Lo que el dinero no puede comprar
Se ha dicho que el dinero es el denominador común de nuestra apresurada vida moderna. Ha llegado a ser una fuerza invisible que le permite al hombre de hoy mercantilizar sus bienes y sus servicios dentro de su comunidad de una forma rápida y precisa. Pero además, el dinero es un poder natural, una obligada necesidad, y es el lenguaje que todos quieren dominar. El dinero es uno de los asuntos que más estiman los hombres porque a través de él se puede hacer las compras y negocios que se desean para el particular consumo, siendo muy celosos a la hora de compartirlo, tanto que algunos dicen: “Bien me quieres, bien te quiero; no me toques el dinero”. Así tenemos que su búsqueda cotidiana a través del trabajo honrado y laborioso constituye una necesidad perentoria. Pero advertimos, de acuerdo al consejo bíblico, que “raíz de todos los males es el amor al dinero”, sobre todo cuando la codicia y la avaricia por tenerlo pasan por alto los estándares éticos del bien vivir. De manera, pues, que con el dinero se puede comprar muchas cosas que satisfacen las necesidades del cuerpo, pero muy difícil aquellas que satisfagan las necesidades del alma.
Alguien, hablando en esta dirección, ha acertado al decir que con el dinero “se podrá comprar una cama pero no el sueño. Libros pero no sabiduría. Comida pero no apetito. Adornos pero no belleza. Atención pero no amor. Una casa pero no un hogar. Un reloj pero no tiempo. Medicina pero no salud. Lujo pero no cultura. Asombro pero no respeto. Póliza de seguros pero no paz. Diversión pero no felicidad. Un crucifijo pero no un Salvador”. Sobre este particular comentamos que el dinero no es todo en la vida; que hay asuntos que trascienden las esferas materiales donde el dinero sencillamente no ayuda para nada. El dinero que no compra la felicidad, es aquel que se abre para codiciar lo que no se tiene, para competir con los que ya han alcanzado otras posiciones. Nuestro mundo es un escenario de codicia. La codicia conduce a ganancias deshonestas, por el afán de querer tener siempre más.
Ella llega a ser la primera causa de los homicidios, y con frecuencia es la promotora de muchos robos. La codicia, como ese deseo prohibido de tomar lo que no nos pertenece, enceguece el entendimiento, neutraliza la conciencia y doblega la voluntad para que se haga lo indebido. Será por eso que los sicólogos hablan de “la ley reversible de la psicología” que consiste en que la gente es más inclinada para hacer aquello que se le prohíbe. Gran parte de la tragedia que se vive en el campo de lo moral, económico, social y hasta espiritual, se debe al costo de la codicia porque no es un asunto que se detiene con las satisfacciones. El problema con el dinero es que mientras más se tiene, más “necesidades” hay para suplir. En esto es importante una sabia administración del mismo para no convertirnos en esclavo de sus demandas, sino en señores para que él nos sirva.
Lo opuesto a la codicia es el contentamiento. Con ello se define aquel estado donde aprendemos a vivir en la abundancia y en la escasez. Este estado se logra cuando el hombre se amista con su Señor, al entregarle su vida. Hubo un hombre llamado Pablo que descubrió “el sumo bien” de la vida, al hacer del contentamiento un arma para vencer la codicia; así explicó: “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:12, 13).
El sueño, la sabiduría, el apetito, la belleza, el amor, el hogar, el tiempo, la salud, la cultura, el respeto, la paz, la felicidad, y la salvación, no tienen precio. No son asuntos que se pueden pagar con una tarjeta de crédito; no son bienes materiales donde se da una inicial, y se siguen pagando las mensualidades. Solo Dios satisface este tipo de necesidad. Solo él puede llenar el alma con significado perdurable, mientras que el dinero llena la vida con ilusiones temporales. Es cierto que el dinero es importante, pues las necesidades que nos plantea la vida moderna nos obligan a buscarlo, pero pretender que él pueda llenar todos los espacios de nuestro ser, es una utopía. A este respecto, Jesús hablando de los afanes de la vida, aquellos buscan el vestido, la comida y la bebida, ha dicho: “Mas buscad el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”. (Mateo 6:33)