¡Gracias Papá por enseñarme lo pobre que somos!
Una vez, el padre de una familia acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de que su hijo viera cuán pobres eran las gentes del campo. Estuvieron por espacio de un día y una noche completos en una granja de una familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo: ¿Qué te pareció el viaje? – Muy bonito Papá! – ¿Viste qué tan pobre puede ser la gente? – Sí! – ¿Y qué aprendiste? – Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro; nosotros tenemos una piscina que llega hasta la mitad del jardín, ellos tienen un arroyo que no tiene fin; nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas; nuestro patio llega hasta la barda de la casa, ellos tienen todo un horizonte de patio. Al terminar el relato, el padre se quedó mudo… y su hijo agregó: ¡Gracias Papá por enseñarme lo pobre que somos!
En el presente relato tenemos un llamado para revisar lo que mostramos en el recinto del hogar. Un padre mudo frente a una respuesta inesperada de su hijo es uno de los cuadros más elocuentes y reveladores del tipo de influencia con la que les hemos moldeado durante sus vidas. Bien pudiera ser que nuestras buenas enseñanzas, todas aquellas donde se remarca la necesidad de diferenciar entre el bien y el mal, entre los justo y lo injusto, entre lo santo y lo profano, logren permear sus cándidas vidas de toda esa perfidia que supone la influencia de este mundo malo; pero que por la falta de haber sembrado las virtudes que le dan esencia a los valores, tengamos hijos que pudieran dar una lectura diferente a lo que han aprendido de parte de sus progenitores.
¿Qué quiero decir con todo esto? A los hijos hay que enseñarles la importancia de la modestia, de la sencillez, de la humildad. Aun cuando vivan en la opulencia y no les falte nada, debe recordarse que no son los bienes materiales, visto en la extravagancia que suelen darse por una mala administración del dinero, lo que hace feliz al hombre. Que no siempre la felicidad es directamente proporcional a lo que tenemos, sino a lo que somos en el alma y en el espíritu.
Los padres somos responsables de la siembra que estamos haciendo en nuestros hijos.
Definitivamente las cosas no son siempre como las pensamos. En el asunto de determinar lo que es un hecho inamovible, hasta declararlos como un absoluto, pudiera entrar el elemento de la duda cuando es visto bajo el prisma de lo relativo.
“El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son”.
No hay verdades objetivas, absolutas y universales, sino que las cosas son tal y como son percibidas por cada uno de nosotros. Este relativismo se aplica a todos los ámbitos de nuestra existencia.
En la atmósfera de hoy día, en que hay filtración tras filtración y artículos negativos, uno puede fácilmente tener la impresión de que todo lo que se dice es verdad. Uno lo repite tres o cuatro veces, empieza a creer y espera que todo el mundo lo crea”, añadió.