él, por su posición iba a actuar en contra de aquel humilde siervo, decidió perdonar la deuda: “ El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda” v. 27.
Dos cosas se resaltan en este texto: la misericordia y el perdón. Este es el tema central por el que Jesús nos trae la parábola. Si la parábola fuera hasta acá ya era demasiada buena, porque el tema que da origen a la misma es acerca de “?cuantas veces perdonaré a mi hermano que pequé contra mí?”. El haber perdonado esa cantidad de 10 mil talentos nos haría pensar que serían las “setenta vece siete” que dijo Jesús , aunque por supuesto lo que él dijo era algo para lo que no había límites.
Sin embargo, hay otra parte en la parábola que sorprende al lector por el cambio en su contenido:
“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda” (Mateo 18:28-30).
Ahora vamos a ver el giro total que se da en esta parábola.
Por supuestos que 100 denarios, comparado con los 10, 000 talentos que el rey le había perdonado al siervo, es una cantidad irrisoria, extremadamente insignificante; sin embargo, lo que vemos es que aquel siervo endureció su corazón y no lo perdonó al que no le debía prácticamente nada. ¿No es sorprendente todo esto? ¿No es verdad que al leer esta parábola uno mismo se sorprende de la total ingratitud y olvido de este siervo por lo que hizo su amo al perdonarle tanto y que él no lo haga a quien le debía poco? ¿Qué quiso el Señor mostrarnos con esto?
¡Qué triste es ver que alguien a quien Dios le perdona todos sus pecados no sea capaz de perdonar a sus ofensores! El perdón a otros debería otorgarse de manera fácil, porque a nosotros ya se nos perdonaron todas nuestras deudas, que han sido muchas. Al ver la actitud de este siervo nos viene una obligada pregunta, ¿qué peso tienen las ofensas que se nos hayan hecho comparadas a las ofensas y pecados que hemos cometido delante de Dios? Si yo no perdono a mi hermano que peque contra mí, cómo puedo ver a mi Dios que me ha perdonado tanto.
La reacción del rey al oír esto, y enojarse contra el siervo, fue justificada. El ponerlo en la cárcel hasta que pagara todo (v. 34), significa que de allí no saldría jamás, mientras que el que debía 100 denarios salió pronto de la cárcel. Esto parece insólito. La advertencia y conclusión de esta parábola no podía ser más seria y es la que debemos prestar mucha atención: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” v. 35.
Verdades y aplicaciones de esta parábola:
Si no estamos dispuesto a perdonar a los demás, no podemos esperar que Dios nos perdone.
“La lección es que nada que los hombres puedan hacernos se puede comparar ni remotamente con lo que nosotros hemos hecho a Dios; y si Dios nos ha perdonado la deuda que teníamos con Él, nosotros también debemos perdonar a nuestros semejantes las deudas que tengan con nosotros” Barclay.