Hay quienes reparten y le es añadido más
(Proverbios 11:24)
Todo el proverbio de donde se desprende el tema para esta ocasión, nos dice: “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.” (Proverbios 11:24, 25) La primera impresión, así como el gran desafío, que deja la lectura de esta sabia recomendación es que no hagamos de la avaricia un estilo de vida, porque nos estaríamos perdiendo de una gran bendición. Pero sí que hagamos del altruismo una prioridad, hasta sembrar en el terreno del vecino las semillas de la generosidad, y con ello cosechar el fruto de la prosperidad. Es bien cierto que el estar preocupados por otros, hasta el punto de descender en nuestra empatía y paliar sus necesidades básicas, no es el síntoma sobresaliente de esta sociedad consumista, que con toda su tecnología y el ofrecimiento de una exorbitante comodidad, nos invita a vivir más para nosotros que dedicarnos al bienestar de los demás. De modo que a simple vista encontramos en esta propuesta para una vida mejor, una paradoja. ¿Quién puede pensar que repartiendo lo que posee le puede ser añadido más? ¿Cómo es que un alma generosa puede ser prosperada, y el que sacia a otro, también puede ser saciado? ¿Cómo entender esta aparente incongruencia? ¿Puedo ver el cumplimiento de este proverbio mientras me desprendo de lo que aprecio y lo comparto?
Bueno, el asunto es que contrario a lo que pudiera imaginarse, el repartir no siempre conduce a un estado de escasez. En una economía sujeta a las matemáticas proporcionales, donde 2 + 2 = 4; o donde 4-2 = 2, no necesariamente tiene el mismo efecto en la “economía filantrópica”, si tuviéramos que inventar algún término para explicar lo contrario a estos resultados. La vida pudiera llenarse de una gratificante riqueza mientras recorre el camino de la generosidad. Solemos tener una percepción difusa de lo que es la coronación del éxito. A veces estamos persuadidos que la felicidad a la que se dirigen todos nuestros esfuerzos es el resultado de las cosas que hemos logrado, aquellas que nos dan placer y comodidad. Sin embargo olvidamos que el auténtico éxito descansa más cuando damos lo mejor de lo que tenemos y de lo que somos. Es una hecho cierto que cuando nos invertimos en bendecir a otras vidas, la bendición llega a ser un boomerang. Por otro lado, no siempre tiene que ser dinero con lo que demostramos la generosidad. Muchos apaciguan sus conciencias haciendo esto. Pero la verdad es que la gente que nos rodea necesita, además de la ayuda económica, tiempo, aliento, compasión, amistad y oración; y estas riquezas están en muchos corazones. Pero, ¿cómo nos sentimos ante la idea de bendecir la dicha ajena?
Se ha dicho que el mar Muerto murió de mezquindad. Este mar, situado entre Jordania e Israel, año tras año ha recibido y no ha dado nada. Se estima que dentro de unos 50 años podría desaparecer porque el río Jordán, de donde recibe su principal afluencia, se le ha extraído tanta agua que ya el pobre no recibe mucho del agua viva que le ha suministrado por tanto tiempo este generoso río. Este mar tiene entrada, pero no tiene salida. En él lo que permanecen son aguas estancadas porque lo que hace es recibir pero nunca dar. Semejante ejemplo nos hace ver que la vida pudiera acostumbrarse a ser así, sin tener sentido ni propósito. Otro gran texto sagrado nos dice: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. –2 Corintios 9:6. Un alma generosa tiene la tendencia a sacrificar sus propias gratificaciones para arrancar nuevas esperanzas en los que menos tienen. Leon Tolstoi lo dijo así: “No hay más que un modo de ser felices: vivir para los demás”. Los verdaderos cristianos basan la filosofía de sus vidas bajo un sentido de entrega. Ellos entienden que Jesús, su modelo indiscutible en una vida ofrendada en el sacrificio de la cruz, enseñó a medir la vida por las pérdidas y no por las ganancias, por los sacrificios y no por la autocomplacencia, por el tiempo que gastamos en los demás y no en el que usamos en nosotros mismos, por el amor que damos y no por el que recibimos. Una vida entrega a Jesús jamás podrá entenderse si no se entrega por otros. De allí lo que él dijera: “Mas bienaventurado es dar que recibir”