Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad

(Proverbios 3:3)

El presente proverbio nos emplaza a preservar en la vida el asunto que más importa. Visto de otra manera podríamos decir que si a la vida la llenamos con múltiples gratificaciones, pero  carece de estas dos probidades, no es mucho lo que posee. “Nunca” es la palabra que le da sentido a toda esta oración. La misma sugiere que no hay lugar para un “de vez en cuando”, o en “algunas ocasiones”. Plantea la necesidad de embellecer el alma desde la adolescencia hasta la senectud con estos adornos del carácter. Y no hay nada más que embellezca la cara que un corazón noble y una conciencia limpia En resumen, que se aparten otras cosas de la vida, pero que jamás se retire de nosotros la misericordia y la verdad. Ellas son aguas de una misma fuente. Binomio de un mismo asunto. Con la misericordia demostramos cuánta empatía y desprendimiento sentimos por los demás, y con la verdad revelamos que tan auténticos llegamos a ser. En el caso de la verdad ella es el fundamento sobre el que se construye el gran edificio de los demás valores. Cuando la verdad no es el asunto más notorio, no queda mucho en que podemos confiar. Una vida carecerá de valor si le falta la verdad.  Porque  cada persona honorable y sincera ama, por encima de todo, la verdad. Los que así piensan están dispuestos a sacrificarse por ella. 

La lectura completa del proverbio nos dice: “Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón; y hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres” (Proverbios 3:3-4) La presente propuesta para una vida mejor, revelada como don divino y escrita con la pluma del sabio rey, nos ofrece tres enfoques de una mismo asunto. Lo que ya hemos dicho para avalar la perpetuidad de estas virtudes en la vida, signada por la palabra “nunca”. La segunda que habla del lugar donde debemos tenerla: cuello y corazón. El uno sirve como lugar de exhibición, allí donde todos pueden verla; mientras que escribirlas en el corazón, es guardarla en el lugar donde jamás pueden borrarse. Y junto a  estas dos elevadas perspectivas, aparecen dos distinguidos resultados, para los que se proponen mantener estas  integridades: gracia y buena opinión; primero ante Dios y luego ante los hombres. Así, pues, los que comulgan con la misericordia y la verdad gozan del prestigio divino, pero a su vez de buena reputación entre los hombres. Para los que hacen de estas virtudes un estilo de vida, no habrá críticas que prevalezcan,  pero si habrá aplausos y elogios que se levanten.

Un asunto queda muy claro en la aplicación de este proverbio. Quien vive con “la verdad por delante”, como decía Cervantes, se hará enemigo de la mentira y jamás será tildado de mentiroso. Pero a su vez, quien se acostumbra a mentir, la verdad  le será un asunto forzado, aún  para confesar, si es descubierto en su falsedad. La sociedad donde vivimos, que pareciera dictarnos las pautas para seguir, ofrece una variedad de mentiras, incluyendo las “blancas y piadosas”, hasta las “publicitarias”, donde la verdad ha venido relegándose al terreno de lo relativo. Así, lo que es verdad para algunos no necesariamente lo es para otros. Don  Lope de Vega  parece haberle hablado a nuestra generación, quien escribiendo sobre este mismo asunto acotó: “Dijeron que antiguamente se fue la verdad al cielo; tal la pusieron los hombres que desde entonces no ha vuelto”. Solo esperamos que haya hombres que amen la verdad en lo íntimo. Que frente a los tentáculos de ese mundo que seduce con sus mentiras,  y frente a la provocación del “padre de  mentira” (Satanás), la verdad no se aparte de la vida. Y la forma cómo estas bondades lleguen a ser nuestras  acompañantes en este escabroso peregrinaje terrenal, es dejar que el Padre de la verdad, él que no mostró una verdad, sino que dijo: “Yo soy la verdad”, viva en nuestros corazones. Jesucristo es la verdad encarnada, y a su vez el Padre de misericordia. Cuando él ocupa un lugar central en el corazón, a la misericordia y la verdad le será menos difícil apartarse de la vida.  Permítale a Jesús acompañarlo en el  camino de la integridad.