Enviados bajo la cobertura divina
(Juan 20:19-23).
INTRODUCCIÓN: Este pasaje tuvo que ser escrito por alguien que estuvo presente en el momento cuando sucedió. Y ese testigo fue Juan, el discípulo amado. Esta era la primera vez que Jesús se aparecía a sus discípulos de las cuarenta veces que lo hizo posteriormente. Varios hechos son notorios en este pasaje. Por un lado, las puertas estaban cerradas. Jesús no tuvo que llamar o abrir la puerta; simplemente se apareció. Y de todo esto inferimos que después que Jesús resucitó puede ir a donde nadie puede ir. Esto es una garantía hermosa, pues no habrá un lugar en la tierra donde él no pueda estar, y no hay ninguna condición en la que te encuentres donde Jesús no pueda entrar. El otro hecho fue que los discípulos tuvieron miedo, algo que era totalmente comprensible.
¿Cuáles son nuestros miedos? ¿Cuál es su miedo? Miedo a no estar preparado para lo que se espera que haga. Miedo a que mis hijos naufraguen de su fe. Miedo de no tener la fe para morir bien. Miedo a caer en la mundanalidad y la inutilidad. En nuestro caso, miedo cuando vamos a evangelizar casa por casa. Pero el otro hecho es que Jesús se acerca y se pone en medio de ellos. Jesús no estaba jugando a las escondidas con ellos. Más bien, Cristo quería que lo vieran, lo conocieran, creyeran en el él y lo amaran. La idea de su presencia es para que en todo experimentemos al Jesús vivo, real, auténtico para que se disipen todos los temores. Y una vez estando en medio de ellos, les dice: “Como me envió el Padre, así también yo es envío”. ¡Qué palabras más alentadoras! ¡Qué certeza y confianza produce esto viniendo del Señor! Notemos cómo en este pasaje se hace presente la Trinidad para encomendar la obra evangelística.
I. SOMOS ENVIADOS BAJO EL AMOR DEL PADRE
El Padre que envió al Hijo. Observemos la expresión “como me envió el Padre”. Por un lado, esto habla de un propósito eterno. Habla de alguna razón que tuvo el Padre para enviar a su Hijo.
Dios se aseguró de enviar las figuras que encerraban un “tipo”, como el arca, el tabernáculo, o los corderos sacrificados anticipadamente, para mostrarnos lo que sería el “antitipo”, lo real cuando llegó el cumplimiento del tiempo (Gálatas 2). Los profetas anunciaron esa venida, y el último de ellos, Juan el Bautista, preparó el camino para quien sería el más grande que él. Ahora, cuando Jesús dice “como me envió el Padre”, introduce una oración llena del más grande significado del que tengamos memoria. Por un lado, habla del amor del Padre hacia el Hijo permitiendo su nacimiento terrenal. Así que no fue extraño que en varias ocasiones le dijera desde el cielo: “Tú eres mi hijo amado en quien tengo complacencia”. Pero lo grande de todo esto no solo es que el Padre amara al Hijo, sino que a través del Hijo el mundo pueda conocer lo que es la vida eterna (Juan 3:16). El Padre encomendó al Hijo una misión, ahora el Hijo nos encomienda una misión.
- El Padre que entregó al Hijo (Romanos 5:8). Siempre será extraño pensar que un padre entregue a su hijo para que muriera por otra persona. Pero saber que un Dios de amor haya hecho esto, es como la cumbre de toda incomprensión humana. Nadie sabe la hora en que ha de morir, sin embargo, el único ser que sabía hasta la hora en que iba a morir, se llama Jesús. Y eso lo supo aún antes de que naciera, porque lo suyo no fue una decisión de última hora. A Dios no le tomó por sorpresa la caída del hombre, porque el plan de salvarlo ya se había hecho en la misma eternidad. Y la caída del hombre (a quien no le faltaba nada en el Edén), pudo producir en Dios la misma determinación que tuvo el día cuando los ángeles se revelaron y fueron arrojados del cielo y que ahora están bajo condenación, esperando el día del juicio para ser lanzados al lago de azufre (Apocalipsis 20). Pero en lugar de esto, observe la grandeza del amor de Dios expresada en Romanos 5:28. La muerte de Jesús por toda la humanidad es la cumbre del más grande misterioso de los amores; pero a su vez, el más rechazado de todos. Debemos anunciarlo.
