Parabóla del rico y Lázaro

(Lucas 16:19-31)

Ha habido cierta discusión si el presente relato es una historia o una parábola. Los argumentos respecto a que es una historia tienen que ver con el hecho de que acá aparece un hombre con un nombre y eso no se da en las demás parábolas. Pero la mayoría de los comentaristas lo ven como una parábola a la que Jesús le da esa imaginación, de la que los judíos eran conocedores. 

Y ciertamente es una parábola nutrida de una enseñanza central de la vida en el cielo y la vida en el infierno. Lucas es el único que la presenta, sin paralelos con otras. Es considerada como una de las parábolas más difíciles de interpretar.  Hay preguntas que surgen debido a la presentación de Jesús respecto a la vida más allá del sol. 

 ¿Describe esta parábola los dos lugares a donde van los seres humanos cuando mueren? ¿Hay una conciencia activa después de la muerte? ¿Son los pobres buenos los que van al cielo y os ricos malos los que van al infierno? ¿Se puede afirmar que una persona pueda ir al cielo y después ir al infierno para traer un mensaje de esperanza? Estas preguntas harán la diferencia en la manera cómo será interpretada la parábola.  Esta será, pues, una de las parábolas que nos dará mucho que hablar respecto a lo que Jesús quiso decir con ella y la manera cómo interactúan los personas que ella nos presenta. 

Por cuanto en esta parábola aparece el nombre “Lázaro”, es necesario definirlo para entender la razón por la que Jesús lo presentó. Su significado es “al que Dios ayuda”. Jesús presentó este nombre para representar al pueblo oprimido de Israel mientras que el Rico representaba a los líderes religiosos que se repartían sus ganancias deshonestas y por quien presenta la parábola. 

Leamos la parábola (Lucas 16:19-31)

“Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez” v. 19

Observemos las tres características de este hombre: Rico, ostentoso y derrochador.  Básicamente este rico tenía todo lo que el dinero puede proporcionar. No sólo se vestía bien, sino que lo hacía con elegancia. Lo que sabemos de las personas pudientes es que pueden darse los lujos que se daba este hombre. Para él todos los días eran una fiesta. 

“Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas” v. 20,21.

La condición de Lázaro era totalmente diferente. ¡Era un indigente, un mendigo! La palabra que se usa aquí sugiere que era pobre en extremo. En lugar de llevar una buena vida, estaba enfermo, y pasaba los días echado a las puertas de la mansión del rico. Su condición era tal que se sentía feliz cuando los comensales del gran palacio del rico botaban algún pedazo de pan y podía comerlo. Nadie en aquel lugar le hacia caso, solo los perros que venían para lamerle las llagas. No sabemos por qué está enfermo y tampoco sabemos por qué estaba en el palacio.

Por cierto, que el hecho que este mendigo estuviera en la casa de este hombre rico va a ser importante analizar, porque alguien le llevó a ese lugar y el rico consintió en su presencia sin reprocharle cosa alguna o haberlo echado de la casa. De esta manera, el pecado de este rico era que sólo proveía para sí. Aquí hay un hombre mendigo y enfermo, en las profundidades de la adversidad y angustia que será dichoso para siempre en el más allá. Estaba echado en la puerta, pero el rico fue siempre indiferente para con él. 

 “Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado” v. 22

La muerte visita finalmente llega para ricos y a pobres. Esta es la verdad por un lado de esta historia, con la diferencia muy grande de los lugares donde finalmente fue cada uno. De alguna forma ambos murieron al mismo tiempo según lo explica Jesús. Lo primero que uno observa acá es que Jesús nos muestra la realidad de que la muerte física sin Dios es perdición para los hombres en el día del juicio final. 

Murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham…”. 

No se nos dice cómo fue su entierro, pero con seguridad recibió la sepultura de los pobres. Pero al final esto no tiene mucha importancia, porque la muerte marcó el fin de sus sufrimientos y privaciones para entrar en lo que seria el comienzo de su gozo celestial. 

La frase seno de Abraham es un lenguaje figurado, tomado de la costumbre de reclinarse en la mesa. La experiencia de Juan reclinando su cabeza al pecho de Jesús nos revela esto.  Esa expresión era usada para significar paraíso (Lucas 23:43; 2 Corintios 12:4) o lugar de la morada de Dios. Nótense la imagen y la terminología rabínica del Antiguo Testamento en esta parábola. Por cuanto son judíos los que están escuchando, Jesús se dirige a ellos con todas estas figuras que ellos conocían perfectamente. 

 “Llevado por los ángeles al seno de Abraham…”. 

