Mejores son dos que uno

(Eclesiastes 4:10)

El adagio criollo, “mejor es estar sólo que mal acompañado” pareciera  contradecir al proverbio que traemos para la ocasión. Pero mientras este admite que pudieran haber relaciones que dañan indefectiblemente los sentimientos, hasta dejar secuelas indelebles que acompañan por el resto de la vida, el primero plantea el ideal de la cooperación, de la ayuda mutua, del trabajo en equipo; y sobre todo, del compañero que se hace presente para llenar el vacío de la soledad. Con este proverbio tenemos la revelación de una matemática lógica. Hay trabajos que se hacen mejor con la ayuda de otro. Hay planes que pudieran ser mejores concebidos cuando en él converge más de una mente pensante. Lo mismo sucede en el campo de las artes, de los estudios, de los deportes, de la amistad; pero sobre todo, en el campo de la familia. La suma de “dos son mejor que uno” se aplicó desde el principio mismo de la creación.  Cuando Dios hizo al hombre se dio cuenta que éste estaba solo. Percibió en él  la necesidad de un complemente; de alguien que pudiera llenar su carencia afectiva, toda vez que ningún otro ser lo podía llenar en tan hermosa creación. 

La lectura completa del proverbio nos dice: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del
solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.” (Eclesiastés 4:9-10). El mismo proverbio nos presenta las razones del tema en cuestión. El trabajo en equipo resulta mejor remunerado. Y esto no es solo premiado en el campo de las finanzas, sino con otras muy merecidas gratificaciones. La otra razón es de carácter filantrópico. Dice que si el uno cae, el otro le levanta. Aquí se impone la fuerza del amor y el coraje para traer aliento en el momento cuando más se necesita. En una crisis, sea esta de carácter económica, física o emocional, es cuando esta sabia orientación recobra una gran vigencia. Nada le hace más bien a la vida que contar con alguien en aquellas horas cruciales, en especial cuando la soledad invade el recinto de la vida. Alguien ha dicho que la diferencia entre un amigo y uno verdadero es que mientras uno nunca te ha visto llorar, el otro lleva los hombros empapados de tus lágrimas. Que el uno odia aquellas llamadas nocturnas que le haces después que te hayas dormido, mientras que el otro cuestiona tu tardanza en llamarle. Pero el que no  cuenta con  alguien, cuando cae,  se le hará cuesta arriba levantarse por sí mismo. 

C. A. Tiedge, hablando de la importancia de contar con alguien para compartir, ha dicho: “Colmado de felicidad o de sufrimiento, el corazón tiene necesidad de un segundo corazón. Alegría compartida es doble alegría; dolor compartido es medio dolor”. En el contexto de la vida matrimonial, ese “segundo corazón” es determinante para la felicidad de los cónyuges. Los dos son imprescindibles para una relación cálida y perdurable. Las veces que alguno de los dos ha caído, sea esta caída por razones de incompatibilidad, o  descuido en los deberes, el uno ha estado allí para levantar al otro. Esto es así porque el verdadero amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13) El fundamento de un matrimonio prueba su fortaleza en la manera cómo enfrenta las tormentas de alguna caída.  La madurez y sabiduría son buenos aliados de esta victoria.  El arrepentimiento, el perdón y la restauración llegan a ser como el bálsamo que cura una relación quebrantada. Este proverbio sigue diciendo: “También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente, mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto”. Una actitud de amor, respeto y armonía serán los cordones con esas tres dobleces que consolidará la unidad que anhela cada pareja.

Es cierto que muchas veces aun los que están más cerca nos fallan, y esto da pie para que algunos no vean  el cumplimiento de este proverbio en sus vidas. Pero esas son excepciones. En la vida no podemos andar siempre solos. Si el mismo Dios desde el principio notó la necesidad de un complemento para la vida, entonces, el principio de “dos son mejor que uno” sigue vigente. Y en la necesidad de un compañero para el camino, nadie mejor que Jesucristo. Cuando caminamos con  él su mano nos levantará de la caída.