- El Padre que resucitó al Hijo. Lo extraordinario del Padre que envió al Hijo es que fue Él mismo quien le resucitó de los muertos. Y si bien es cierto que el Padre pareció estar ausente durante el más cruento dolor del Hijo, desde el mismo momento que Jesús murió, el Padre se encargó de lo que sería el más grande de los milagros: la resurrección. Observemos lo siguiente. De acuerdo con las profecías, sus huesos no fueron quebrados (Salmo 34:20) y su cuerpo no vio corrupción (Hechos 13:37). Fue enterrado por el rico José de Arimatea para que se cumpliera la profecía que con los ricos fue sepultado (Isaías 53:9). Y fue desde allí que el Padre le resucitó entre los muertos. Para esto fue necesario que el Padre usara todo su poder. Pedro, quien fue uno de los que vio la tumba vacía, los lienzos y el sudario organizado, comentó en su carta esa experiencia al decirnos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia y mediante la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva (1 Pedro 1:3).Dios no dejó a su Hijo en la cruz ni en la tumba. Lo resucitó para una esperanza viva y gloriosa. Ese Padre que ama al Hijo es quien también nos ordena ir a proclamarlo.
II. SOMOS ENVIADOS BAJO LA AUTORIDAD DEL HIJO
- La autoridad de su resurrección v. 19. Ya los discípulos habían sido enviados previamente, pero esta nueva comisión revestía una importancia nueva, distinta y con mayor desafío. Para ellos, estas palabras eran suficientes. Ellos conocieron su poder en las vidas transformadas, en los milagros impensables y la manera cómo Cristo se enfrentó a los demás poderes. Esto quiere decir que Jesucristo comisionó a sus discípulos con la misma visión con la que el Padre le comisionó a él. ¿No es eso extraordinario? Él ha dicho: “Como el Padre me envió, así yo os envío”. Jesucristo fue el primer misionero que pisó la tierra, ahora sus discípulos continúan la tarea que él comenzó. Esta es ahora nuestra misma tarea. En este día, las mismas palabras que escucharon aquellos 11 encerrados en aquella casa, la volvemos escuchar hoy cuando salgamos para dar a conocer las buenas nuevas de salvación. Sepa usted que quien le envía no es un ángel, aunque ya esto sería una garantía, tampoco le envía el pastor de la iglesia o algunos de sus líderes, aunque ellos anhelan la salvación de otros. No, usted no va a evangelizar en nombre de nadie más. Usted va a llevar un material y a tocar una puerta en el nombre de aquel que ha resucitado; el amado Cristo.