Aunque esta declaración no constituye una base para alguna doctrina acerca de los ángeles su trabajo, si hay que destacar la diferencia que tiene un hijo de Dios y uno que no es al momento cuando muere y son llevados a sus destinos finales. 

El hecho que se mencionen “ángeles” haciendo la tarea de llevarse a Lázaro al cielo nos hace pensar que no estaremos solos cuando muramos y tengamos que ascender al seno del Señor.

“Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno” v. 23.

Hay varios detalles en este texto. Por un lado, está la palabra “Hades” que es una palabra griega que se usa unas 11 veces en el NT; mientras que la LXX la usa 61 ocasiones como referencia a la palabra hebrea sheol (el lugar de los muertos). De esta manera el cuadro ha cambiado acá totalmente.  Ahora vemos al rico sufriendo el tormento y la necesidad de al menos una gota (recordando a las migajas) de agua en su boca, mientras que Lázaro es consolado por Dios y disfruta del verdadero banquete que cuenta en la vida: la presencia gloriosa del Señor por la eternidad. Esto es muy distinto a lo que ahora el rico está sufriendo. 

“Vio de lejos a Abraham, y a Lázaro…”. 

Hay dos aspectos que son muy reales en este relato. Por un lado, está la conciencia que se tiene en ese lugar de tormento. Una conciencia y sensibilidad muy notoria. Este hombre que ahora no es rico, sino muy pobre, vio de lejos a Abraham y a Lázaro. Esto habla que el mayor sufrimiento del Hades, además del tormento eterno, será el estado de conciencia que habrá en tal lugar sobre todo cuando se dice que este hombre podía ver a Abraham y Lázaro a lo lejos. 

“Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (v. 24-26)

Ahora vemos a Abraham hablando. Este nombre se repite 7 veces en esta parábola. La razón de esto tendrá que ver con el hecho que Jesús está dirigiéndose a su pueblo y el mayor representante de ellos es Abraham. Observamos que lo llama hijo, aunque está condenado en el lugar de tormento. Jesús lo hace de igual manera con el hijo mayor en la parábola del “Hijo Prodigo” (15:31). Con esto se reconoce a Israel como nación, como hijo de Dios (Éxodo 4:22). 

Pero esto no impide que cada judío debe reconocer a Jesús como el Mesías para su salvación; si no hacen esto, se condenarán por su incredulidad. Los judíos se jactaban de ser hijos de Abraham, pero estaban perdidos (3:8). Veamos el dialogo entre el padre de la fe y un representante de los judíos viviendo esta condición: Pide misericordia, pide que llegue Lázaro, pide por agua. 

La respuesta de Abraham. 

Un recordatorio de lo que fue su vida de derroche contrastada con la vida miserable que vivió Lázaro. Abraham habla que ahora se invirtieron los papales: el pobre ahora es rico, y el rico ahora es pobre. Y finalmente hay una separación entre el paraíso y el Hades imposible que de superarse: “una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros”. 

“Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” v. 27-31.

Sorprendentemente el rico transformó a Lázaro en un potencial predicador de ultratumba. Bajo un concepto medio supersticioso aquel hombre pensó que, si Lázaro bajara y le predicara, probablemente lo escucharía con atención. 

Observe la conciencia viva de este hombre en el tormento. El tenía cinco hermanos que aún no habían muerto; por lo tanto, para él estaban al alcance de la gracia de Dios. Pero como eso no sucedería, la respuesta de Abraham era lo que ellos tenían que seguir: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Esto era como decirles: Ellos tienen la Biblia, que la escudriñen y allí encontraran la salvación. Este diálogo termina muy triste. Se confirma la condena de aquel hombre que lo tuvo todo, y si sus hermanos no “oyen a Moisés” correrían el mismo destino de su hermano. 

“Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos”. 

 Es necesario reconocer que el que hace la tarea de vencer la incredulidad, es la misma persona del Espíritu Santo, quien se acerca a cada uno en particular para presentarles personalmente al Hijo de Dios”. (Samuel Díaz, Comentario bı́blico del continente nuevo: San Lucas (Miami, FL: Editorial Unilit, 2007), Lc 16:19–31.

Mis amados, la muerte sentencia al hombre a dos lugares de eternidad. Uno es ser movido al paraíso al lado de Abraham y el otro al Hades, el lugar del tormento eterno. También la muerte nos presenta la terrible realidad que después de ella no hay oportunidad. Así que uno de los castigos del infierno será el tener una conciencia clara para pensar y sentir lo del mundo exterior sin la posibilidad de cambiar ese estatus.