¿Quién soportará el ánimo angustiado?

(Proverbios 18:14)
Una de las enfermedades sicosomáticas más severas que sufre nuestra agitada sociedad es la depresión. Su acepción proviene de aquellos trastornos persistentes del ánimo o humor, cuyos resultados más notados desembocan en la tristeza, temor, angustia, indiferencia, pesimismo, irritabilidad, lentitud para pensar y pobreza extrema cuando el individuo se califica a sí mismo, incidiendo eso en una muy baja autoestima. Lo extraño de esta enfermedad es que sus síntomas no son visibles, pues la mayoría son subjetivos, pero bien puede este mal del ánimo generar enfermedades perceptibles. Son muchos las causas que origina la depresión, pero nuestro enfoque no es determinar esta enfermedad con sus síntomas, tomando en cuenta que ese es un trabajo para los especialistas, sino dar una palabra de aliento a los que viven bajo un “ánimo angustiado”, formulada en la pregunta del tema a presentar. Porque nada perturba más que una angustia sin una salida inmediata.
El sabio admitió que hay enfermedades que pueden ser soportadas, y algunas de ellas llevadas con mucha paciencia y hasta resignación, pero que el “animo angustiado” pudiera crecer a niveles de tal desesperación, que se hacen inaguantables para el individuo que lo sufre y el entorno donde la angustia se manifiesta. Así se nos habla: “ El ánimo del hombre soportará su enfermedad; más, ¿quien soportará el ánimo angustiado?”. Proverbios 18: 14. Hay acontecimientos en nuestra cotidianidad que parecieran tener como única misión ofuscar nuestra paz interna y crear estados de zozobra para los que no estábamos preparados. La angustia cumple muy bien esa misión. En un solo instante despoja al individuo de su gozo y de sus más anhelados sueños. La aparición repentina de una enfermedad incurable; el anuncio de un divorcio irrevocable; la pérdida del trabajo repentino; el secuestro de un ser amado; la hija que sale con un embarazo prematuro; el hijo o la hija que quedan atrapados en el indeseado mundo de las drogas; el rompimiento de una relación sentimental… son parte de la lista indefinida que suscitan un estado de angustia. Y no tenemos que adivinar las heridas que todo esto genera, muy difíciles de llevar.
Frente a esa realidad del sufrimiento que se bifurca en una tormentosa angustia, oigo con mucha frecuencia la pregunta, ¿cómo puede un Dios bueno permitir que me suceda todo esto?. A veces ese reclamo es silencioso, otras veces es audible; pero en cada uno hay un dejo de decepción, donde Dios pareciera tener la culpa de nuestro sufrimiento. Hace poco estuve haciendo un trabajo de consejería con un hombre que está pasando por una fuerte crisis emocional, y en su inocultable dolor me confesó que odiaba a Dios porque sentía que él no le oía mientras él se consumía en una intensa agonía, viendo que todo lo que había construido alrededor de su familia se esfumaba en tan poco tiempo. Ese hombre está viviendo la pregunta de hoy. Pero conviene dar una palabra a este respecto, no para defender a Dios sobre los males que nos llegan, pero sí para reconocer las causas de nuestros sufrimientos. Dios no es el que ha inventado las armas para se maten unos con otros; el hombre las ha hecho. Dios no ha hecho los autos con sus velocidades con las que el hombre abuse y se destruye; es el hombre quien los maneja e irrespeta las leyes de transito. Dios no ha inventado todas las formas de pecar que existen, muchas de ellas generando enfermedades nunca vistas; ha sido la humanidad, de la que todos somos parte. Reconocer esto podrá quebrantar el orgullo, pero la culpa es nuestra, no de Dios. Sin embargo lo que él sí hace mientras pasamos por las angustias es curar nuestras heridas.
La pregunta de este proverbio pareciera no tener ninguna respuesta. Sin embargo, el testimonio de antaño y del de este tiempo es que hay hombres que descubrieron una inmensa paz mientras transitaron por el valle de su aflicción. ¿Cuál fue secreto? Un profeta lo dijo así: “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían” (Nahum 1:7).El salmista afirmó confiadamente: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones…” (Salmos. 46:1, 2). Cuando pase por una angustia insoportable, recuerde que Dios también pasó por ella. Nadie experimentó una angustia más grande que él al dar a su Hijo para que muriera por nuestra pobre condición.