La vida es como un eco
Un niño con su padre decidieron hacer un paseo en medio de las montañas. De repente, el hijo se cae, se lastima y grita:- Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhh! Para su sorpresa oye una voz repitiendo en algún lugar de la montaña: – Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhh! Con curiosidad el niño grita: – ¿Quién está ahí? Recibe una respuesta:- ¿Quién está ahí? Enojado con la respuesta, el niño grita: – Cobarde. Y recibe de respuesta: – Cobarde. El niño mira a su padre y le pregunta: – ¿Que sucede? El padre, sonríe y le dice: – Hijo mío, presta atención. Entonces el padre grita a la montaña:- Te admiro. Y la voz responde: – Te admiro. De nuevo, el hombre grita: – Eres un campeón.
Y la voz le responde: – Eres un campeón. El niño estaba asombrado, pero no entendía.
El padre le explicó lo que estaba sucediendo: Le dijo: -Hijo, a esto la gente lo llama eco, pero la verdad es que así es la vida. Todo lo que haces en tu caminar cotidiano, te lo devuelve como lo envías-. La vida es un reflejo de lo que hacemos con ella.
En esta misma dirección podemos decir que la vida es un “terreno” donde siempre cosechamos lo que allí sembramos. En ella podemos ver el efecto del “boomerang”; la acción ejecutada se devuelve al sitio de origen. Esto nos hace ver que no podemos esperar recibir más de lo que hemos dado. Todo lo que deseamos ver y tener debiera estar precedido por la bienaventuranza del dar. De esta manera, si deseo ver más amor entre los hombres, debiera optar por el sacrificio de entregar más amor de lo que hasta ahora he hecho. Si deseo ver más felicidad entre los seres que me rodean, debo estar dispuesto a ponerle un extra de compresión y tolerancia con aquellos que forman mi entorno.
Y así, esta matemática de sumar virtudes y valores entre los demás, al final producirá los mejores dividendos con los que llenaremos de honda satisfacción el regazo de nuestras acciones. El asunto con esto es que la vida te devolverá en la misma o mayor proporción todo aquello que le has dado. Armando Fuentes Aguirre ha dicho: “Feliz el hombre a quien al final de la vida no le queda sino lo que ha dado a los demás”. Los hombres que solo viven para sí, poniéndole a su vida la etiqueta del egoísmo, y nunca transitan el camino de la filantropía, no clasifican en la lista de los más felices.
Lo arriba señalado nos hace ver que no hay placer que iguale a aquel donde se pueda cultivar la dicha ajena. En la medida que le hacemos agradable la vida a otros, la hacemos agradable a nosotros mismos. Para esto es necesaria la inversión oportuna en las áreas que nos aseguran una cosecha de bienes. En este sentido proponemos: Inviértase en formar su carácter para que coseche virtudes.. A través del carácter, el hombre revela su personalidad, donde conviven de una manera inseparable, sus sentimientos, creencias, opiniones, trabajos, esperanzas y todo eso que le da a su vida una belleza especial.
Las virtudes que se desprenden del carácter a la hora de pensar, hablar y actuar nos muestran la suma de hábitos y actitudes con las que hemos sido formados. Inviértase en formar una familia sana para que coseche los frutos de amor. Es en el seno de la familia donde nos preparamos para dar el gran salto en la sociedad. Los hogares donde abundan el respeto, la disciplina, la obediencia y el amor entre sus miembros, están llegando a ser raros; parecieran ser como joyas preciosas, difíciles de conseguir. La rebelión de nuestros muchachos; la falta de respeto con la que se dirigen a sus padres; las malas compañías que les alejan de los principios y valores recibidos… se deben a la poca diligencia de la inversión paterna. Ningún tiempo será tan valorado que el que invertimos con la familia.
Inviértase en los negocios divinos para que coseche la vida eterna. Si las demás inversiones tienen que ver con lo temporal y transitorio, la inversión en los “negocios divinos”, tiene una duración eterna. El asunto sobre dónde pasaré la eternidad no puede ser tratado de una manera irresponsable. A este respecto Jesús hizo una de las preguntas más significativas que cada hombre debiera responder: “¿qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?”. La única manera de no perder el alma es salvándola aquí en la tierra. Haga de su vida un eco que llegue hasta el mismo cielo.