- La autoridad universal. La muerte y resurrección de Cristo sirvió para desmantelar uno de los poderes que se había levantado contra el hombre, trayendo condenación y esclavitud. La Biblia afirma que una de las victorias de la cruz y la tumba vacía fue que Jesús despojó a todos los principados y potestades (Colosenses 2:15). Interesante que fue después de su muerte y resurrección que Jesús va a hablar de la autoridad total que ahora ostenta. Así que fue después que Jesús resucitó que les dijo a sus discípulos, que el Padre que le envió, le había dado “toda autoridad en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18-20). Y es en esa autoridad que seguimos haciendo la gran comisión. Esa autoridad gobierna arriba y abajo. Tiene poder sobre cualquier otra potestad que esté arriba y que las que están abajo. Cristo posee el mismo poder para cambiar las vidas ahora. Su poder no es de cuatro años, sino eterno. Su poder no se desvanece con los años pues no hay nada que lo haga cambiar. Ese poder de ayer es el mismo que tenemos hoy. Y ese poder que está en nosotros y el que nos impulsa a salir y hablar de él. Esto fue lo que Pablo nos dijo: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino amor, de poder y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
- La autoridad de su nombre (Hechos 4:12). En el mundo de los negocios, la política, los deportes, la ciencia o las artes, el nombre llega a ser siempre sinónimo de calidad, prestigio y la razón de sus ventas y progreso. Los discípulos de Jesús entendieron la importancia del nombre de Jesús para realizar su obra y expandir el reino. El presente texto, uno de los más reveladores de las Escrituras, viene del contexto cuando los discípulos sanaron al cojo que se sentaba a la puerta de la Hermosa. Al parecer fue la primera vez que ellos usaron el “nombre de Jesús” para actuar a favor de un necesitado (Hechos 3:6). Por supuesto que no hay un poder mágico en el nombre, sino en la persona de Jesús. Nada va a o ocurrir por el solo hecho de nombrar el nombre de Jesús. Pero lo que esto sí significa es que cuando salimos en el nombre Jesús; eso es, bajo la autoridad de su nombre de Jesús, suceden cosas. A los hombres que desafiaron a las autoridades en la historia de la sanidad del paralítico, los llamaron “hombres sin letra y del vulgo”. Pero el haber hecho todo esto bajo ese nombre de Jesús los llevó a preguntarse “¿Qué haremos?” (Hechos 4:16). La evangelización que se lleva a cabo bajo la autoridad del nombre de Jesús producirá resultados.
III. SOMOS ENVIADOS BAJO EL PODER DEL ESPIRITU
- “Me seréis testigos cuando haya venido…” (Hechos 1:8). En el pasaje de Juan 20, Jesús les da a sus discípulos un anticipo de lo que vendría después de acuerdo con la promesa hecha de la llegada del Consolador. El texto dice que Jesús “sopló” y les dio de su Espíritu. Esto fue como la primicia, la investidura vendría cuando Cristo ascendiera. La experiencia del Pentecostés fue la del bautismo del Espíritu para el cumplimiento de la gran comisión, ahora explicada. A partir de allí solo se hablará del poder del Espíritu Santo a través de la vida de las personas. Pedro, el pescador y sin letras, habló lleno del Espíritu Santo a los gobernantes del pueblo (Hechos 4:8). En el mismo pasaje se nos dice que la iglesia oró y todos fueron llenos del Espíritu Santo (v. 31), “y hablaban la palabra de Dios con valor”. Esteban estaba lleno del Espíritu Santo cuando predicó y “no podían resistir la sabiduría con la que hablaba” (Hechos 6:5, 10). Bernabé habló lleno del Espíritu Santo y “una multitud fue agregada al Señor” (Hechos 11:24). ¿Qué decir de Pablo en su obra misionera? Desde el momento que recibió al Espíritu Santo, fue usado con poder. Hoy nos toca seguir extendiendo el reino de Dios y la única manera será en el poder del Espíritu Santo.
CONCLUSIÓN: En este pasaje dijo dos veces “paz a vosotros” (v. 19, 21). Esto fue muy significativo para los discípulos, porque antes de ser investido y comisionado para la tarea, sus vidas estaban hechas un “mar de miedo”; y no era para menos, porque no solo habían perdido a su Maestro y ahora les estarían buscando para ejecutarlos a ellos también. Pero la otra cosa que produjo la presencia del Cristo resucitado fue un profundo gozo entre ellos. Cuando ellos comprobaron las cicatrices en sus manos, que verificaron que no era un fantasma, “los discípulos se regocijaron viendo al Señor” v. 20. Después de la paz y el gozo llegó la comisión: “Como me envió el Padre, así también yo os envío”. Nada detuvo a los discípulos después de aquel encuentro con su Maestro resucitado. Ahora, dos mil y más años de aquel momento, el mismo Cristo le da a la iglesia la misma comisión: ““Como me envió el Padre, así también yo os envío”. Y la promesa es que al ir contamos con el amor del Padre, la autoridad del Hijo y el poder de su Espíritu. A nadie más se le ha concedido esta honra y privilegio. Vayamos y demos las nuevas de esta salvación.