Hay caminos que al hombre le parecen derecho
(Proverbios 4:12)
Concepción Arenal, en sus “Cartas a los Delincuentes”, ha dicho: “En la vida nadie se para, y no hay más que dos caminos: uno hacia el bien y otro que conduce al mal, y es preciso marchar por uno de ellos”. Si nos sintonizamos bien con el pensamiento de este autor podemos concluir que en la vida somos el producto del camino que tomamos. Después del momento de nacer, y al lograr dar los primeros pasos, comenzamos el largo proceso de caminar en la vida. Porque vivimos, o para trazar un camino, o para escoger un camino; pero en cualquiera caso tenemos que andar por ellos. Cuando el mundo quiere calificar las tendencias y los comportamientos en los hombres, habla de los que andan por un “buen camino”, o sencillamente de los que tomaron un “camino equivocado”. Para los segundos, la decisión de andar por sendas erradas a lo mejor no fue sino el producto de haber preferido el camino que le parecía ancho y espacio, sin tomar en cuenta que en tales caminos hay una invitación seductora con presagios de maldad. De allí que el sabio, previendo al hombre de hacer una desviada escogencia, le advierte: “Hay caminos que al hombre le parecen derecho, pero al final son caminos de perdición” (Proverbios 14:12). Porque “no todo lo que brilla es oro”, sentencia el aforismo coloquial. Los caminos del ocio y del placer, por ser amplios y tentadores, no ofrecen obstáculos ni dificultades, y son muchos los que transitan por él. Pero el que demanda disciplina, entrega y consagración es estrecho, angosto y son muy pocos los que lo toman.
Tiene mucha importancia cuando en la vida nos paramos y revisamos nuestros caminos. Porque no siempre el camino de nuestra propia opinión es el que da la satisfacción y la felicidad que buscamos. Bien pudiera estar seguro que lo que pienso, hago y vivo es mi “sumo bien”, pero en la conclusión de mi jornada descubrir que los caminos que imaginé derechos, al final resultaron en detrimento de mi propia vida. Y este asunto es tan serio que el mismo sabio reconoce que el “camino de la vida es hacia arriba”; y además que “su vida guarda en el que guarda su camino” (Proverbios 15:24; 16:27). El hombre por su libre albedrío, puede elegir el camino que mejor le plazca, pero no podrá conocer la felicidad completa hasta que en su búsqueda no se cruce con el camino divino. Porque cuando sacamos a Dios de la agenda y nos disponemos a seguir el camino solos, nos damos cuenta que pudieran haber caminos inciertos, caminos que no conocemos. Porque cada camino a tomar tiene sus propios riesgos. Algunos de ellos no son siempre planos; por lo general tienen obstáculos, piedras, rocas y espinas, y en muchas ocasiones llegan a ser tan parecidos al momento de decidir por uno de ellos. En tal situación es donde el consejo de David, el padre del sabio en cuestión, nos dice: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él, y él hará” (Salmos 37:5).
Un poeta les puso versos a su vida transitada con los que dejó constancia del resultado de sus caminos: “He caminado por más de cien caminos, y en todos he encontrado algo que aprender. No todos han sido vivencias para recordar, pero sí recuerdos que me han hecho vivir”. La filosofía de esta prosa inspirada nos recuerda que de todos los caminos que tomamos hay verdades que aprendemos. Sin embargo, para que no haya conciencias culpables es menester que se tomen los caminos correctos. En este sentido, los padres tenemos una sagrada responsabilidad con esos vástagos que nos han sido dados para su formación. El descuido de esta sublime misión expone a los hijos a errar el camino de su elección,. Y para evitarle a ellos cualquier amargura del alma, y el dolor y la vergüenza a los padres, el mismo sabio ha recomendado: “Instruye el niño en su camino que aun cuando fuere viejo, no se apartará de él” (Prov. 22:6). Ahora bien, la mejor forma de acertar los caminos es contar con un buen baquiano; alguien que conozca el camino mejor que nosotros. Así tenemos que para esta vida y la del más allá, nadie conoce mejor ese camino que Jesucristo, así lo declaró: “Yo soy el camino… nadie viene al Padre sino es a través de mí”. Ninguno se pierde en el camino cuando tiene a Jesús como guía.